El síntoma en (psico)análisis
Autor: Marco Antonio Loza Sanjinés
“Todos los
fenómenos de la formación de síntoma pueden describirse con buen derecho como
un «retorno de lo reprimido».”
S. Freud. Moisés y la religión monoteísta
Introducción
Tal como sostiene
Jean-Luc Nancy en su ya célebre escrito “El
título de la letra”, leer a Lacan es leer un discurso que por fin ha
planteado la relación entre el Psicoanálisis y el orden teórico, hasta antes de
él había una silenciosa “acogida” del Psicoanálisis, entendiendo por ésta —dice
Nancy—: “la hostilidad declarada, la anexión, la confiscación o la consagración
a los fines, inmutables, de tal o cual aparato teórico. Más precisamente, a una
justificación, a una verdad, lo que equivale a decir también, casi siempre, a
una norma.”
Con Jacques Lacan
por fin se rompe ese “sistema de acogida” para situar al Psicoanálisis en un
campo teórico y proponer una reconfiguración de este, primero, distinguiéndolo
de la psiquiatría, después, de las psicoterapias; Lacan supo articular el saber
de su época con el cuidadoso examen de la Obra de Freud, tan cuidadoso fue con
el legado freudiano que éste le llevó casi treinta años.
“El tiempo
de la lectura es siempre tardío” —sostiene Jean-Luc Nancy— por supuesto, la
lectura de la obra lacaniana no escapa a esta regla, por eso es preciso
reforzarla, actualizarla. Si hay un concepto (en el sentido hegeliano) de
Freud, que ha separado las diversas corrientes “psi” de la visión del
Psicoanálisis, es el precioso concepto de “síntoma”,
la construcción que realizó Freud, seguido de Lacan, del síntoma, tomado de su
acepción médica, fue una verdadera revolución, desde su origen el síntoma había
sido algo a transponer, algo a eliminar encontrando su “causa”. Con Freud, la
“causa” del malestar del sujeto es a su vez su efecto, y con Lacan el síntoma
es una construcción que, como respuesta, realiza un ser-hablante.
La clínica y el síntoma
En su
investigación: El nacimiento de la clínica (1), Michel Foucault sostiene que
hasta el siglo XVIII los médicos le preguntaban regularmente al enfermo, esta
ínfima y decisiva pregunta: “¿Qué tiene usted?”, “veían” (su investigación
—dice el mismo Foucault— trata sobre la mirada, es decir cómo cambia ésta para
verificar la “enfermedad”) un conglomerado de especies nosológicas, de
condiciones mórbidas. La clínica nace precisamente cambiando esa “ínfima y
decisiva pregunta por esta otra: “¿Qué le duele?”, que es la
representación de la mirada que fragmenta el cuerpo en elementos discretos.
Aparecía así una nueva distribución de estos elementos discretos que
conformaban “el” cuerpo, por ejemplo, el “tejido” que constituye una paradoja:
la de ser una “superficie interior”, opuesta al órgano, también la condición
mórbida era remitida al orden de lo fragmentario, organizándolo en series
lineales en lugar de las “especies nosológicas”, se articula, a sí mismo, la
enfermedad con una parte del organismo, se construye un espacio local para la
enfermedad con sus causas y sus efectos. El nacimiento de la clínica trae consigo
esta mirada que despedaza.
Esta
reorganización de la mirada, provoca una reorganización profunda del discurso
médico y del lenguaje sobre la enfermedad, “La contención del discurso (proclamada por los médicos: rechazo de la
teoría, abandono de los sistemas, no filosofía), indica en secreto, esta reserva inagotable a partir de la cual
ella puede hablar: la estructura común que corta y articula lo que ve y lo que dice.” (Ibídem, págs. 14-15)
El síntoma
médico aparece así, como lo que perturba una cierta armonía, con la enfermedad
localizada en uno o varios órganos.
En la
tradición médica del siglo XVIII la enfermedad se presenta mediante signos y
síntomas, el síntoma era la forma bajo la cual se hacía visible la enfermedad,
por ejemplo: la tos, la fiebre, el dolor de costado, la dificultad de respirar
no eran la pleuresía, ésta permanecía como “retirada”, es decir, como el paso
de danza: avanzando y retirando con rapidez el pie. El síntoma era la “verdad”
de la enfermedad. El signo, en cambio, era la forma futura de la enfermedad, su
curación o su agravamiento, se trataba del éxito de la enfermedad: la vida o la
muerte.
“Así, —dice
Foucault— el siglo XVIII transcribía la doble realidad natural y dramática de
la enfermedad; así fundaba la verdad de un conocimiento y la posibilidad de una
práctica; estructura feliz y tranquila, en la cual se equilibran el sistema
Naturaleza-Enfermedad, con formas visibles [el síntoma] que se arraigan en lo
invisible, y el sistema Tiempo-Resultado, que se anticipa sobre lo invisible
gracias a su sistema de señales.” (Ibídem, pág. 132)
La formación
médica suponía esta doble mirada, el reconocimiento de signos y síntomas, hasta
que ambos desaparecían, se traslapaban, se convertían en el significante (signo
y síntoma) que hará por completo visible el significado, la verdad, de la
enfermedad. De esta manera la enfermedad ya no estaba “más allá” de los
síntomas, ya que su «colección forma lo que se llama la enfermedad»
(Broussonnet, Tableou élémentaire de la
semiotiqué. Citado por Foucault, pág. 133), así, el síntoma se convierte en
“los síntomas”, que significan lo patológico, el rompimiento de una armonía, la
“apariencia sensible de la enfermedad”, que no deben confundirse con la
enfermedad. El síntoma se convierte en el significante de la enfermedad.
El síntoma
se transforma en “expresión” de la enfermedad, su estado manifiesto, devuelve a
la enfermedad su exterioridad o, lo que es lo mismo, su verdad interior. Ahora
bien, entre el signo y el síntoma no hay diferencia, “lo que el signo dice, es lo mismo que es precisamente el síntoma”, “no hay
signo sin síntoma”, pero la totalidad de los síntomas jamás alcanzará la
realidad del signo, el síntoma, entonces, como expresión de la enfermedad, se
transforma en signo, bajo la mirada sensible a la diferencia, la simultaneidad
y la frecuencia.
Finalmente,
en este devenir signo del síntoma, todas las manifestaciones patológicas
hablarían en un lenguaje “claro y ordenado”, que estaría de acuerdo a un modo
de ver a la ciencia como “lengua bien hecha”.
El síntoma en Psicoanálisis (Freud)
Siguiendo el
rumbo trazado por la clínica desde el siglo XVIII, Freud admite que el síntoma
puede descifrarse, hasta antes de sus trabajos: “Inhibición, síntoma y angustia”
(1926 [1925]) y “El malestar en la cultura” (1930 [1929]) (2), es decir, antes
de su giro de los años veinte, Freud es partidario de una lectura del síntoma para
encontrar su velada verdad, en la articulación que Jacques Lacan describe como
la cadena significante: S1 - S2; el lapsus, los sueños o los actos fallidos, el
chiste (las formaciones del inconsciente), son fenómenos considerados como la
“envoltura formal del síntoma”, ya que todos estos fenómenos tienen un sentido,
que hay que hallar, reconstruyéndolo, en el análisis. El síntoma se encuentra
así en el orden de las formaciones del inconsciente.
Con “Inhibición,
síntoma y angustia” de 1925, Freud realiza un giro, a la manera del
“giro lingüístico” en la filosofía de los años 70, ya no busca descifrar el
síntoma, lo sitúa y relaciona con la pulsión, el síntoma pasa a ser pensado
como un modo de satisfacción que se aparta del principio de placer y se
manifiesta como displacer. Lo que aparece como displacer o sufrimiento enmascara
una satisfacción, lo que se muestra como displacer se descubre como
satisfacción.
Acaba, pues,
la idea de un sentido que acompañe al síntoma y hace su paso lo que Lacan
trabajará arduamente: el deseo. El deseo se presenta en la experiencia
analítica como síntoma. “Llamo aquí
síntoma, en su sentido más general, tanto al síntoma mórbido como al sueño o
cualquier cosa analizable. Lo que llamo síntoma es lo que es analizable.” (J.
Lacan, S. V, pág. 332) (3) Dice Lacan: “el síntoma se presenta bajo una
máscara”, lo que el sujeto busca satisfacer es una demanda, que es otro nombre
de la pulsión (4), el sujeto está implicado en una posición de deseo, esta
posición está representada por el síntoma.
Como el
síntoma se encuentra debajo de una máscara no permite orientar al sujeto, no
permite encontrarle un “sentido”, ya que éste está encadenado a la demanda como
deseo, podríamos decir que es un “puro deseo”. “La cuestión es la del vínculo entre el deseo, que permanece como un
signo de interrogación, una x, un enigma, y el síntoma con el que se reviste,
es decir, la máscara.” (Ibídem. Pág. 334)
Refiriéndose
al “Eso habla” de Freud, Lacan
comenta (todavía muy hegelianamente) que, en cuanto inconsciente, el síntoma se
articula (como un lenguaje), es decir, el síntoma se presenta para hacer
reconocer el deseo, pero para que nadie lo reconozca, he ahí el papel de la
máscara, ya que “[e]ste deseo es un deseo que el sujeto excluye porque quiere
hacerlo reconocer.” Tras la máscara se encuentra un deseo de reconocimiento
que, a fin de cuentas, es un deseo de nada.
¿Qué es la
máscara para Lacan, si no todas las identificaciones a las que el sujeto se ve
llevado por someterse a la demanda, que siempre es la demanda del Otro? La
demanda produce el “Ideal del yo” que va sobre la línea de transformación del
deseo hacia la máscara, la demanda rehusada produce la máscara, por tanto, la
máscara se constituye en la insatisfacción. Hay tantas máscaras como formas de
insatisfacción.
Síntoma y pulsión (Lacan)
A diferencia
del síntoma en los orígenes de la clínica (cf. La clínica y el síntoma), el síntoma en psicoanálisis es uno auto-diagnosticado,
un síntoma es un malestar para un sujeto y reconocido como tal, el analista, a
diferencia del médico, no ve los signos de la enfermedad en la que la palabra o
el lenguaje serían simplemente tomados como medios, sino que “acoge el síntoma”
(5), es decir, busca las huellas de un sujeto en lo que dice, no las huellas de
una enfermedad.
Buscar las
huellas de un sujeto en lo que dice, no quiere decir encontrarle un “sentido” a
lo que se dice, ni siquiera a su vida, es más bien entender que en el
inconsciente: “Eso habla”, pero, al
mismo tiempo, y más importante aún, el síntoma como “uso”, ya que el síntoma
sirve para el goce, allí donde el sujeto sufre, allí encuentra una satisfacción,
de ahí que sea tan difícil deshacerse del síntoma.
Esto nos
lleva a la lectura que hace posteriormente Lacan de Freud, a partir de:
“Inhibición, síntoma y angustia”, en el que el síntoma se presenta como
respuesta y no como enigma o pregunta, ya no es tomado como el recuerdo
traumático de un evento, sino como el residuo de un encuentro del ser, es
decir, de un acto, ya que para Lacan sólo se “es” en acto, el ser participa y
es responsable, en cierta medida, de la respuesta que es el síntoma frente al acontecimiento
extraño. Para Freud el síntoma es un “cuerpo extraño”, y Lacan aclara que el
“cuerpo extraño” que afecta al sujeto, es el lenguaje mismo (6).
Este “valor
de uso” que tiene el síntoma para el sujeto dista, como en la economía política
de Marx, de su “valor de cambio”. El “valor de uso” es el “valor de goce”,
heterogéneo del valor de cambio, ya que el goce carece de capacidad de circular,
se coagula en un sujeto, por eso en Lacan se encuentran dos sentidos de la
palabra goce, una, como “gozar de” y otra, como goce del propio cuerpo. El
goce, en Lacan, es el fundamento económico del inconsciente, se trata de la
economía que implica una energía que le es propia, una economía de la pulsión.
Hay una
infiltración del goce en el síntoma que hace que aparente rebeldía ante la
insatisfacción, así el síntoma escapa de su definición como metáfora, es decir,
de su definición significante; con la infiltración del goce en el síntoma éste
ya no se trata de Otro, tesoro del significante, o el Otro de la verdad, sino
Otro como sede del goce.
La operación
significante en el cuerpo, establece la marca de la castración, que es, de
acuerdo a Lacan, la inscripción de la pérdida de goce, se establece así la
alienación entre cuerpo y goce, no hay goce sin cuerpo, pero el sujeto ha
quedado desapropiado del suyo, queda la recuperación del goce perdido y la
elección obligada es el cuerpo, así el goce retorna sobre el cuerpo, lo rodea, ronda
por los agujeros, que son los medios de producción del “plus de gozar”.
El cuerpo
así mortificado por el significante, “cuerpo gozante”, es un cuerpo
subjetivado, sin el goce-todo correlativo al no-todo de la verdad, el goce sólo
puede ser parcial y momentáneo (la pulsión siempre es “pulsión parcial”), así
como la verdad sólo puede decirse a medias, el goce parcial satisface a un
sujeto no al organismo biológico, en esta posición se encuentra el “objeto a”,
que es a la vez pérdida y recuperación.
Uso del síntoma
El sujeto
usa de su síntoma ya que es lo único que encuentra para orientarse (por debajo
de su máscara) hacia el encuentro ficticio del goce perdido, cuyo emblema es el
“objeto a”, logra orientarse mediante el uso de su cuerpo, es decir, como
esclavo: “el ser cuya obra es el uso del
cuerpo” (7), esto quiere decir que el sujeto no padece de un síntoma, no es
pasivo a él, hay una participación del ser, el sujeto es responsable de lo que
percibe como sufrimiento, pero que es una solución frente a lo que lo afecta,
por eso la respuesta sintomática es diferente en cada caso.
El síntoma es
una respuesta-solución a la demanda
descomunal del Otro con el que el sujeto no puede lidiar, el síntoma hace
fracasar la demanda del Otro, este es su uso más frecuente: ser sostén frente a
la demanda del Otro, el punto desde el que se articula el deseo que se
distingue de la demanda y la necesidad.
Estas son
las razones por las que el análisis no busca eliminar el síntoma, ya que es el
punto de dignidad del sujeto, que se queje, que quiera deshacerse de él es la
posición subjetiva del orden del no-saber, esta relación paradójica del sujeto
con su síntoma, está firmemente ejemplificada por la histeria (de la que parte
Freud para encontrar el inconsciente), como la del sueño llamado “de la bella
carnicera” (8), en la que el deseo es un deseo de tener un deseo insatisfecho;
también en la obsesión encontramos ejemplos como la postergación en la toma de
decisiones, que es una manera de enfrentarse al Otro demandante, haciéndolo
esperar para que aparezca el deseo.
Podemos
preguntarnos aquí: ¿por qué una respuesta, que es una solución, puede afectar
al sujeto enfermándolo? Porque tal respuesta es un cuerpo extraño al que el
sujeto tiene que acomodarse, hay una exigencia a la que el sujeto no ha logrado
dar más respuesta que su síntoma.
Notas y bibliografía
(1) Michel
Foucault. El nacimiento de la clínica. Una arqueología de la mirada médica. Trad. Francisca Perujo. (México:
Siglo XXI Editores, 2001)
(2) Sigmund
Freud. Inhibición, síntoma y angustia. O C. T. XX. Trad. José L.
Etcheverry. (Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1992).
—El
malestar en la cultura. O C. T. XXI. Trad. José L. Etcheverry. (Buenos
Aires: Amorrortu Editores, 1992)
(3) Jacques
Lacan. Las formaciones del inconsciente. S. 5. Trad. Eric Berenguer,
(Buenos Aires: Paidós, 2003). Pág. 332
(4) “La pulsión
es entonces la ficción que trata, en el núcleo de la experiencia analítica,
sobre la paradoja de la satisfacción en el sujeto: estar satisfecho no es tener
aquello que su corazón o su cuerpo necesita, pide y hasta desea. […] La pulsión
manifiesta las consecuencias, sobre el goce, de la inscripción en el orden
simbólico. Es la respuesta freudiana a esta subversión de la satisfacción en el
Bien, respuesta cuyo origen Lacan ubica en Kant. Cuando la satisfacción de la
necesidad implica el retorno de un objeto, su consumo y la repetición del
mismo, la satisfacción pulsional exige la ausencia del objeto, como causa de
una Spaltung en el sujeto, y la
repetición de lo diferente: es por lo tanto despliegue de un trayecto
circular.” Marie-Hélèn Brousse. El síntoma y la pulsión. En: AA. VV.
La envoltura formal del síntoma.
Trad. Adriana Torres. (Buenos Aires: Ediciones Manantial, 1989). Págs. 17-25
(5) Colette
Soler. La querella de los diagnósticos. Trad. Pablo Peusner. (Buenos
Aires: Letra Viva Editorial, 2009)
(6) Daniel
Heller-Roazen en: Ecolalias. Sobre el olvido de las lenguas, presenta muchos
ejemplos de este “cuerpo extraño”. Trad. Julia Benseñor. (España: Katz
editores, 2008)
(7) Definición
de esclavo en la Política de Aristóteles, citado por Agamben Giorgio Agamben. En:
El
uso de los cuerpos. Trad. Rodrigo Molina-Zavalía. (Argentina: Adriana
Hidalgo Editora, 2014)
(8) Sigmund
Freud. La desfiguración onírica. En: La interpretación de los sueños. O. C. T. IV. Trad. José Luis
Etcheberry. (Buenos Aires: Amorrortu, 1991). Págs. 164 y sigs.