domingo, 29 de septiembre de 2019

De la Virginidad. Michel Foucault y Las confesiones de la carne






De la Virginidad. Michel Foucault y “Las confesiones de la carne”

 

Autor: Marco Antonio Loza Sanjinés

 

El dispositivo foucaultiano

 

Michel Foucault sostenía, en la introducción a El uso de los placeres (1) que, tratándose de la sexualidad como experiencia histórica singular, había que considerar tres ejes de análisis que pudieran examinarse en sí mismos tanto como sus correlaciones, estos tres ejes serían: la producción de los saberes que se refieren a la sexualidad, los sistemas de poder que regularían su práctica y la forma en que los individuos se reconocen como sujetos de esa sexualidad. (Merecen un lugar diferente sus trabajos sobre el método: Las palabras y las cosas y Arqueología del saber).

Michel Foucault ya había trabajado en la distinción de dos de esos tres ejes que se transformarían en herramientas para distinguir las relaciones históricas de la experiencia de la sexualidad, el primero correspondía a sus trabajos sobre el poder psiquiátrico y la medicina (Historia de la locura en la época clásica), el segundo a las prácticas punitivas y disciplinarias (Vigilar y castigar). En cuanto al tercer eje, el que podría alumbrar el entorno de las maneras cómo los individuos se someten (se hacen sujetos) a la sexualidad, le planteaba muchas dificultades, (estaba en construcción su trabajo sobre las Tecnologías del yo).

La idea-concepto de “sujeto deseante” o la noción de “hombre de deseo”, si bien eran teóricamente bien aceptadas, eran algo extrañas pues correspondían, por un lado, a la teoría clásica sobre la sexualidad y por otro, al pensamiento cristiano de los siglos XIX y XX. Se planeaba pues una genealogía para analizar la idea-concepto de “sujeto deseante”, Foucault entendía por genealogía una investigación que diera cuenta cómo el individuo moderno había conseguido hacer una experiencia de sí mismo como sujeto de una sexualidad, para lograr esto, Foucault se veía forzado a una tarea difícil: despejar “la forma en que, a través de los siglos, el hombre occidental se vio llevado a reconocerse como sujeto de deseo.”

Subjetividad y sexualidad

 

Para Michel Foucault la sexualidad era, al comienzo de su proyecto de una “Historia de la sexualidad” (cf. el prefacio al primer tomo), un instrumento de subjetivación y un instrumento de poder, era lo que ligaba al sujeto con una identidad, quería así responder a una interrogación sobre las maneras en que los discursos de la religión, de la ciencia, de la economía y, por tanto, de la política ceñían la moral en torno a la práctica de la sexualidad. Después, en los años setenta en adelante, su trabajo va dirigiéndose más a una historia de la subjetividad o “Tecnologías del yo”, en el que la sexualidad se transforma en un dispositivo, un discurso que se encontraría en el cruce de las relaciones de poder y las relaciones de saber, tendría pues, un lugar privilegiado para seguir la encrucijada del sujeto de la sexualidad.

Hay tres maneras de subjetivación consideradas por Foucault, que en verdad “objetivan” al sujeto: desde el punto de vista de la ciencia, como el sujeto en la gramática o en la economía; desde el punto de vista de las “prácticas divisorias”, aquellas que consideran un sujeto divido en sí mismo o respecto de los otros, como en la psiquiatría que los divide entre normales y anormales; desde las prácticas políticas mediante técnicas que se reúnen en el término “gubernamentalidad”. Sin embargo, surge las preguntas: ¿cómo el sujeto adquiere conciencia de su posición de sujeto?, ¿bajo qué técnicas se apropia de su propia relación consigo mismo? Para responder estas preguntas Foucault recurre a las órdenes monásticas como paradigma de control mediante técnicas de sí mismo.
Más que la constitución del sujeto, lo que mueve a Foucault a estudiarlas es oponerse a la noción de sujeto en la filosofía introducido por Descartes, su oposición se sitúa en la comprensión de cómo el sujeto es transformado, en cierto momento histórico, en objeto de análisis y cómo esta transformación retorna en las teorías del sujeto, este empeño coincidió con la práctica teórica de Jacques Lacan, que por ese tiempo llevaba la disciplina del seminario, y que también criticaba y transformaba el sujeto cartesiano.

Como sostiene Mauro Vallejo (2), el elemento central de la tesis de Foucault es que desde hace tres siglos somos empujados a producir discursos sobre el sexo, a tal punto que en el sexo se escondería la verdad última a develar, y lo que a Foucault le interesa es aclarar(se) esa ansia de decir sobre la sexualidad y la manera en que se constituye el “hombre de deseo”.

La virginidad

 

En la cuarta parte de su “Historia de la sexualidad”:  Las confesiones de la carne (3), Foucault encuentra un objeto prínceps que antes no aparecía resaltado en sus escritos. Foucault, recoge de la obra patrística, el concepto (en el sentido hegeliano) de “Virginidad”, que se desplaza desde los cristianos de Oriente como Basilio de Ancira con su obra: “De la verdadera integridad de la virginidad” hasta San Agustín con: “De continentia. De sancta virginitate”, aunque la valoración de la virginidad es más antigua, se presenta tan atrás en la historia como en la primera epístola a los Corintios (7:1) que dice: “Bien le está al hombre abstenerse de mujer”, con esta postura frente a la práctica sexual “fue como se formó la concepción cristiana de la carne.” (Pág. 172)

Hay tres grados de virginidad según Tertuliano: la que se recibe al nacer, la que se recibe con el bautismo y la “monogamia”, ésta última es la que se inicia cuando el matrimonio se rompe, a cada grado corresponde una cualidad: Felicitas para el primero, virtus para el segundo y para el tercero modestia. “En realidad, estos textos de tertuliano están imbuidos de una moral rigurosa de la continencia, mucho más que de una valorización espiritual de la virginidad. Puede reconocerse en ellos, incluso, la resistencia a cualquier práctica que dé un sentido y un estatus particulares a la virginidad de las mujeres.” (Pág. 176).

Textos de este tipo, con los cuales Foucault se enfrenta, disocian la virginidad de las prescripciones de continencia para darle una forma espiritual positiva e intensa que se desarrollará luego con Gregorio de Nisa hasta San Agustín. Así, en el siglo IV la virginidad se inscribe en los grandes temas que preocuparan a Foucault hasta su último curso en Collège de France: desarrollo de la ascesis, el gobierno de uno mismo y de los otros, la introducción de un régimen complejo de verdad.

En este punto no se puede olvidar que uno de los grandes mitos cristianos es la concepción virginal de Jesús por María, es indudable —dice Guy Bechtel (La carne el diablo y el confesionario) (4)— que con la figura de Jesús se inicia la glorificación de la virginidad, pero, aclara, bajo un régimen de fin de mundo, de la inminencia del fin de los tiempos, bajo este ambiente el sexo no tiene importancia, así Jesús condena todo lo que puede manchar el corazón del hombre: “Intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias”, incluso hay que cuidarse del pensamiento: “Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón”, con lo cual —observa Bechtel— el pensamiento se vuelve más decisivo que los actos. En una actitud totalmente nueva, porque se “diría que a Jesús no le interesa la sexualidad”, no legisló sobre ella ni predicó la abstinencia, quizá debido a esto es que San Pablo, el máximo artífice del cristianismo, funda la represión sobre la sexualidad basándose en preceptos del antiguo testamento (Bechtel, pág. 80).

Vemos surgir en el siglo IV el desplazamiento (*) de la “virginidad-continencia” hacia un “arte de la virginidad”. Foucault nos recuerda, en “El uso de los placeres” (pág. 92), que los griegos clásicos no consideraban la virtud sexual de la mujer como paradigma de la templanza, era más bien el hombre, que mantenía un control o gobierno sobre sí mismo, visto como el modelo de la virtud de la templanza, que de ese modo adquiría un carácter “viril”, tenía la “forma de un combate a librar” (Ibídem.).

La virginidad como “técnica de sí”

 

El “arte de la virginidad”, es una “técnica de sí” muy relacionada con la tradición pagana de la continencia o la ascesis que definía la “vida filosófica”, había pues que separar y distinguir la “virginidad” de las técnicas paganas de continencia. Sin embargo, a pesar de todo su esfuerzo, ningún autor del siglo IV pudo deshacerse de la influencia de los filósofos paganos, sobre todo desde la crítica de la vida matrimonial y del elogio de la vida independiente.

El “arte de la virginidad” se fundaba así, en la desvalorización de la vida conyugal, por ejemplo, Teofrasto citado por San Jerónimo, sostenía que: “No es posible amar a una mujer y a los libros”, había una incompatibilidad primordial entre la actividad filosófica y la vida matrimonial. “La exposición sobre los fastidios del matrimonio es un pasaje casi obligado en los textos cristianos que se ocupan de la virginidad.” (Foucault, Las confesiones… Pág. 200). Foucault nos presenta, como paradigma la posición de Gregorio de Nisa, que es una verdadera diatriba a las tres razones para fundar un matrimonio. Las tres razones eran estas: felicidad de la pareja, la satisfacción de los hijos, la ventaja de contar con un compañero en la vejez.

Para Gregorio de Nisa, la dicha de la pareja no es tal desde el momento en que puede fenecer, por la “envidia” o por la muerte, de cualquier manera “la edad, la vejez y el tiempo la desgastan poco a poco” (citado por Foucault, Ibídem, pág. 200). Respecto de los hijos, para Gregorio de Nisa sólo traen consigo dolor: dolor del parto, accidentes, muertes prematuras, constante preocupación de los que sobreviven. Y Gregorio arremete también en contra de la compañía mutua que resaltaría el matrimonio, ya que la muerte siempre estará como invitada de honor. Para San Crisóstomo también la vida independiente, opuesta al matrimonio, vendría como sabiduría y felicidad filosófica, se pregunta entonces: “cómo es posible que casi todo del género humano, cuando se le ofrece la dicha en la quietud y el reposo del espíritu, ni siquiera vea en ello un placer, mientras que concibe el mayor de sus placeres en la preocupación, las desavenencias y la inquietud.” (citado por Foucault, Las confesiones. Págs. 200, 201). (Es posible escuchar aquí, las palabras de Freud, cuando se preguntaba ¿por qué el ser humano se afanaba en buscar su desgracia?).

Y, sin embargo, Foucault, encuentra ciertas paradojas en esta crítica a la vida matrimonial y el elogio incondicional de la virginidad. Ya que hay más “peligros” o “pruebas” que deben ser superadas en el matrimonio y, por tanto, mérito en las personas casadas, San Crisóstomo sale al paso de esta objeción, el matrimonio no puede ser una “prueba” de la vida cristiana ya que fue aceptada voluntariamente.

La vida contemplativa

 

Este es el tema con frecuencia abordado por los autores del siglo IV, que veían la vida contemplativa como la mejor actitud del filósofo, casi todos los autores cristianos sostendrán que una vida tranquila comienza con la virginidad y con una exclusión de las inquietudes cotidianas atribuidas al matrimonio. Aquí viene un pasaje memorable de San Agustín cuando comenta el salmo 132 y que Foucault resalta: Agustín compara la actividad de tres hombres: Noé, Daniel y Job, al primero lo asocia con dos hombres trabajando en el campo, tienen que ocuparse de la cosecha para la Iglesia; a Job con la de dos mujeres trabajando en el molino, los fieles que sirven a Dios; en cambio a Daniel con la de dos hombres recostados tranquilamente, que no han sucumbido a las pasiones, ni se mezclan con el tumulto del género humano.

Daniel, la figura de la castidad, en la tranquilidad de la vida exenta de matrimonio, está tranquilo, pero entre dos leones que representaban los deseos y las tentaciones que asedian su corazón, Agustín lo llama: “vir desideriorum” o “varón de deseos”. Foucault observa que esa tranquilidad es, en realidad, una tranquilidad inseparable de la batalla con el Enemigo, así la virginidad, se desplaza para ser una “experiencia compleja, positiva y agonística” (Foucault, Las confesiones, pág. 203).

Bibliografía:

 

(*) Pocas veces se ha valorizado correctamente el peso que tiene el concepto-idea de “desplazamiento” en Foucault, mediante el hallazgo de desplazamientos es cómo los hechos de discurso se superponen unos en otros, desplazamiento que también podemos hacer coincidir con una metonimia de los actos en las técnicas de sí.

(1) Michel Foucault. Historia de la sexualidad 2. El uso de los placeres. Trad. Martí Soler. (Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2011)

(2) Mauro vallejo. Incidencias en el Psicoanálisis de la obra de Michel Foucault. (Buenos Aires: Letra Viva Editorial, 2006)

(3) Michel Foucault. Historia de la sexualidad 4. Las confesiones de la carne. Trad. Horacio Pons. (Madrid: Siglo XXI Editores, 2019)

(4) Guy Bechtel. La carne, el diablo y el confesionario. Trad. Marcelo Cohén. (España: Anaya & Mario Muchnik, 1997)

domingo, 16 de junio de 2019

La Muerte de la Pitia de Friedrich Dürrenmatt. Aquello que no cesa de no escribirse






La Muerte de la Pitia de Friedrich Dürrenmatt. Aquello que no cesa de no escribirse


 

Autor: Marco Antonio Loza Sanjinés

A Cynthia Daniela, por lo compartido tras la mirada



El trauma lacaniano

 

El Psicoanalista Miquel Bassols, en una conferencia dada en Granada sobre la relación entre las neurociencias y el psicoanálisis, se refirió a un hecho clínico ocurrido después de los ataques terroristas del 11 de marzo de 2004 en Madrid, en el que los que habían pasado por esos terribles momentos relataban algo idéntico en versiones diferentes, aquello que no llegó a ocurrir, por ejemplo: “no pude ayudar a la persona que tenía al lado” o “si hubiera tomado el tren anterior”, lo que causaba malestar era aquello que no cesaba de no ocurrir.

Un trauma no consiste en algo terrible que ocurrió en la vida de alguien, más bien es aquello que no ocurrió y que "no cesa de no ocurrir". ¿Cómo algo que no ocurrió llega a inscribirse como algo que no cesa de no ocurrir? Lacan, en su afán de acercar el psicoanálisis a la “ciencia de lo real”, la lógica matemática, se apoya en la famosa paradoja de Russell.

Russell se refiere a la noción de Conjunto dada por George Cantor, esa que dice: “Se entiende por conjunto a la agrupación, en un todo, de objetos diferenciados de nuestra percepción o de nuestro pensamiento”, frente a ella Russell observa que ocurre una paradoja de difícil resolución frente a lo que él denomina conjuntos ordinarios y conjuntos extraordinarios, los conjuntos ordinarios, que son legión, son los que no son elementos de sí mismos, en cambio los conjuntos extraordinarios son elementos de sí mismos. Un ejemplo de conjunto extraordinario es el conjunto de todas las ideas abstractas, pues él mismo es una idea abstracta, en cambio, el conjunto de todos los planetas del sistema solar, es ordinario, pues él mismo no es un planeta.

Matemáticamente diríamos que un conjunto X es ordinario si sólo sí “X no pertenece a X” y extraordinario si sólo si “X pertenece a X”, ahora bien, de acuerdo a la noción de conjunto de Cantor, podemos llamar “A” al conjunto de todos los conjuntos ordinarios y analizar este conjunto, éste puede ser ordinario o extraordinario, si “A” fuese ordinario entonces debería ser “A pertenece a A”, lo que significaría que “A” es extraordinario, luego, no puede ser extraordinario, ya que si lo fuese, entonces “A no pertenece a A”, por lo tanto sería ordinario, ocurre entonces la contradicción: “A pertenece a A” si sólo si “A no pertenece a A”.

En el “Caso Juanito”, ejemplo paradigmático en Freud (1), la construcción verbal: “todo ser tiene falo”, reconstruida lógicamente, tal como vimos más arriba, diría: “no puede ser que no haya falo”, la atribución fálica en Juanito es del orden de una negación redoblada (no una negación de la negación): “No puede ser que no haya falo”. Ése es un lugar lógicamente imposible, es lo que Lacan denomina Real, ése es el lugar del objeto imposible, no incluido en lo predicable.

El trauma es un lugar vacío. Allí, algo no cesa de no-escribirse, por eso Lacan utiliza el neologismo: troumatisme

La muerte de la Pitia

 

La muerte de la Pitia (3) es una narración del suizo Friedrich Dürrenmatt, basada en el drama: “Edipo Rey” de Sófocles. Dürrenmatt —también dramaturgo— (d)escribe, allí, todas las posibilidades de combinación lógicas de los elementos de la obra de Sófocles que tanto iluminó la teoría freudiana; Dürrenmatt, ensaya todas las posibles soluciones narrativas de la aventura trágica del héroe Edipo, constituye, a su modo, una repetición exitosa.

La narración de Dürrenmatt se desenvuelve lejos del mito trágico griego (4), lo toma a su cargo y lo transforma en una comedia lógica, analizando cada una de sus posibilidades y combinaciones, juega con sus personajes como un

Veamos, (queda claro que nuestro resumen no exime de la lectura completa de la obra de Dürrenmatt, ni de la de Sófocles que aquí apenas queda esbozada).

Layo visita el palacio de Pélope, se acuesta con su esposa Hipodamia y la deja embarazada, en venganza Pélope lo manda castrar. Hipodamia da a luz a una niña, la Esfinge, que fue cuidada por una sacerdotisa de Hermes, cuando esta muere la esfinge se retira al monte Citerón, donde cría una manda de leonas, probablemente para protegerse de su padre, a pesar de todo este cuidado Layo llega a su santuario y ordena a su cochero Polifontes violar a su hija, la Esfinge da a luz producto de esta violación, a Edipo. Simultáneamente Yocasta daba a luz a otro Edipo; Layo, que conocía un oráculo que le anunciaba que sería muerte por un hijo suyo, manda un pastor que lleve al hijo de Yocasta al bosque y lo mate, sin embargo, el pastor lo lleva al santuario de la Esfinge y le cuenta que Yocasta le había encargado que diera el niño a los reyes de Corinto. Mientras el pastor dormía la Esfinge arrojó al hijo de Yocasta a las leonas, taladró con un punzón los pies de su propio hijo, tal como habían hecho con el otro Edipo, y lo entregó al pastor a la mañana siguiente, así Edipo creció en el palacio de Corinto sabiendo que sus padres Pólibo y Mérope, eran sólo adoptivos, después se dirigirá a Delfos a fin de conocer los nombres de sus auténticos padres, fue allí donde conoció la profecía de la Pitonisa Paniquis X. paradójicamente, en la narración de Dürrenmatt, Edipo comprende que cualquier hombre que matara podría ser su padre, así. Cuando mató sin piedad a Layo, debió asumir que era su padre, pero también mató allí a Polifontes, el auriga de Layo, que sí era su verdadero progenitor (veamos aquí la ilustración de la diferencia que realiza Lacan frente al padre real, al padre simbólico y al imaginario), después, encuentra a la Esfinge, resuelve el enigma que le plantea y se convierte en su amante, ninguno conoció la relación que tenían ambos, ser madre e hijo, la Esfinge la conocerá después. Edipo continuará su viaje a Tebas donde entrará como triunfador y se casará con Yocasta, a la que creía su madre. En la historia de Dürrenmatt, Edipo es libre como ningún otro, gracias a la posesión del oráculo se satisface de haber matado al padre y casarse con su madre, ya que odiaba a sus padres y a los dioses (versión moderna del héroe), pero Dürrenmatt lo complica aún más. Pues Edipo también mato a su abuelo: Layo, que confundió con su padre.

Aquello que no cesa de no-escribirse

 

Uno de los nombres de lo Real, es: “no cesa de no escribirse”, otro es: “imposible lógico” y, otro más: “aquello que vuelve al mismo lugar”.

En La Muerte de la Pitia de Dürrenmatt, hay algo que no cesa de no-escribirse: la ignorancia de Edipo del drama de Sófocles. En la obra de Dürrenmatt, Edipo sabe, pero eso no impide que el destino anunciado por una Pitia que no-sabe-que-sabe, lo arrastre hacia el mismo final.

Las repeticiones y las múltiples variaciones entre las relaciones de los personajes, hacen lugar a aquello que Dürrenmatt no logrará escribir: la totalidad de las posibles soluciones de la tragedia, quizá, urdiendo una manera de vérselas con la repetición. (Herta Mûller decía que aquello que no puede decirse puede escribirse).

La trama estructural está dada por el desarrollo de tres oráculos. Es la misma Paniquis quien, consultando el “Libro de los oráculos” en el que se anotaban todos los vaticinios del santuario, encontrará que su antecesora Crobila IV había enunciado el primero, que es dado a Layo, rey de Tebas, fue escrito por Tiresias que quiere en influir en el futuro de la ciudad de Tebas, le dice que si tiene un hijo éste le asesinaría.

El segundo es el conocido oráculo que la Pitia le dice a Edipo, que a Paniquis le parecía absurdo, ¿quién sería capaz de asesinar a su padre y acostarse con su propia madre? 

El tercer oráculo es el que da a Creonte, es uno también inventado por Tiresias, aprovechando un brote de peste en la ciudad, que la enfermedad desaparecería si se encontraba al asesino del rey de Tebas.

Dürrenmatt opone, en su obra, el destino y el azar, siendo así, el futuro es aquello que no cesa de no pasar, por eso se repite y se repite con diferentes relaciones. En el mito relatado por Sófocles, el viaje de Edipo hacia su destino se inicia por medio del azar, cree que es hijo de otros padres y acude al oráculo para saberlo, allí recibe la noticia que asesinará a su padre y se acostará con su madre, para evitar esto abandona su hogar y se encontrará con el cumplimiento del destino del que quería escapar.

En el mito reencontrado y relatado por Dürrenmatt, Edipo no escapa a su destino se dirige de lleno a él, pero su camino se tuerce muchas veces, por el azar, así su saber, que es un no-saber, le hace cumplir su deseo que es deseo de cumplir su destino. Dürrenmatt parece querer responder a la siguiente pregunta: ¿Cómo de algo sin sentido, puede pasar, mediante variadas relaciones, a tener sentido? En lenguaje lacaniano, diríamos: ¿Cómo la letra sin sentido, pasa a formar un sentido?

Notas

 

(1) Sigmund Freud.

 (2) Jacques-Alain Miller. Matemas II, Trad. Carlos A. de Santos. (Buenos Aires: Ediciones Manantial, 1990). Pág. 59

(3) Friedrich Dürrenmatt.

(4) Los griegos le llamaban tragedia a darse cuenta del destino. Edipo sabe lo que ocurrirá y hace todo para que no ocurra y aun así ocurre, cumple su destino sin saberlo, cuando lo sabe ya es tarde, entonces toma la mano de su hija y camina ciego hacia su muerte, se detiene y pronuncia una frase compleja e inesperada: “Juzgo que todo está bien”. Cumplió su destino, que es decir que cumplió su tragedia y contra toda maldición dice: “todo está bien”.