jueves, 15 de octubre de 2020

Oralidad y Literatura

 


 

Oralidad y Literatura

 

Autor: Marco Antonio Loza Sanjinés

Introducción

Quizá parezca obvio sostener que el Psicoanálisis opera con la palabra oral, sin embargo, existe la Literatura que reivindica, en algún punto de su crítica, la teoría psicoanalítica en la lectura. Ahora bien, el Psicoanálisis se basa, desde sus orígenes en la clínica, es decir, en la práctica analítica entre dos seres hablantes (analista y analizante), en cambio la Literatura toma su nombre de la escritura (del latín littera = letra; para otros filólogos, provendría del griego diphthera = cuero curtido para escribir sobre él), al mismo tiempo Jacques Lacan reivindicó, a su vez, la letra para el psicoanálisis en su última enseñanza, por ejemplo, en Lituratierra.

¿Cuál es pues, el puente que oscila entre la Literatura y el Psicoanálisis? Esta es la pregunta fundamental que se irá moviendo buscando su respuesta que, intuimos, nunca la alcanzará.

Un puente es un punto móvil entre dos orillas, sólo se lo construye para los bordes, puntos de sujeción que pertenecen cada uno a ámbitos diferentes. Los bordes forman parte de territorios desiguales, incluso alejados, el puente entonces, no haría sino mostrarnos una ilusión: que dos campos del saber diferentes y desiguales pueden dialogar en/sobre la distancia; convendría en este punto recordar el poema de Antoine Toudal que Lacan encontró en un almanaque y deformó en su conferencia Hablo a las paredes:

«Entre el hombre y la mujer está el amor.

Entre el hombre y el amor hay un mundo.

Entre el hombre y el mundo hay un muro»

Hay puentes que sólo existen para ser olvidados una vez transitados, esto vale también para el ámbito de la teoría. En este texto recorreremos tres puentes entre el Psicoanálisis y la Literatura.

Primer puente: Freud y su / la Literatura

Sigmund Freud fue, también, un escritor literario, quizá esta frase suene muy concisa u obscura, sin embargo, tiene sus raíces y su fundamento. Veamos.

Freud escribió sabiendo muy bien sobre literatura, su especialidad fueron los mitos (recuerden al padre de la horda en "Totem y Tabú"), además, él conocía los embustes de la ficción y su delicada utilización, sabía que “en la ficción descubrimos lo que somos y lo que nos gustaría ser”, sabía también, porque leyó a los clásicos, que la ficción enriquece nuestras vidas, pero que el hechizo de esta operación tiene fecha de vencimiento, él lo denominó: “síntoma”; que nos devuelve a la orfandad secular que él denominó: “neurosis” y que nos muestra la infranqueable distancia que existe entre la realidad y el sueño. La cura que él encontró tiene que ver con el “acto” que es una visión de la “escena originaria” (Urszene), ésa que nos precipita al precipicio de la ficción, que nos espera con “sus manos alargadas de espejismos con la levadura de nuestro vacío: «pasa, entra, ven a jugar a las mentiras»” (M. Vargas Llosa. Kathy y el Hipopótamo).

Aceptando esta invitación, Freud quiso analizar el Edipo de Sófocles. Quiso ver en esa obra el inicio de la creación de la ficción que Freud llamó “civilización”. (En cuanto al psicoanálisis que penda del Edipo, del Edipo del mito, no lo califica en modo alguno para reconocerse en el texto de Sófocles, J. Lacan, Clase sobre Lituratierra, S XVIII). Freud reescribió el Edipo de Sófocles, lo edificó como un sueño, le añadió substancia (una que no hubiera querido Sófocles, seguro), al reescribirlo como un sueño se hizo partidario del déjá-vu, de esa forma de retorno al seno materno, único lugar del que se puede decir con certeza que ya se ha estado allí. En cuanto al Edipo de Freud, éste regresa al seno materno, único lugar predestinado por conocido, sin importar lo desconocido del camino.

También podemos relacionar a Freud, no con la escritura, sino con la recepción de un texto estético (abriéndose así a otros hechos estéticos), con una manera de leer encontrando siempre lo mismo, aunque no de la misma manera. Como nadie hasta ahora ha resuelto el problema o los problemas que suscitan la interpretación, sobreinterpretación y contrainterpretación, podemos considerar a Freud como el que intentó suspender el acto de leer literatura en el borde de estos tres conceptos, que muchas veces corren juntos.

Transitar el camino inverso también es posible. Después de leer a Freud, aun con resistencias o reticencias, muchos escritores eligen con mayor cuidado los objetos que relacionan en sus novelas. Cuentos o relatos. Por ejemplo, (con las reticencias al “ejemplo” que consigna otro Jacques en su majestuoso tomo) Manuel Puig se ve llevado a incluir largas citas de tinte psicoanalítico en su novela “El beso de la mujer araña”, título que nos atrapa con su juego sensual y provocativo.

En la actualidad, sin embargo, ya ha caído en desuso ese lenguaje utilizado torpemente por las modas literarias, tanto de escritores que querían ser leídos psicoanalíticamente, como de críticos académicos que veían en el psicoanálisis una rejilla muy cómoda a través del cual leer, esta actividad llegó a su fin cuando Lacan introdujo su relectura de Freud, señalando la imposibilidad de un psicoanálisis aplicado.

Segundo puente: Lituratierre

La literatura no es más que la certidumbre de la relación del hombre con el lenguaje. No es más que esto, incluso es su sobredeterminación, por eso el texto de Sófocles que da pie a la tradición psicoanalítica no lo contiene. No contiene al Psicoanálisis, le es extraño hasta en los bordes, se tuvo que esperar a que Freud plantara allí su estandarte y modificara así su paisaje.

Que no se encuentre el Edipo de Freud en el Edipo de Sófocles sólo quiere decir que la lectura siempre destruye y es solidaria de la devastación de un paisaje hasta el infinito. A esto podemos llamarlo interpretación interminable.

En cambio, Jacques Lacan, más conciente de lo inevitable que habita en cualquier texto, sólo se atuvo a separar la letra del significante para subirlo en un escabel. Disociación entre letra y significante que anuncia la crítica literaria que nada tiene que ver con una “psicobiografía”. Este el punto de basta de un psicoanálisis no aplicado, sino feminizado a la letra o a la literatura.

Allí donde la crítica literaria podría renovarse —dice Lacan— es donde los textos llamados literarios podrían medirse con el rasero de la distinción de la carta/letra robada que carga un enigma.

Jacques Lacan llama “litoral” a la letra, porque la sostiene como frontera entre dos reinos dispares, no hay litoral entre dos territorios, sólo lo hay entre algo tan disímil como el agua y la tierra. La letra es un parteaguas, el “moisés y el monoteísmo” de Freud lo ejemplifica.

Litoral es literal. La letra no es anterior al significante, tampoco es un significante. La letra es lo litoral, es el punto en el que el psicoanálisis puede acercarse a la literatura sin tocarla, sin psicologizarla, allí donde “hay frontera para el otro, porque son extranjeros, hasta el punto de no ser recíprocos” (Lacan, Otros Escritos. pág. 23)

Por otra parte, la letra lacaniana no pierde el oficio de metáfora ya que puede invocar, con su sola presencia, otra palabra, incluso otra, en la frase.

La letra, por ejemplo, de una carta no se refiere a la tipografía, aun cuando Lacan nombre los caracteres chinos para referirse a la escritura japonesa. La escritura literaria es precisamente la letra que cambia de nombre y hace que la literatura vire a lituratierra (“lituraterre”), ya que el lenguaje es habitado por quien habla. La letra como caligrafía y no como tipología (con todas las acepciones que acechan a esta palabra); la caligrafía es la forma en que lo individual se pone a circular en lo universal, “lo singular de la mano aplasta lo universal”, literatura sólo hay del lenguaje.

Lo literal, al ser litoral, es tachadura, frontera, litura (tachadura), producirla es reproducir lo que divide al sujeto, es decir, lo que hace “ex-sistir”, la tachadura del rasgo unario. Tal división del sujeto se da entre: “centro y ausencia, entre saber y goce”.

Pero la Literatura es semblante, puro semblante, significante por excelencia.

Tercer puente: La crítica y la clínica de Gilles Deleuze

Hay un punto de vista que relaciona a Gilles Deleuze con cierto movimiento posmoderno, centrado en un texto suyo, “Mil Mesetas” y en este, en el ensayo “Rizoma”, dicen aquellos: “todo es rizoma”, así la literatura sería un “régimen de signos rizomática”.

Nosotros no vamos a afiliarnos en esa corriente, sino hasta el final de esta nota, primero nos aclararemos el camino que conduce desde la literatura hasta el rizoma que supuestamente es. Partiremos de algunos de sus “Postulados de la lingüística” (Deleuze, Mil Mesetas, págs. 81-117).

Postulamos que es imposible el análisis literario sin recurrir a postulados de la lingüística, pero que estos postulados deben ser construidos como se construyen las literaturas menores, como sabemos, Deleuze les da ciertas categorías.

La primera, es la “desterritorialización”: dentro de una lengua mayor se hace literatura desde una minoría, es lo que sucedía en Praga con los escritores judío-alemanes. La segunda característica, de una literatura menor es su estrecha relación con la política, este fenómeno resulta evidente, los problemas individuales en un ambiente estrecho de participación siempre serán políticos. Dejamos de lado aquí, los argumentos edípicos formulados por Deleuze. Con relación a la anterior característica, la brecha consiste en que “todo adquiere un valor colectivo”, en una literatura menor no hay “el” escritor que siendo un maestro eluda la enunciación colectiva, si unimos esta enunciación colectiva necesaria, no voluntaria, con el carácter político de tal enunciación, estamos frente a una literatura que produce una “solidaridad activa a pesar del escepticismo”. Una literatura menor renunciaría al narrador tal como se ha despojado de una enunciación individualizada, o aún más, es esa renuncia la que se expresa en la falta de un narrador único. “No hay sujeto, sólo hay dispositivos colectivos de enunciación” —dice Deleuze— (Ibídem, pág. 31) y en el ejemplo que da se refiere a la letra K con la que Kafka autoriza muchas de sus narraciones. Para Deleuze esto corresponde a un “dispositivo” (agencement).

Deleuze desemboca en un teorema: “No hay dispositivo maquínico que no sea dispositivo social de deseo, no hay dispositivo social de deseo que no sea dispositivo colectivo de enunciación” (Kafka por una literatura menor, pág. 119), que le permitirá abrir el texto literario a su función maquínica, es decir, donde el autor y el lector se ven involucrados por relaciones de deseo, ya que, estrictamente hablando, lo que produce máquina son las conexiones de deseo.

Lo “maquínico” en Deleuze no tiene que ver con la técnica, una máquina o, más bien, “lo” maquínico (así con la neutralidad de género que representa la forma neutra del artículo determinado), se da cuando apresa a los hombres y a las mujeres en sus engranajes o los hace formar parte como engranajes de la “máquina social”. Hombres y mujeres no sólo forman parte de una máquina por su trabajo, sino por lo colateral, por sus actividades adyacentes, por sus descansos, sus amores, sus protestas, etc.

El deseo como desfiladero de la lengua constituye un nuevo engranaje al lado del engranaje anterior, “indefinidamente”, lo esencial es que “la máquina, el enunciado y el deseo forman parte del mismo y único dispositivo [agencement]”.

Retornando a su definición de “literatura menor” y entendiendo lo maquínico, esta definición sufre una ampliación, siendo lo “menor” las “condiciones revolucionarias” de cualquier literatura que se escribe dentro de la literatura oficial, tal como concibe las “minorías activas” Serge Moscovici. Sólo de esa manera la Literatura se vuelve verdaderamente “máquina colectiva de expresión y adquiere la aptitud para tratar, para arrastrar los contenidos” (Kafka. Por una literatura menor, pág. 32). Toda literatura es así, desterritorialización.

Unos años antes, George Steiner había escrito un ensayo: “Extraterritorial”, que Deleuze parece tener a la vista al redactar su “desterritorialización”, en Steiner, sin embargo, toma otro rumbo, el que tiene relación con las lenguas, por ejemplo, cuando trata sobre Kafka (o sobre Beckett o sobre Joyce, los mismos personajes del ensayo de Deleuze) dice que Kafka se acercó más o usó la influencia simultánea de las posibilidades poéticas de las lenguas: la checa, la alemana y el yiddish, de tal manera que “algunos de sus relatos pueden leerse como confesiones simbólicas de un hombre sin domicilio en la lengua en que eligió escribir o en la que se ve forzado a escribir” (Steiner, Extraterritorial, pág. 33)

Si bien hay un uso forzoso de la lengua alemana en Kafka, esto no supone una violencia como se lee en el análisis de Deleuze, sólo una peripecia de “lalengua” y del azar, acontecimientos que podemos equiparar con el pensamiento del último Deleuze sobre la Literatura: “La literatura es una salud”.

Cuarto puente: La Deconstrucción derridiana

Se ha dicho que la obra principal de Jacques Derrida es su psicoanálisis de la filosofía, frente a esta afirmación, Derrida sostuvo que “a pesar de las apariencias, la deconstrucción del logocentrismo no es un psicoanálisis de la filosofía”. La afirmación provenía de su denodado y brillante interpretación o develamiento de la represión, que había sufrido en el cuerpo de la filosofía, la escritura; en el campo de representación (represión) de ése cuerpo había quedado abierto el espacio ocupado por esa episteme o lugar de la verdad, apariencia de unidad entre el logos y la phoné.

Claro, no es suficiente, desde el psicoanálisis, el develamiento de la representación. Del espacio de la represión, hacía falta también, hacerse cargo de la castración, de aquello que aún queda por resolver en la ciencia y por supuesto, en la filosofía. Derrida inició el cambio y esto entusiasmó a Jacques Lacan, hasta que se dio cuenta que podía avanzar en el desarrollo de su lectura de Freud sin la ayuda del registro simbólico, destituyéndolo del lugar privilegiado que tenía, fue su paso hacia lo real.

Por su parte, Derrida dejó de lado sus investigaciones sobre lo que llamó logocentrismo y derivó en una puesta a punto de una nueva manera de leer en filosofía, la llamó: Deconstrucción, siguiendo la dirección que le daba una intuición sobre la traducción de los términos heideggerianos Destruktion y Abbau, lo ratificó buscando en el Litré (famoso diccionario que bien utilizó Lacan).

De acuerdo a Derrida, en el descubrimiento de “Wunderblock”, Freud comienza a descubrir la escritura como huella que operaría en el inconsciente, dejando de lado las explicaciones que intentaban seguir el rumbo de una psicología como ciencia natural. Freud, después de intentar una explicación neurológica de la memoria, construye una hipótesis, la de las “rejas de contacto” y del “abrirse-paso” (Bahnung).

Derrida toma o, mejor dicho, lee esta hipótesis freudiana como una metáfora y no como una indicación neurológica. Para entender dicha metáfora hay que entender que la huella mnémica, se dirige de dos maneras ya se trate de “neuronas permeables” y otras que ofrecerían resistencia, ahora bien, sólo la que oponen resistencia poseen “rejas de contacto”, conservan una cantidad de excitación formando una huella impresa, poseerían así, la posibilidad de representarse la memoria, esta cualidad psíquica las haría portadoras de memoria.

Según Derrida, la memoria advendría entonces, no como una propiedad del psiquismo entre otras, sino como su esencia. La memoria es resistencia, pero tal resistencia no es igual, se produce en la diferencia, las resistencias iguales harían que la memoria se paralice, “hay que precisar que no hay abrirse-paso puro sin diferencia” (Jacques Derrida, La escritura y la diferencia, pág. 277)

La huella como memoria es la diferencia incapturable e invisible entre los actos de “abrirse-paso”. Observamos aquí, la lectura inteligente que hace Derrida de las dificultades de Freud, lectura minuciosa, muy parecida a la de Jacques Lacan, las dificultades de Freud demuestran que su pensamiento sobre el psiquismo se empantanaba cuando quería imitar el modelo científico (neurológico de su época), sólo apelando a la lengua alemana podía salir del atolladero, Derrida da cuenta de ello.

La escritura como huella, al que Freud va arribando, perfila primero, como memoria, ésta no llega de la vida, sino que viene para amenazar la vida por el “abrirse-paso” del dolor. “No hay vida primero presente, que a continuación llegase a protegerse, a aplazarse, a reservarse en la difer(a)ncia”. Por eso para Freud, leído por Derrida, “la vida es la muerte”, es decir, y con esto queda claro ya el camino que recorre Freud, el retardo, “Verspätung” (aprés-cup), es lo originario, es lo estrictamente diferido, lo que borra o tacha —dirá Derrida— el mito del origen, “hay que entender «originario» bajo tachadura […] Es el no-origen lo que es originario” (Derrida, La escritura y… pág. 280).

El “abrirse-paso” —dice Derrida— ya está formulado en términos de escritura: “retener aun permaneciendo capaz de recibir”, que podemos considerar la definición derridiana de escritura. De esa manera la huella deviene en escritura; en la famosa carta 52 de Freud a Fliess, la huella se transcribe/transforma en grafía, Freud utiliza las palabras: Zeichen (signo), Niederschrift (inscripción) y Unschrift (transcripción).

De acuerdo a Derrida, a partir de la “Nota sobre el block maravilloso”, Wunderblock, y luego de la Traumdeutung, la metáfora de la escritura se va a apoderar a la vez, del “problema del aparato psíquico en su estructura y del problema del texto psíquico en su tejido” (La escritura… pág. 285). De tal manera que podemos interpretar los sueños como escritura, una no fonética (he aquí el objetivo principal perseguido por Derrida), no lingüística, a-lógica. Es el nacimiento no-originario de la Literatura.

Bibliografía

Sigmund Freud. Totem y Tabú y otras obras. O. C. V 13. Trad.  José Luis Etcheberry. (Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1991)

Jacques Lacan. Hablo a las paredes. Trad. Dora Saroka. (Buenos Aires: Paidós, 2012)

Jacques Lacan, Clase sobre Lituratierra. En: De un discurso que no fuera del semblante. Seminario XVIII. Trad. Nora A. Gonzáles. (Buenos Aires: Paidós, 2011)

Jacques Lacan. Otros Escritos. (Buenos aires: Paidós, 2012)

Gilles Deleuze y Félix Guattari. Mil Mesetas. Trad. José Vásquez Pérez. (Valencia: Pre-Textos, 2008)

Gilles Deleuze y Félix Guattari. Kafka. Por una literatura menor. Trad. Jorge Aguilar Mora. (México: Ediciones Era, 1990)

George Steiner. Extraterritorial. Trad. Edgardo Rosso. (Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora, 2009)

Jacques Derrida. La escritura y la diferencia. Trad. Patricio Peñalver. (Barcelona: Editorial Anthropos, 1989)

Jacques Derrida. Psyché. Trad. Mónica B. Cragnolini et. ál. (Adrogué: Ediciones La Cebra, 2016)

M. Vargas Llosa. Kathie y el Hipopótamo. Obra de teatro.

sábado, 25 de julio de 2020

La matriz lógica de la interpretación en Psicoanálisis lacaniano




La matriz lógica de la interpretación en Psicoanálisis lacaniano

Autor: Marco Antonio Loza Sanjinés

 

«¡Oh qué felices somos, nosotros los conocedores, suponiendo que sepamos callar todo el tiempo que sea suficiente!» F. Nietzsche. Genealogía de la Moral

 

Así en la táctica como en la estrategia

 

Sostener que la interpretación es un “arte”, quiere decir, como siempre que se utiliza ésa palabra, aquello no formalizable y por tanto intransmisible, sin embargo, la práctica clínica necesita un saber transmisible.

Ya se sabe suficientemente que, en un análisis, el analista despliega (o debería desplegar) una estrategia y una táctica. En el Psicoanálisis la estrategia se denomina transferencia y la táctica interpretación, que ambas se desarrollen en un orden cohesionado y solidario, también es bien conocido.

 Se conoce poco sobre la articulación de estos términos, tan perceptibles en los juegos del lenguaje bélicos de donde proceden; por eso nos detendremos en cada uno de ellos, pero sin perder de vista su relación mutua. En estas notas nos referiremos a la táctica del acto analítico encarnado en la interpretación.

Partamos de un ejemplo, el dado por Ana Ruth Najles (1), la elegimos por dos características principales, no es un caso nuestro así que podemos analizarlo libremente, no pertenece a los mostrados por Freud o Lacan así que podemos seguirlo bajo su sombra y su abrigo, pero no bajo su sospecha.

Se trata de un niño de siete años llevado por la madre que refiere que tiene problemas de aprendizaje en el colegio y que rechaza la interacción con sus compañeros, durante una de las entrevistas manifiesta mucho temor por la violencia física, ésa es una de las razones para que se relacione con sus compañeros de curso, la analista le hace reconstruir el cuento de Caperucita Roja, el niño muestra en la reconstrucción que Caperucita Roja se lía balzos con el Lobo mientras la abuelita se deshace en cenizas encerrada en el baño, Najles observa que mientras rechaza la violencia en los hechos, la acepta en el hablar, la analista le pregunta cuándo es que escuchó el cuento por primera vez, el niño responde que en la televisión el mismo día en que sus padres le dijeron que si iban a separarse, la analista le pregunta sobre su reacción ante semejante anuncio, el niño contesta que todo iría mejor “pero no dije nada”, frente a la negación —dice Najles— “le incité a seguir hablando”, ante la insistencia el niño dice: “me hubiera gustado hacer una gran diarrea”, en ese instante corta la entrevista. Hasta aquí el recorte del caso.

Ahora podríamos preguntarnos: ¿dónde está la interpretación?, ¿en la insistencia de que siga hablando?, ¿en la pregunta sobre el cuento que reconstruye a su modo?, ¿en la utilización de la negación?, ¿en el corte de sesión?

Respondemos que está en todo el transcurso de la entrevista que realiza Ana Ruth Najles, nos desprendemos aquí —siguiendo a Lacan— de la acepción específica de interpretación que da Freud, ésa que distingue de la “construcción” y se limita a la utilización de las formaciones del inconsciente, nosotros incluimos todo lo que ha señalado Lacan: escansión, puntuación, corte y maniobras de transferencia, por eso la interpretación no se refiere a un tipo de intervención, sino a una constante en la posición del analista.

En el ejemplo, observamos todo esto. La perspicacia de Najles hace que tome un relato aparentemente inocente un sentido que le permite asir la punta del ovillo que irá tirando hasta encontrar el “intervalo que le posibilite [al analizante] encontrarse con lo que allí se dice o lo que es lo mismo, encontrarse con un signo de su goce” (2).


He ahí la interpretación como táctica, esperar el momento en que quede suelto el lugar sinsentido del discurso, ese es el nacimiento del sujeto como barrado, dividido en su goce, en el caso que presenta Najles, goce anal, “la gran diarrea” que, al mismo tiempo, nos sitúa en la comprensión de la agresividad (su temor a la violencia). El corte de sesión es el broche que amarra el sinsentido, haciendo punto de capitón, allí encontramos el saber ocupando el lugar de la verdad, es el lapsus que pronuncia el niño del ejemplo: “eso dice en él sin él saberlo”.

La matriz lógica de la interpretación

 

Este es el matema del discurso del analista:





Los lugares del matema son:

Agente                         Otro
Verdad                   Producción

Notamos que el saber S2, viene a ocupar el lugar de la verdad; el plus de gozar (a) se encuentra como agente (la gran diarrea) objeto anal, produce (la flecha con sentido) el sujeto barrado, el objeto “a” es un umbral (borde erógeno) que permite la entrada o la salida que debe atravesar el ser hablante (parlêtre) para entrar en análisis.

El saber S2, se encuentra supuesto, puesto debajo o reprimido y disyunto de S1 lo que podemos equiparar con el sinsentido, el analista logra la transferencia, para aplicar allí una táctica que lleva a que haya sujeto, la interpretación —en psicoanálisis— no es una hermenéutica (a no ser que le demos la dirección que Heidegger piensa para la palabra en su origen, como traducción o como el logos que comunica, cf. Ontología. Hermenéutica de la facticidad) (3), la interpretación es hablar sin pedir, cuando se habla, lo mínimo que se pide es ser escuchado, el analista debe ponerse en el lugar del supuesto saber que se separa del discurso de amo (no le dice al analizante cómo debe comportarse, o qué debe hacer en tal situación, no da consejos o pronuncia frases “positivas”); el sujeto en el lugar del Otro, como sujeto del inconsciente, produce lo que pone en marcha al inconsciente, allí se lo libera.

Cuando intentamos analizar la interpretación en el campo del psicoanálisis ya no estamos en la experiencia clínica, sino en el psicoanálisis puro, ya que no hablamos de la hermenéutica cuando utilizamos la palabra interpretación, sería mejor utilizar la palabra alemana que se encuentra en la mayor obra de Freud: Deutung, que también lo utiliza Gottlob Frege para indicar el “sentido”; en la semántica, donde quería inscribir su trabajo Frege (4), el sentido va a contramano de la “referencia”, las palabras se relacionan con otras en el marco de una lengua sin tener encuentra la referencia sino el sentido. El sentido implica un lugar en el mundo, en el caso de una lengua; en el campo del psicoanálisis, el lugar que ocupa en “lalengua”, que es al que nos dirigimos en la cura. Por eso se habla de “sentido común cultural” para referirse a la reducción arbitraria de la complejidad de los fenómenos sociales y hacerlas soportables o, de orientación hacia un campo semántico. Por ejemplo, la semiótica ha abordado una definición de "sentido" particular para cada disciplina relacionada con ella (la filología, la crítica literaria, etc.), que tiene un valor específico en esos dominios, "de lo que es pertinente y significativo para el punto de vista adoptado en cada disciplina" (5).


La interpretación en Freud

 

La interpretación en psicoanálisis estuvo presente desde el comienzo, cuando Freud interpreta el discurso de la histeria haciendo posible el discurso del psicoanálisis, su descubrimiento mismo está enraizado en el modelo de la criptografía (la alusión de Freud a la Piedra Rosetta y su descifrador Jean François Champollion), lo demuestra el título dado a uno de sus mayores libros el que, de acuerdo con Lacan, inaugura el psicoanálisis: “La interpretación de los sueños” (6), «Die Traumdeutung» que también se puede traducir como: “El sentido de los sueños”, no se trata del “significado” de los sueños, se trata, más bien, de “ hacia donde” se mueve el material del sueño en su camino al despertar.

Después de la publicación de la Interpretación de los Sueños Freud, escribe en 1923 “Observaciones sobre la teoría y la práctica de la interpretación” (7) y en 1937 otro texto dedicado al mismo tema: “Construcciones en el análisis” (8), en ellos Freud propone a la interpretación como realización del inconsciente, propone, así mismo, dos etapas de la interpretación: la traducción y el sentido dado a la traducción. La traducción pertenece al orden de la escritura, mientras que el sentido dado pertenece al orden de la lectura, en la segunda influirá decisivamente la transferencia, lo que quiere decir que el deseo, deseo de saber lo que el síntoma significa del analizando, se unirá al deseo de analista, que no es otra cosa que el deseo de que la cura progrese.

Para que haya interpretación, al estilo de Freud, se necesita de un metalenguaje, es decir, un lenguaje que confiere una función totalmente diferente a las palabras que usa, así como el lingüista se enfrenta a la paradoja de intervenir sobre el lenguaje con el mismo lenguaje, de la misma manera, el analista tiene que interpretar el deseo a partir de su propio deseo, de ahí que sea necesario que al analista esté analizado.

Ahora bien, Freud, nunca analizó o interpretó la realidad objetiva, analizó e interpretó una realidad inventada, un relato, su objeto fue aclarar el deseo velado por el sueño o, lo que es lo mismo, su objeto fue la falta, el hecho mismo de la falta, la falta en sí misma, aquello que no cesa de no escribirse.

La interpretación lacaniana

 

Jacques Lacan separa la relación freudiana entre interpretación y construcción, para Lacan la interpretación toma el camino que tendría la estructura del chiste, éste, como el lapsus, separa el sentido del sonido en la palabra, en psicoanálisis no podemos prescindir del sentido, pero podemos asignar el mayor valor al goce o, mejor, al jouis-sens (goce de sentido), el único sentido, es decir, hacia donde apunta tal como una de las características de un vector (las tres características de un vector son: magnitud, dirección y sentido), de la interpretación es el goce. Goce sólo hay del cuerpo, el sujeto goza de su cuerpo, lo que lleva a preguntarnos por el goce sexual como matriz de cualquier otro goce.

La interpretación está a medio camino entre el texto del analizante y el enigma urdido por el analista, es decir, la interpretación pertenece primero que nada a la intervención del analista, por otra parte, si partimos del modelo de la comunicación, sabemos que está constreñida por el principio de que el emisor formula sus frases, de tal manera que la primera interpretación, coherente con el “principio de pertenencia” (9), que se le ocurre al receptor es la deseada, es la traducción de la frase que suelta Lacan comenzando el Atolondradicho: “que se diga queda olvidado tras lo que se dice en lo que se escucha” (10), el deseo del receptor interviene en el mensaje que recibe o, lo que es lo mismo, tal como sostiene Lacan: el receptor recibe su propio mensaje en forma invertida, podemos reafirmar esto con una cita de Lacan que se encuentra en El Deseo y su Interpretación, “en el sentido de un deseo ligado al anhelo de omnipotencia de su paciente” (11).

A diferencia de Freud y sus seguidores, quienes comenzaron a realizar eso que se denomina “interpretación salvaje”, analizando cada detalle de sus pacientes, encontrando significados a cada partícula de lo que decían, Jacques Lacan la dirige a interpretar el deseo, por tal razón el analista guarda una interpretación para sí y transmite otra al paciente, reduciendo así la interpretación a su mínima expresión, buscando el momento oportuno para desencadenar otras asociaciones.

Notas y bibliografía

 

1). Ana Ruth Najles. Problemas de aprendizaje y Psicoanálisis. (Buenos Aires: Grama Ediciones, 2008))
2). Martin Heidegger. Ontología. Hermenéutica de la facticidad. Trad. Jaime Aspiunza. (Madrid: Alianza Editorial, 2008)
3). Gottlob Frege.  Estudios sobre Semántica. Trad. Ulises Moulines. (Buenos Aires: Ediciones Orbis, 1985)
4). El principio de pertenencia es “todo acto de comunicación comunica la presunción de su propia optima pertinencia”. En AA. VV. Lingüística de la Escritura. Trad. Javier Yagüe Bosch. (Madrid: Visor, 1989). Pág. 195
5). Jacques Fontanille. Semiótica y Literatura. Ensayos de método. Trad. Desiderio Blanco. (Lima: Fondo Editorial Universidad de Lima, 2012). Pág. 26.
6). Sigmund Freud. La interpretación de los sueños. Primera parte. O. C. V. 4. Trad. José Luis Etcheberry. (Buenos Aires: Amorrortu, 1991)
7). Sigmund Freud. “Observaciones sobre la teoría y la práctica de la interpretación”. En: O. C. V. 19. Trad. Trad. José Luis Etcheberry. (Buenos Aires: Amorrortu, 1992)
8). Sigmund Freud. “Construcciones en el análisis”. En: O. C. V. 23. Trad. Trad. José Luis Etcheberry. (Buenos Aires: Amorrortu, 1991)
9). Jacques Lacan. El Atolondradicho. Escansión Nª 1. (Buenos Aires: Paidós, 1984)
10). Jacques Lacan. El deseo y su interpretación. Trad. Gerardo Arenas. (Buenos Aires: Paidós, 2014)
11). Ibídem. Pág. 171