domingo, 14 de mayo de 2017

Lógica de la sexuación II: Nosotros los hombres






Lógica de la sexuación II: Nosotros los hombres (*)


Autor: Marco Antonio Loza Sanjinés



La mística no es todo lo que es la política. Es una cosa seria, y sabemos de ella por ciertas personas, mujeres en su mayoría, o gente capaz como San Juan de la Cruz, pues ser macho no obliga a colocarse del lado [para todo x, F (x)]. Uno puede colocarse también del lado del no-todo. Hay allí hombres que están tan bien como las mujeres. Son cosas que pasan. Y no por ello deja de irles bien.” Jacques Lacan. Aun


Hay del Uno ("Il y a d' l' Un")


Seguimos aquí lo adelantado en: “Lógica de la sexuación I”. Preguntábamos allí, que, si bien todos nos definimos mediante la función fálica, siendo que la función fálica es la que ordena el deseo para ambos sexos, ¿Cómo se dan las dos vías de la sexuación si sólo existe un único significante: el falo?

La respuesta que siguió Lacan es la que se encuentra, primero, en relación a la argumentación contra la multiplicidad del ser en el Parménides de Platón. En el Parménides, se sugiere el espesor del más misterioso emblema del ente, el que la afirmación del ser va acompañada por el no-ser y, por otro lado, que el ser está abocado al no-ser.

El diálogo Parménides de Platón puede tomarse como un diálogo sobre el amor, de la misma manera que El Banquete. En la segunda parte del diálogo, Platón desliza sus hipótesis, la primera es sobre el “Uno es Uno“ (137c – 142a) (1), aquí ya comienza la discusión sobre si el Uno participa o no del Ser, puesto que todo lo que es tendrá que ser Uno y todo lo que sea Uno tendrá que ser. De tal manera que, si el Uno es, lo que continuaría sería la diversidad, el Ser y lo Otro (al que siempre se puede atribuir algo); si el Uno tiene ser, carece de unidad, se hace pensable a costa de perder la calidad de Uno.

Cuando Platón examina la tesis eleática de que el Ser es un Todo, sostiene que si lo es entonces tiene partes, las partes de un Todo, entonces no es Uno, ya que el Uno carece de partes, así cae la supuesta unidad del Ser. El Ser es distinto del Uno. Pero, también el Uno es y no es, aquí Platón da la primera idea —que luego desarrollará con mayor precisión en el Sofista— de la alteridad del logos, hay una verdad de la negación como de la afirmación, el Uno es y no es, hay un ser del no ser, puesto que la nada es impensable.

Lacan parte del Uno fálico antes de trasladarse a los hombres y las mujeres, no hay dos tipos de seres humanos, hay del Uno: el ser hablante. El ser hablante se identifica al Falo como Uno. La diferencia de los sexos ocurre por un fenómeno de diferenciación, que opera por un “algo de más” o un “algo de menos”, pero siempre se trata de la misma cosa, de lo que no cesa se demandarse, perderse, de darse, el falo como Uno. El ser-hablante, para serlo, debe inscribirse en la función de castración, en la función fálica, siendo la diferenciación sexual ejemplar, incluso fundamental, no corresponde al Uno, de lo contario habría dos Uno, lo que sería absurdo, pero tampoco se puede plantear la determinación sexual desde el Uno, porque del Uno no se harían dos.

¿Y el cuerpo biológico como destino, la diferencia anatómica, ya no tienen ningún valor? Sin duda las diferencias anatómicas están presentes, pero lo que hace al ser hablante sexuado son esas diferencias (el “algo de más” y el “algo de menos”) llevadas al campo significante. Lacan lo explica con el ejemplo de la segregación urinaria que implica la separación cultural de dos sexos.

Dos niños, hermana y hermano, sentados frente a frente, miran por la ventana mientras el tren en el que viajan aminora su marcha, dos letreros aparecen sobre el andén, hay dos palabras separadas sobre dos puertas iguales: CABALLEROS, DAMAS, aquí Lacan bromea cuando cuenta que el niño dice hemos llegado a Damas y la niña le responde: “¡Imbécil no ves que estamos en Caballeros! […] Caballeros y Damas serán desde ese momento para esos dos niños dos patrias hacia las que sus almas tirarán cada una con un ala divergente, y sobre las cuales les será tanto más imposible pactar cuanto que, siendo en verdad la misma, ninguno podría ceder en cuanto a la preeminencia de la una sin atentar a la gloria de la otra.” (2)






Está claro que las dos palabras no significan nada por sí mismas, sino en el cuadro de una distinción cultural, tal como sostiene Eugénie Lemoine-Luccioni (3), aquí el significante “Caballeros” que lee la niña, la representa ante otro significante “Damas” que lee el niño. Lo mismo ocurre con las palabras hombre y mujer, es la “declaración subjetiva de pertenencia a un sexo”. Esta “aceptación del sexo” o —como sostiene Silvia Amigo (4)— esta “autorización de sexo”, viene pues por una elección sin saberlo, dos lados: los hombres a la izquierda, las mujeres a la derecha (en las fórmulas de la sexuación de Lacan). Los dos niños ven dos palabras, una para decir hombre, otra para decir mujer, “el lenguaje y la diferencia de los sexos son contemporáneos”.

Podría decirse, atendiendo a la identificación, que bastaría que ambos niños se mirasen para aprender todo del otro sexo, pero, como sostiene Lacan, eso no sucederá jamás pues, hay el “horror a saber”, el ser hablante no quiere saber, da rodeos, siempre.

El No-todo


Todo ser hablante se identifica al Uno, todo ser hablante, sea hombre o mujer, goza del falo. La mujer no carece de nada (sino recordemos a Spinoza), ella ve el pene como signo de diferencia, más que como algo que le faltara y, de modo secundario, como la prueba de la falta originaria, por eso entra insuficientemente en la castración o no lo pasa, mientras que para el varón el pene es experimentado como referente de la propia falta, en la mujer esta insignia se encuentra en otra parte, está como don en el Otro, el padre, donde cree preservarlo, la mujer pues, se divide en dos: entre el significante del falo (F) y en la falta del Otro S (A barrado). Así, la mujer se hace pasar por lo que no es y el hombre hace alarde de lo que no tiene.

Uno y otro se preguntan: ¿Qué soy? Uno se pregunta si verdaderamente es un hombre, incluso se ve impelido a demostrarlo, la otra se pregunta: ¿qué es ser una verdadera mujer? y recurre a la mascarada.

Es hombre aquel ser hablante que está enteramente sometido a la función fálica, por el contrario, un ser hablante es mujer si no todo está sometido a la función fálica y una parte de él se localiza en un goce otro, suplementario, sin soporte, sin semblante, así, la facticidad del sexo se reduce a la elección entre el todo o el no-todo fálico. Elección forzada, el ser hablante y sexuado está obligado a elegir debido al inconsciente que habla y que dice mal el sexo, además, sin que el ser hablante se dé cuenta de lo que dice. De donde se concluye que “no hay relación/proporción sexual”.

Los hombres en la era de la declinación del Nombre del Padre


En el Seminario 4, La relación de objeto, Jacques Lacan dice de los hombres de su generación —la generación del 45— que son “tipo Hans”, el niño del famoso caso Juanito de Freud, es decir, que se comportan frente a las mujeres perdiendo la iniciativa en el campo sexual, esperando que la mujer-madre lo haga por ellos, “[…] el estilo de los años 1945, esa gente encantadora que esperan que las iniciativas vengan del otro lado —esperan, por decirlo todo, que les quiten los pantalones” (5). Si este era el tipo de hombres de la generación de Lacan, lo es también ahora con mayores méritos. En el mundo donde las mujeres han logrado posiciones antes sólo reservadas a los hombres, y donde la feminización avanza con sus espejismos sobre el cuerpo, los hombres se han mantenido fieles al “tipo Hans” sosteniendo una pereza y una falta de valentía que los aleja de las mujeres, quienes —a su vez— se quejan de que “ya no hay hombres”.

En la instauración de lo viril, es decir, en el camino del niño hacia el hombre, se hace necesario que el niño pierda algo: el objeto de deseo que encarna la madre; esta pérdida es necesaria para transformar el pene-órgano en pene-falo, de ese modo la función sexual toma el lugar del objeto perdido, es la salida del tercero excluido.

La declinación del Nombre del Padre, la pérdida de los ideales que sostenían al sujeto, han abierto el camino a un cambio en las posiciones sexuadas, si las mujeres se quejan —con razón— que “ya no hay hombres”, es porque “ya no hay padres”. Si las mujeres piden de un hombre que las amen, es decir, que las hagan una entre otras, el hombre se encuentra, por estructura, es decir, por el discurso, escindido entre amor y deseo, ama a la madre (de sus hijos, aunque no los tenga todavía) y desea a la “fácil” aunque ninguna lo sea, pero él las imagina así.

Volviendo a “Hans”, la “tontería” del niño que adjudicaba a todos un “hace-pipi”, dio lugar a que Freud construyera su teoría de la universalidad del falo, cuando Hans se percata de la diferencia sexual (biológica), el que algunos no tienen, surge el peligro de la castración, siendo la mujer el ejemplo del cumplimiento de la amenaza, Freud transita desde la función de universalidad del falo al complejo de castración, ahora bien, la universalidad requiere de la necesidad, Juanito no dice “todo el mundo tiene pene”, dice algo mejor: “es necesario que tenga uno ya que es humano”. (6)

El carácter lógico de la necesidad de la función fálica, nos lleva a que, para sostenerla, sea obligatorio que haya la excepción, el “al menos uno”, que cierra, pone un límite al conjunto, es la construcción que realiza Freud en Tótem y Tabú con el mito del padre gozador, correspondiente al hombre, conforma la sociedad como un orden cerrado, lo universal de “Hombre” y de “hermandad”. El “al menos uno” demuestra, también, que si hay uno al que no alcanza la castración el temor a ella está asegurado.

La clínica psicoanalítica, demuestra que, entre los hombres, está el peligro de la castración, que es la clave de la entrada en la civilización del neurótico, “el Otro quiere mi castración”, es decir, el Otro (con mayúscula) quiere quitarme lo que tengo, es el miedo del propietario, miedo que los hombres trasladan al padre y a las mujeres.

El lado izquierdo de las fórmulas de la sexuación, es el lado macho, el de la universalidad del falo y de su significación, es el que representa el goce masculino, también presente en las mujeres, donde la histeria da testimonio. Tal goce es el que tiene el rasgo de la perversión fetichista, la del objeto aislado, el deseo del hombre se localiza enfocado en una parte de las mujeres.



Notas bibliográficas


(*) Esta parte del título: “Nosotros los hombres”, lo lleva también el libro —interesante y divertido— de Ernesto Sinatra. Nosotros, los hombres. Un estudio psicoanalítico. (Buenos Aires: Tres Haches, 2003)
(1) Néstor Luis Cordero. Siendo, se es. La tesis de Parménides. (Buenos Aires: Biblos, 2005). Pág. 211 y sigs.
(2) Jacques Lacan. Escritos I. Trad. Tomás Segovia. (México: Siglo XXI, 1998). Pág. 480
(3) Eugénie Lemoine-Luccioni. La partición de las mujeres. Trad. Teodoro P. Lecman. (Buenos Aires: Amorrortu, 2001)
(4) Silvia Amigo. La autorización de sexo. (Buenos aires: Letra Viva, 2014)
(5) Jacques Lacan. La relación de objeto. Trad. Eric Berenguer. (Argentina: Paidós, 2010).
“Juanito se sitúa en determinada posición pasivizada y cualquiera que sea la legalidad heterosexual de su objeto, no podemos considerar que se agote la legitimidad de su posición. Se acerca en este sentido a determinado tipo que no les parecerá ajeno a nuestra época, el de la generación de cierto estilo que conocemos, el estilo de los años 1945, esa gente encantadora que esperan que las iniciativas vengan del otro lado —esperan, por decirlo todo, que les quiten los pantalones. En este estilo veo dibujarse el porvenir de este encantador Juanito, por muy heterosexual que parezca.” Pág. 418
(6) Jean-Michel Vappereau. ¿Es uno… o es dos? (Argentina: Ediciones Kliné, 1997). Págs. 29-30

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