sábado, 25 de julio de 2009

El amor en (psico)análisis (segunda parte)



Autor: Marco Antonio Loza Sanjinés

 

Publicado por primera vez en: El Juguete Rabioso, año 4, Nº 124, La Paz, marzo 6, de 2005

 

Volved sobre él...


Harold Bloom (anti-lacaniano declarado), escribe que el aforismo judío: “Volved sobre él una y otra vez, pues todo está en él”, debería haber servido de epígrafe al libro de Freud: “La Interpretación de los Sueños”, porque Freud, como los rabinos, sitúa todo en el pasado (1). Bloom, a pesar de que su observación apunta hacia otro objetivo, tiene razón. En Freud, el amor, y aquí retomamos el recorrido que comenzamos en el primer texto dedicado a este tema, es pura repetición, porque en Freud “cuando amamos, no hacemos más que repetir; encontrar el objeto es siempre reencontrarlo y todo objeto de amor es sustitutivo de algún objeto fundamental, previo a la barrera del incesto”, apunta Jacques-Alain Miller (2).

Un nuevo amor 

 

En cambio hay un “amor lacaniano”, un “nuevo amor” y es que para Lacan, el amor es también invención, es elaboración de saber, esa sería la razón de las palabras de amor, de las cartas de amor (3). En Lacan, el amor como invención es poder dar un nombre propio al objeto de amor y, como hizo Dante con Beatriz, “construir alrededor una obra de lenguaje” (Jacques-Alain Miller).
El amor como repetición en Freud se encuentra en los “Tres ensayos para una teoría sexual”, allí Freud dice que el prototipo de toda relación amorosa es el de un niño que toma el pecho de su madre, es decir, se define al amor como la repetición de esa satisfacción primaria, pero con Lacan se piensa que esa satisfacción primaria debe ser encontrada en una persona con su carácter imaginario, el pecho no es una persona, dice Jacques-Alain Miller, y es necesario enamorarse, o sea, simbolizar, imaginar.

En Freud el amor siempre está articulado al “valor” del objeto y esto siempre trae dificultades, pues se oscila entre dos extremos o es “demasiado poco” o es “demasiado”, siempre hay que saber el valor del objeto, lo que el Otro está dispuesto a pagar por él. El hombre debe oscilar entre Madre y Dirne, Dirne de acuerdo a Freud es una repetición desplazada de la infidelidad imaginaria de la madre hacia el niño con el padre; sostiene Lacan que, cuando se dice Dirne, se trata de una condición de amor: “que la mujer en cuestión no sea toda para el sujeto”, se opera aquí la separación entre propiedad y goce, separación significante necesaria para que aparezca el derecho y al mismo tiempo para que algo escape al poder del símbolo. “Es una manera de decir que, en el nivel del goce, la mujer se escapa, la mujer huye. De este modo, las mujeres son infieles, aun cuando sean fieles. Son esencialmente infieles”, dice Jacques-Alain Miller.

Por eso —continúa Miller— es una estupidez decirle a una mujer: “Tú eres mi mujer”, pues lo único que podría decirse es: “Tú eres la mujer del Otro, siempre, y yo te deseo en tanto eres la mujer del Otro”, en la vida erótica pues el valor siempre la da el Otro.

 

Amor, deseo y "hombres sin ambages"


Pero no sólo esta división entre “demasiado” y “demasiado poco” está en la base lógica del amor, se encuentra también en Freud otra bipolaridad: la de la corriente tierna y la corriente sensual que, para Lacan, obedece a la lógica de la divergencia y convergencia entre amor y deseo sexual. Sigamos el hilo conductor de estas ideas de Lacan. En su texto “La significación del falo”, que Miller considera una continuación de las “Aportaciones a la psicología de la vida amorosa” de Freud, sostiene que para la mujer, la vía predominante es la convergencia entre amor y deseo en el mismo objeto, en cambio para el hombre lo que predomina es la divergencia entre amor y deseo. Para la mujer el mismo objeto masculino debe sostener el amor y el deseo sexual; para un hombre el objeto femenino puede ser amado o deseado, lo que no excluye que en algún caso, ambos, deseo y amor coincidan en un mismo objeto, es decir, que un hombre quiera y desee al mismo tiempo a una mujer.

Así no hay simetría de los dos sexos, la asimetría se da por el hecho, dice Freud, de que existe un tabú de la virginidad para la mujer pero no para el hombre, así la mujer será siempre “heteros”, el otro que el hombre, su no semejante; y el hombre, para neutralizar esa alteridad, inventa el matrimonio, de esto se concluye que ser la mujer legal de un hombre puede significar, para la mujer, la desaparición de su alteridad y que le resulte necesario ser la mujer ilegítima de otro para recuperarla (4).

Y aquí viene un consejo de Lacan para conservar el amor de una mujer, ... sí, del Lacan teórico, lógico, esquemático, “hágalo usted, y verá como la va”, dice, y está garantizado ciento por ciento para “hombres sin ambages”: Dejad que las mujeres pavoneen su alteridad, no las marcas de la propiedad, no las marcas de la conformidad, no las marcas de lo mismo.

Notas

 

(1) Harold Bloom. De Freud en adelante. En: Poesía y Creencia. (Madrid: Cátedra, 1991).

(2) Jacques-Alain Miller. Lógicas de la Vida Amorosa. (Buenos Aires: Manantial, 1991/2000)

(3) El peso que tienen las palabras, las letras de amor se puede leer/sentir en esos Fragmentos de un Discurso Amoroso de Roland Barthes.

(4) El mundo laboral también se presenta como un forma de ser otra para la mujer, por lo menos es lo que creen ciertas feministas, pero, por el otro lado, como es la imitación de una acción que por cientos de años ha estado reservado al hombre no consigue la salida, pues se parece, en lo simbólico, al matrimonio: fuerza la semejanza (dar el mismo apellido, el mismo rol, el mismo lugar) por medio de mecanismos de identificación narcisista entre hombre y mujer. La posición radicalmente diferente de ser mujer que presenta por ejemplo “Mujeres Creando” en nuestro medio, parece una mejor salida a la pérdida de la alteridad en la mujer.
 

Las teorías literarias en Bolivia (Primera parte)


LUIS H. ANTEZANA

RENATO PRADA OROPEZA


















Autor: Marco Antonio Loza Sanjinés

Publicado por primera vez en la revista: El Juguete Rabioso, abril 10 de 2005. La Paz Bolivia


Introducción

 

¿Se produce teoría literaria en Bolivia? La respuesta es seguramente no. Lo que sí hay es una gama muy amplia de “lecturas”, aplicando diversas y diferentes teorías producidas en otros lugares. El campo de lecturas está dominado por dos corrientes principales: la Semiótica de estirpe francesa y los Estudios Culturales, ésta última está más cerca de la sociología que de la literatura. En esta nota nos proponemos revisar la obra de dos divulgadores de la primera corriente, siguiendo el entusiasmo que sustenta la frase de Marguerite Yourcenar: “No hay tarea tan apasionante como la de confrontar los textos”. Compararemos aquí los textos de Renato Prada Oropeza y de Luis Huáscar Antezana, dos estudiosos que fueron los primeros en “traer” a Bolivia las ideas de la Semiología francesa.

 

La autonomía literaria

 

Renato Prada publica en 1976 lo que seguramente es el primer libro de divulgación de la Semiología: “La autonomía literaria”. Sus años en Lovaina (Bélgica) fueron fructíferos en lecturas, a decir por la amplia bibliografía en francés que se encuentra en su libro. Encontramos en ese libro a autores ya míticos como Ferdinand de Saussure sobre el que se fundan las concepciones del signo de gran parte de la semiología francesa; Roland Barthes, hoy todavía muy leído y utilizado para leer la literatura boliviana (Cf. “Las tentaciones de San Ricardo” de Marcelo Villena); se encuentra la referencia al famoso “Diccionario Enciclopédico de las ciencias del lenguaje” de Ducrot y Todorov; ya tenía una lectura de Derrida (“La escritura y la diferencia”). En el texto de Prada notamos la voluntad de un trabajo dedicado a probar la autonomía literaria siguiendo ideas de la semiología pero, también, nociones diferentes como las del Formalismo Ruso o el Círculo de Praga citando a autores ahora casi olvidados como Mukarovsky o Tynjanov; con esas herramientas teóricas puede sostener que la obra literaria se mueve en otros registros además de el de la comunicación y que la intención dominante en ella es la “función poética”, por eso se hace necesario estudiar el sistema literario con métodos propios basados en el estudio de la lingüística, por ejemplo la semiología.

 

Luis H. Antezana

 

Al año siguiente a la publicación de “La autonomía literaria”, se publica un libro que lleva un título ya más explícito: “Elementos de semiótica literaria” de Luis H. Antezana. Texto emblemático y de mucha influencia en las lecturas que después se harían de la literatura boliviana, sobre todo las producidas en la academia.
Los “Elementos...” constan de un cuerpo teórico en el que se presenta a todo el Olimpo francés y un conjunto de lecturas (sobre: “Morada” de Eduardo Mitre, “Estrella Segregada” de Cerruto y “La Chaskañawi” de Medinaceli). En la parte teórica encontramos los conceptos lingüísticos esenciales, tales como: la distinción entre lengua y habla (F. De Saussure), el concepto de signo, sintagma y paradigma, las funciones del lenguaje (Roman Jakobson), enunciado y enunciación, etcétera. Luego están las “Hipótesis semióticas”, es decir, cómo los conceptos lingüísticos engarzan con la literatura: el intertexto, relato y narración, etc. Para Antezana el lenguaje literario produce un sentido siempre renovado, siempre en movimiento y por lo tanto no podría reducirse al “material de base” (el lenguaje ordinario), por eso son necesarias las Teorías de la lectura.

Así, de golpe, en los años 1976 y 1977, estos dos textos nos presentan teorías literarias novedosas. Al comparar las bibliografías de ambos libros encontramos muchos autores visitados por Prada y Antezana: Roland Barthes en primera fila, Émile Benveniste, Algirdas Julien Greimas, Lois Hjelmslev, por supuesto Ferdinand de Saussure, Roman Jakobson, Jacques Derrida, Julia Kristeva (que no está presente en “La autonomía...” pero sí en un libro posterior de Prada: “El lenguaje narrativo”, 1979, que él mismo dice es continuación de aquél). Luis H. Antezana cita el texto de Prada en sus “Elementos...” y también en su “Teorías de la lectura” (1983).

 

La bifurcación

 

Ahora bien, los caminos de ambos estudiosos de la literatura –con tantas lecturas en común– se bifurcan: Prada venía o arribaba de la creación literaria, recordemos que escribió: “Argal” (cuentos) en 1967, “Ya nadie espera al hombre” en 1969, “Al borde del silencio” en 1970, “Los fundadores del alba” (seguramente su mejor novela) en 1969, “El último filo” en 1976, “Poco después humo” en 1990. En cambio, Luis H. Antezana después, digamos, de haber(se) aclarado las ideas centrales que sustentarán su obra posterior, toma el camino que va hacia la crítica literaria y es en esta labor en donde verdaderamente produce lo mejor de su obra, es de hecho, el crítico literario que más creativamente utiliza todo el bagaje teórico de que dispone y que es bastante.

 

Nota bibliográfica: 

 

Prada, Oropeza Renato. La Autonomía Literaria. (La Paz-Cochabamba: Los amigos del libro, 1976)
Antezana, Luis H. Elementos de semiótica literaria. (La Paz: Instituto Boliviano de Cultura, 1977)
 

jueves, 4 de junio de 2009

El amor en (Psico) análisis





Autor: Marco Antonio Loza Sanjinés


Publicado por primera vez en: El Juguete Rabioso, año 4, La Paz, Nº 121, enero 23 de 2005

 

La pregunta por el amor


Si hay alguna pregunta que ronda, más temprano o más tarde, en la mente de los hombres es: ¿Qué quiere la mujer? Es la pregunta que, a la vanguardia —como en otros muchos temas—, se hizo Freud y que no llegó a contestar satisfactoriamente. Después vendrá Lacan y dirá que “La” mujer es sólo un espejismo (curiosamente esto coincide con cierto hinduismo que sostiene que la mujer es parte de “maya”, ilusión). “La” mujer pues, de acuerdo a Lacan, no existe, sí existiría el lugar de la mujer, que sería ocupada por una, por otra, ... siempre una a una y esta es la entrada a un tema que marca el destino de todos los seres humanos: el amor.

 

Las respuestas desde el Psicoanálisis


Ahora bien, hay un psicoanalista que, desde la muerte de Lacan, ha ido desarrollando/aclarando su obra. Jacques-Alain Miller, a seguido el mismo camino que realizó Lacan leyendo a Freud; conocedor esforzado de la obra de Lacan y, además, el albacea de su obra, conduce un “Curso” en el que “aclara” a Lacan, recorriendo sus textos, dejándolos hablar, dialogando con ellos, “poniéndolos en tensión” (la expresión es de Graciela Brodsky) y, en este su leer la obra lacaniana, ha ido guiando una visión muy interesante sobre la vida amorosa desde el psicoanálisis, y lo que pretendemos en esta nota y en las que podrán seguir es compartir este recorrido basándonos en algunos textos de Jacques-Alain Miller.

En una “Charla sobre el amor” (1), Miller hace una lectura de las “Aportaciones a la Psicología de la vida erótica” de Freud (son tres sus aportaciones: “Sobre un tipo especial de la elección de objeto en el hombre”, “Sobre la degradación más generalizada de la vida erótica” y “El Tabú de la Virginidad”) y va ordenando los principales conceptos de Freud desde un punto de vista lacaniano.

Miller toma a la letra del título que recoge las tres aportaciones de Freud: “Beiträge zur Psychologie des Liebeslebens”, Jacques-Alain Miller interpreta que Liebeslebens en Freud, articula el amor y el goce y es un esfuerzo de pensar la relación sexual, de cómo se relacionan hombres y mujeres y lo hace a partir de sus dificultades, porque no hay duda que en Freud los problemas entre hombres y mujeres aparecen constantemente, sobre todo del lado de los hombres; Freud nos muestra, en el final de “El Tabú de la Virginidad”, una solución del lado femenino, la “solución Judith” (2), pero la cuestión sigue siendo cómo se relacionan hombres y mujeres y cómo se eligen mutuamente, es decir, cómo se da la elección de objeto.

Miller nos aclara que cuando Freud habla de elección de objeto nos indica siempre la elección de otro ser humano y, además, de otro sexo, para Jacques-Alain Miller es discutible si el amor homosexual entre hombres merece ser llamado amor, no ocurre lo mismo con la homosexualidad femenina, puesto que una mujer siempre tendrá el valor de otro para otra mujer. Miller observa que Freud en ningún momento habla de “La” mujer sino de dos tipos de mujer, y los ordena en la oposición de dos conjuntos: Madre y Puta. (Miller aclara que la palabra alemana que utiliza Freud es “Dirne”, que no se refiere a la prostitución por dinero sino que se la emplea para rechazar a una mujer por su infidelidad.).

Decíamos que Miller ordena lógicamente la reflexión de Freud en dos conjuntos y va relacionándolos, en el primer texto: “Sobre un tipo...” Freud plantea un caso en el que hay equivalencia de ambos conjuntos; en el segundo: “Sobre la degradación...”, por el contrario, presenta un caso en el que ambos conjuntos son diferentes, se trata pues, en Freud, de contestar a la pregunta: “¿cómo gozar de una mujer?”, es decir, ubicar el problema de la elección de objeto desde el lado de los hombres.

Miller observa también que cuando el hombre elige siempre anda con problemas, pues no todas van, a veces sólo con una va y no con las otras; en otros casos ninguna va, y existe la posibilidad –utópica– en el que todas vayan, es la posibilidad del Don Juan, para el que sí existiría “La” mujer: cualquier rasgo que tuviera una mujer bastaría para que fuese reconocida como mujer elegible. De lo que podemos concluir que no hay un rasgo puro de la femineidad que la haga elegible como pareja, como partenaire, sino que, desde el punto de vista del hombre, inventamos diferentes rasgos para “reconocer” a una mujer, es decir, para elegirla, y un medio para inventar es el delirio, los hombres muchas veces somos delirantes frente a una mujer. (3)

Extendiendo la idea, cuando un hombre y una mujer eligen se encuentran con que no todas las posibles parejas están autorizadas, sino solamente algunas, para Lacan todo esto proviene del Edipo freudiano, puesto que es la matriz que indica al compañero prohibido. Tanto en la mujer como en el hombre el objeto elegido es la madre que es, al mismo tiempo, el objeto prohibido y si la madre está prohibida entonces debe hacerse otra “elección” y sustituirla, lo que implica que no va a ser una elección satisfactoria; desde el punto de vista de la mujer, esto se complica todavía más, puesto que si la madre es el objeto prohibido también lo es el padre. Frente a esto, Freud habla de las “condiciones de amor”.

La “condición de amor” es “una cierta disposición [en el sujeto] que desencadena automáticamente el deseo sexual y [le] hace elegir a ese objeto como objeto de amor.” (Miller). Es decir, que no hay verdadera “elección” en el sujeto puesto que cuando se realiza tal condición, el amor se desencadena automáticamente. Todos los objetos funcionan como sustituto de la madre. Jacques-Alain Miller observa que es increíble que antes de Lacan no se haya visto que en Freud está presente la sustitución, es decir, la metáfora y el desfile de los objetos sustitutivos que es la metonimia y lamentablemente sólo hay sustitutos: maridos y esposas todos sustitutos, ninguno es genuino.

Ahora bien, la elección, con todas sus salvedades, se sitúa en el reconocimiento de aquel objeto del otro sexo que puede convenirle, y ése lugar está ocupado generalmente por la relación del Amo y del Siervo, y el problema que suscita es siempre saber cuál de los dos está en el lugar del Amo y cuál en el del Siervo, o sea, –observa Miller– la relación sexual que no hay (es decir, no hay «proporción» entre los sexos) se trata de cifrarla en una relación de poder.

Jacques-Alain Miller introduce en este lugar, un análisis interesante que hizo Lacan al constatar que en Freud la elección de un tipo particular de objeto se encuentra mediado por otro. Freud parte de su experiencia analítica para sostener que una condición para que un hombre elija un objeto particular es que pertenezca a otro, normalmente al padre, o también al marido, esta pertenencia le confiere un “valor” al objeto, ese valor que, utilizando la terminología lacaniana, es ser el “agalma” (4) del Otro.


Notas:


(1) Intervención de J-A M en el “Simposio del Campo Freudiano”, recogido en: “Introducción al Método Psicoanalítico”, (Argentina, Paidós: 1998).

(2) Freud se refiere a la Judith de la obra dramática de Hebbel: “Judith y Holofernes”, en aquella obra Judith está protegida por el tabú de la virginidad, su primer marido, temeroso, no se atrevió a acercarse a ella. Cuando Holofernes sitia su ciudad ella concibe el plan de seducirlo aprovechando su belleza, el temible Holofernes la desflora y ella aprovecha la indignación que siente para decapitarle y convertirse así en heroína para su pueblo. Freud sostiene que la decapitación es un sustituto de la castración, de ese modo Judith es la mujer que castra al hombre que la a desflorado. Freud concluye que el desfloramiento no sólo ocasiona una ligazón duradera de la mujer al hombre sino también, una hostilidad arcaica, manifestada a veces en problemas en la vida erótica conyugal, lo cual también explica en parte porque muchas mujeres son más felices en sus segundas nupcias. Habría otra “solución” desde el punto de vista femenino: el “entre-amigas”...

(3) En otro lugar, J-A M nos presenta una elaborada concepción de Lacan siguiendo la lección de Freud: que la mujer siempre es “otra” que ella misma, así se entiende –dice Miller– porqué las mujeres pasan tanto tiempo frente al espejo: es “un esfuerzo por reconocerse en él, o para asegurarse de ser otra de lo que es”, y –continúa– “...es posible que una mujer no pueda reconocerse sino bajo la condición de asegurarse de ser otra.” En: “Lógicas de la vida amorosa”. (Buenos Aires, Manantial: 1991/2000)

(4) Agalma es una palabra griega que, en uno de sus significados antiguos, quiere decir el valor de la joya guardada, del tesoro oculto.

miércoles, 3 de junio de 2009

Las Pócimas de Marcelo Villena



 

 

 

Las Pócimas de Marcelo Villena

 

Autor: Marco Antonio Loza Sanjinés

 
(Publicado por primera vez en la revista literaria Atar a la Rata, Cochabamba Año 2, Número 9)

Juan Goytisolo escribió en su autobiografía:

“La novela que elude la facilidad de los caminos trillados crea inevitablemente una tensión, un choque con las informuladas expectativas del público; éste se enfrenta de súbito a un código diferente de aquél al que está habituado y dicho código le plantea un reto: si lo acepta y penetra en el significado del nuevo sistema artístico, el victorioso cuerpo a cuerpo con el texto es precisamente su premio: su goce activo de lector...” (En los reinos de taifa).

Esta práctica de lectura es la que reclama el libro de poemas: “Pócimas de Madame Orlowska” (La Paz Bolivia: Ediciones del Hombrecito Sentado/Plural Editores, 1998/2004) de Marcelo Villena Alvarado, este tipo de lectura digo porque lo mejor del texto está en su prosa como ya se verá. Pero, necesita además, aquella actitud que recomendaba Roland Barthes: Leer levantando la cabeza, hilando, siempre hilando, libre de la búsqueda de esencialismos en la lengua o en la “voz poética”. Por otra parte, una reseña debería ser una invitación a la lectura más que un intento de crítica o teoría literaria: Compartir una experiencia de lectura. Va pues.
Leemos el libro ordenadamente, lo abrimos por la primera página y vamos leyendo con la espina dorsal derechamente inclinada.
Nos encontramos con el primer poema: “Marinero de agua dulce”:

“Soy muy como el rezno de Babel, cometa suelto,
senil y fiero, tachado y sin embargo absuelto,
que por los corredores no cesa la pirueta
sin pronunciar el umbral ni decir una zeta. ”

Recorremos algunas páginas y un poema nos choca –la palabra es justa– por su mezcla con la lengua aymara, hacemos como si nada pasara y seguimos el recorrido, leemos “Amor mural”, tiene un largo epígrafe que, al comienzo, es lo mejor del poema, si no lean este trozo:

“Recuerdo, por ejemplo, que en una conversación alrededor de cervezas se nos oyó ver la vida desde una terraza de café:
–Si es simplemente como escribir algo, dijo alguien, cada quien escribe la suya... Y ante miradas que estaban a punto de lanzar los lapidarios y escépticos, las aclaraciones tuvieron que apurarse: ¿acaso uno escribe ‘libremente’?”

Seguimos leyendo y a estas alturas va asomando una manera desigual de tejer el poema, por ejemplo en “Escribir Aquí”:

“Escribo donde escribo cuando escribo
porque también escribo a quien escribo
ocasionalmente
mientras la escribo y no la escribo sin saber si la
escribo
o si quizás
la escribo sólo detrás de lo que escribo...”

donde el poema se irradia al vacío, recordamos entonces una mejor hechura del tejido en un poema de J.E. Eielson:

“Sueño que escribo y mientras sueño
Escribo este poema
Sueño que soy un niño todavía...” etc.

Pero volvemos a entusiasmarnos al leer el poema XXIX:

“Si volver tiene sentido
si son de ida los pasos del regreso
estarás sin decir nada
estaré aun sin recuerdos
Como si nunca nadie se hubiese ido
como si nada”

El entusiasmo crece cuando leemos “65 Senderos de Colores”, que tiene mucho del cuento oral aymara (su temática, sus nombres, no su idioma). Satisfacción que se consolida (y se detiene) definitivamente al leer lo que consideramos el mejor poema de todo el libro: “El Largo Juego de la Mirada”, aquí la escritura se despliega en una serie de descripciones con intención fotográfica, de ahí los subtítulos que preceden a cada poema: Toma N° 1, Toma N° 2, etc. Pero sólo es una intención pues, la palabra la traiciona, o más bien la palabra la tensiona y entonces las “formas” se transforman en cuadros descriptivos, esquemáticos, de gran calidad. Para muestra transcribimos fragmentos de algunas tomas:

Toma N° 1:
“De pie De frente Morenamente desnuda
Sólo el velo de su cabello sugiere la falta allí
donde todo parece estar resuelto
Se exhibe la presa La pared y el piso, lisos,
asépticamente blancos –si no fuera por su
sombra–, recuerdan los de cámaras casi tan
frías y vacías como el inmenso paisaje de nieve
que las rodeaba...”

Toma N° 7
“Sorprendida, ofrece con derroche la pose
Insostenible: la recursividad de la marea; el
cuerpo, eternamente activo, concebido en
reposo.
En efecto, la imagen detenida (sentada, de tres
cuartos, fumando y desnuda desde la cadera) no
termina de cuajar; no muestra, no protege.”

Toma N° 8
“La hora del duelo, cara a cara: vea, vea esto a
ras del suelo; no hay lugar para la huida.
Las trenzas desatadas, la frente en alto, el busto
desarmado. Sentada, cruza los brazos sobre las
rodillas; las rodillas se cruzan, también, un poco
más abajo. Como araña agazapada espera y
examina. De entre sus dedos cuelgan varios
hilos, hilos que han corrido de su vientre.”

Levantamos una vez más la cabeza e hilvanamos la idea de que cuando Marcelo Villena se aleja de ese aire localista que quiere dar a algunos de sus poemas con préstamos del idioma aymara, brilla, y es que el aymará es una lengua no escrita, es principalmente sonido y por eso no es útil a la poesía escrita. Vemos también la hebra de la prosa: cuando la escritura de Villena se acerca a ella brilla aún más, habrá que esperar entonces que suelte algún cuento o novela en el futuro. Desigual la cantidad de medicina de estas pócimas de Marcelo Villena, quizá fechar los poemas ayude a hacernos una idea del progreso de su escritura. Por ahora –más nos conviene– nos quedamos con el agridulce sabor de una cocción bien (perdonen la incongruencia) tejida.


Nota Biográfica:


Marcelo Villena Alvarado (1965), realizó estudios de Literatura en la Universidad de Toulouse II – Le Mirail, Francia. Es doctor por la Universidad de París VII-Denis Diderot, donde presentó su tesis sobre Roland Barthes, bajo la dirección de Julia Kristeva. Es catedrático en la Carrera de Literatura de la U.M.S.A. La Paz Bolivia, ha publicado también un libro de ensayos sobre la narrativa boliviana del siglo XX: “Las tentaciones de San Ricardo” (2003).