domingo, 16 de febrero de 2014

Releer a Puig

RELEER A PUIG

Autor: Marco Antonio Loza Sanjinés


Hace casi veintiséis años, el 22 de julio de 1990,  moría en Cuernavaca, México, Juan Manuel Puig, el autor de las novelas “La traición de Rita Hayworth” (1963), “Boquitas Pintadas” (1969), “El Beso de la Mujer Araña” (1976) o “Maldición eterna a quien lea estas páginas” (1981).

Había nacido en una provincia de Buenos Aires, Argentina, en 1932, luego de estudiar cine —su gran pasión— se fue a vivir a México, luego a Nueva York, después a Río de Janeiro y nuevamente a México donde murió mientras trabajaba en la redacción de una obra de teatro. Y, no es que lo recordemos aquí porque se trataba de un portento de la literatura Latinoamericana o Argentina (según Ricardo Piglia, fue el primer novelista profesional de ese país), sino porque su obra fue distinta, diferente, … en su tiempo.





En sus novelas la técnica narrativa está compuesta de fragmentos, de varios tipos de registros, Emir Rodríguez Monegal llegó a afirmar que la “Traición de Rita Hayworth” se inscribía formalmente en la tradición de James Joyce.

Lo cierto es que la historia, en cada una de sus novelas, va desfilando mediante diálogos y textos de diversa índole: informes, cartas, notas de publicaciones variadas, revistas, periódicos, acotaciones a la manera de los textos dramáticos, etc. Todo va conformándose en una construcción coherente y bien hilvanada pero, donde realmente brilla, es en la utilización del diálogo, Puig escribe magistralmente el lenguaje oral con sus silencios, variaciones, errores, modismos, interpolaciones, etc.

Por ejemplo, a la novela “El Beso de la Mujer Araña” podríamos considerarla como un gran diálogo entre los dos personajes; en “Boquitas Pintadas”, lo central de la novela nos viene dada por las cartas de amor que Juan Carlos Etchepare envió a Nélida Fernández (Nené) y que, a la muerte de éste, Nené relee desarrollándose la historia de un amor que sólo Puig podía haber re-creado (con todo el peso que este significante guarda) de la novela rosa y el folletín radial o televisivo, de las películas sentimentales o de la letra de algún bolero:


“En este momento te agarraría de la mano y te llevaría hasta el cielo, o por lo menos a alguna parte lejos de acá. ¿Te acordás de los sauces llorones al lado de la lagunita? Yo no me los olvido más.
Te quiere más y más Juan Carlos Etchepare, 21 de setiembre de 1935”




La idea de literatura que tiene Puig está desarrollada por entero —como sostiene Ricardo Piglia— en “La Traición de Rita Hayworth”, pero, paradigmáticamente, para nosotros, está en el “Beso de la Mujer Araña”.

En esta novela, dos presos ocupan una misma celda, uno está acusado de corrupción de menores (Molina, que es homosexual), el otro es un preso político (Valentín), el ambiente es el de los años de la dictadura Argentina. Hay un secreto que relaciona a ambos personajes: Molina tiene la “misión” de sacar toda la información que pueda del preso político a cambio de su libertad condicional, para cumplir su objetivo, Molina tiene que utilizar todo el poder de seducción del que es capaz, pero, poco a poco va enamorándose de Valentín y todo esto ocurre mientras le cuenta viejas películas que él ha visto.

La narración que hace Molina de las películas, muestra la función de toda narración que se quiere literaria: recurrir a la seducción de la palabra. Es obvio que Valentín no “ve” ninguna película, ninguna escena, sino que es una visión reconstruida por la palabra, enriquecida por la selección que hace Molina de las escenas que considera más importantes o más llamativas para él, contadas, además, por “capítulos” pues el rito de contar películas se repite cada noche progresivamente y “para agarrar sueño”. Las palabras de Molina empiezan a seducir gradualmente a Valentín, aunque éste se muestre esquivo y pierda interés debido a los prejuicios que lleva consigo.

Valentín es el lector que va cayendo en la trampa de interpretar lo que va escuchando/leyendo, enredándose cada vez más en la telaraña de la narración y confundiendo la ficción con la realidad, enajenándose en eso que Valentín sufre al final y que constituye su delirio, como el famoso Alfonso Quijano, ese delirio que la buena literatura alcanza en el lector atento: 

“(…) entonces cuando me despierte en la isla te vas a ir conmigo, “¿no querés quedarte para siempre en un lugar tan lindo?”, no ya está bien así, basta de descanso, una vez que me coma y después de dormir ya voy a estar fuerte otra vez, que me esperan mis compañeros para empezar la lucha de siempre, “eso es lo único que no quiero saber, el nombre de tus compañeros”, ¡Marta, ay cuánto te quiero! Eso era lo único que no te podía decir, yo tenía miedo de que me lo preguntaras y de ese modo sí te iba a perder para siempre, “no, mi Valentín querido, eso no sucederá, porque este sueño es corto pero es feliz”.

Puig escribió, lo que en su tiempo fueron best seller, pasada la euforia que despertó, tal vez sea hora de releerlo.