domingo, 28 de junio de 2015

El Otro que no existe o la ¿declinación del Nombre-del-Padre?

El sacrificio de Isaac. Caravaggio, 1603. Galería Uffizi

El Otro que no existe o la ¿declinación del Nombre-del-Padre?

Autor: Marco Antonio Loza Sanjinés
 

En varias ocasiones vemos a los amigos de Don Quijote simular la locura para curar a su vecino de la suya; se lanzan a perseguirlo, se disfrazan, inventan mil hechizos y se elevan, grado a grado, hasta la cima de la extravagancia en la que les ha precedido el héroe. Ahí es donde Cervantes les ha dado cita. Se interrumpe un instante y finge asombrarse a la vista de esos médicos tan locos como su paciente.”
René Girard. Mentira romántica y verdad novelesca

Introducción

El Nombre-del-Padre, es uno de los conceptos —en el sentido hegeliano (1)— más importantes de Jacques Lacan, quien nos dejó, de una vez y para siempre, el gran misterio de su seminario dedicado a «Los Nombres del Padre». La obra en progreso (work in progress) del pensamiento lacaniano (“pensamiento”, ya que se trata de una “orientación”), proseguido con desigual fortuna por muchos de sus “seguidores” o “continuadores”, la “disancia” lacaniana (J-A Miller dixit) o la otra, más creativa, se deslizan (Lacan utiliza la palabra Glisser, deslizar, en las pocas veces en que quiere expresar que ha cometido un error) (2), en la actualidad, por diferentes caminos.
La Asociación Mundial de Psicoanálisis va alejándose de los “nudos” del último Lacan y se dirige hacia las configuraciones de lo Real. Los de la École Lacaniene de la Psycanalyse, se concentran en el estudio de los puntos clave de la obra de Lacan: “no hay relación sexual”, el “no-todo”, “el objeto a”, etc. Colette Soler de los “Foros de Psicoanálisis”, va casi en solitario con sus propios temas. Todos, por supuesto, autorizándose en el linaje de Jacques Lacan, ahora bien, hay verdaderas desviaciones —diríamos, sin mucho convencimiento del uso de esté término— como por ejemplo las elucubraciones de Slavoj Zizek o la de Jean Allouch cuando quiere hacer que el Psicoanálisis devenga (respondiendo a Michel Foucault) en un «ejercicio espiritual»: el “Spycanálisis” (3).
Dentro de estas múltiples rutas que conforman, en conjunto, una especie de laberinto, existen algunos hilos de Ariadna que pueden guiarnos hacia el Minotauro (¿Lacan?). En otras versiones del mito, en lugar de un ovillo, Ariadna le había dado a Teseo una corona luminosa y gracias a su luz había encontrado el camino en el oscuro laberinto (4).

El Nombre-del-Padre

Una de las hebras del ovillo con la que podemos transitar por el laberinto, persiguiendo su centro, es el Nombre-del-Padre que ahora está siendo cuestionado, junto con el Edipo con el que guarda una extraordinaria relación, se habla por ejemplo, de una “Histeria sin Nombre-del-Padre” (5).
En la única sesión del seminario siempre faltante —lo que siempre falta, funda el deseo— Jacques Lacan comienza con las indicaciones precisas para acrecentar el agujero que produce en su enseñanza que, hasta ese seminario, llevaba diez años, tiempo en el que había ido reuniendo todos los materiales para hablar de los “Nombres del Padre”, en plural, título en el que escuchamos el eco de los múltiples nombres de Dios del judaísmo. Quien tiene múltiples nombres en realidad no posee ninguno, de ahí: «soy el que soy», lo inefable. “El despiadado Dios que no se nombra” (6).
Lacan nombra los materiales que debía utilizar para desarrollar su seminario Los Nombres del Padre, elementos que —a partir de esa introducción— produjo y sigue produciendo una esforzada búsqueda de construir lo que hubiera desarrollado allí. Lacan dice:
Este año pretendía enlazar para ustedes los seminarios de los días 15, 22 y 29 de enero y 5 de febrero de 1958, que se refieren a lo que llamé la metáfora paterna, mis seminarios del 20 de diciembre de 1961 y los que siguen, referidos a la función del nombre propio, los seminarios de mayo de 1960 que se refieren a lo concerniente del drama del padre en la trilogía claudeliana, finalmente el seminario del 20 de diciembre de 1961, seguido por los seminarios de enero de 1962 referidos al nombre propio.“ (Lacan, De Los Nombres del Padre) (7)
Al final de ésa única sesión del seminario Los Nombres del Padre del 20 de noviembre de 1963, Lacan anuncia que no dejará a sus oyentes sin pronunciar por lo menos uno de los nombres del padre, del que, además, se desprende la argumentación de la utilización del plural.
Se trata —dice— del primer nombre con el que hubiera introducido la incidencia que tiene la tradición judeocristiana en el psicoanálisis y en la determinación del padre desde el dios de Moisés, (Lacan había aprendido hebreo el año anterior). Sin embargo, Lacan, no sólo pronuncia el primer nombre, sino otros más: «Shem», que sostiene que en realidad no tiene una sola pronunciación y que significa “El Nombre”; «Elohim», que es el que habla desde una zarza ardiendo y dice: «Soy el que soy»; «El Shaddai».
Soy, de acuerdo con Lacan, convoca a un enjambre, es un “séquito”, Soy es sólo para los oídos de Moisés, pues dios no se presentó con este nombre a sus antepasados, hubieron otros nombres, en plural, que Lacan debía elucidar en el seminario faltante. Lacan toca, entonces, en el punto exacto donde su enseñanza entrará en otro espacio, uno tocado, a su vez, con su “excomunión” (Cf. La Introducción a Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis), pero no sin antes adelantarnos que un dios tal como lo refiere Pascal que apuesta a su existencia (Le pari de Pascal) (8), se encuentra en lo real, por tanto es inaccesible, es lo que no engaña, la angustia. La experiencia de dios es la angustia, encontramos aquí, las voces que hablan desde la Teología Negativa de la edad media al que Lacan apelará más tarde en otros seminarios.
El dios de Abraham, de Isaac y de Jacob es el dios en lo real, no el de la filosofía, es el que se dirigió a estos con un nombre impronunciable: El Shaddai, que los griegos tradujeron por “Theos que es el nombre que dan a todo lo que no traducen por señor, Kyrios, que se reserva al Shem, es decir, al nombre que no pronuncio” (Lacan. De los Nombres del Padre, pág. 93)
El Shaddai es el que crea todas las cosas y, al mismo tiempo, el que pronuncia el lazo de la alianza, es el mismo que, al tiempo que manda sacrificar a Isaac, determina —in extremis— su reemplazo por el cordero, sus designios no mueven a la duda sino al cumplimiento. El Shaddai había sacado a Abraham de sus pares y de sus hermanos y quien manda a sacrificar a su hijo Isaac pero, en el momento preciso, manda a un ángel a que detenga su mano y manda reemplazar a Isaac con un cordero con lo que crea una alianza.
El Shaddai es el que elige, el que promete y hace pasar por su nombre cierta alianza que solo se transmite por la baraka paterna. Es también quien hace esperar un hijo a una mujer hasta los noventa años y quien hace esperar otra cosa más, como les hubiera mostrado.” (Lacan, De los Nombres del Padre, pág. 97)
He ahí un padre: el que perversamente, (père-versión, padre-versión, versión-hacia-el-padre) hace de una mujer la causa de su deseo. Pero, también, un padre está en el momento de la caída de un sujeto, le transmite cierta ética, pone un límite a su caída, promueve una alianza con lo real del goce, el padre es el que separa el goce del deseo. “Henos aquí con un hijo y, después, dos padres.” (Lacan. De los Nombres del Padre. Pág. 98)
“¿Esto es todo?”, se pregunta Lacan, llevándonos a los cuadros de Caravaggio: “El sacrificio de Isaac”, nos presenta la cabeza del carnero que, según el comentario de Rashi, un rabino del siglo XI, se trata del carnero primordial, es el antepasado de la raza de Sem que une a Abraham con los orígenes. El carnero se precipita al sacrificio en lugar de Isaac, sustitución que marca la división entre el goce de Dios y su deseo. “Aquello cuya caída se intenta provocar es el origen biológico. Esa es la clave de misterio (…)”. (Lacan, De los Nombres del Padre. Pág. 100)
¿No nos recuerda esta “caída del origen biológico”, la “caída del cuerpo” que celebrará como solución en Joyce, en el Seminario XXIII, El Sinthome?

La inexistencia del Otro

Lacan enuncia en el Seminario VI, “El deseo y su interpretación”:
Ése es, si me permiten, el gran secreto del psicoanálisis. El gran secreto es: no hay Otro del Otro.” (Lacan, El deseo y su interpretación. Pág. 331)
En el contexto de su análisis de Hamlet de Shakespeare —que Lacan sitúa como equivalente al Edipo de Sófocles tomado por Freud—, de aquel sujeto que, a diferencia de Edipo, sabe lo que tiene que hacer: matar a Claudio. Pero, si Edipo no sabe, ignora lo que tiene que hacer y por tanto se muestra decidido en el cumplimiento de su destino, Hamlet, en cambio, lo sabe, conoce lo que tiene que hacer, le da vueltas, se demora, aguarda (Lacan distingue las palabras que Freud emplea en “Inhibición, síntoma y angustia”: abwarten, esperar, de Erwarten, estar esperando), Hamlet es la exposición del obsesivo en el que el deseo cumple la función de obstáculo.
Lacan se pregunta: “¿Qué puede significar que el deseo tenga aquí, con respecto a la acción, la función de un obstáculo?” (Lacan, El deseo y su interpretación. Pág. 325)
El deseo como obstáculo se muestra en Hamlet, en el hecho de que sabe que debe matar a Claudio y que ese homicidio es justo, pero que esto lo confronta con su propia muerte. Aquí es donde Lacan emplaza al sujeto, este análisis le ha servido para dar cuenta del sujeto del inconsciente, aquél que es fruto de la articulación significante, pero los significantes se encuentran en un lugar, que es “el lugar donde se sitúa la palabra” (Lacan, El deseo y su interpretación. Pág. 326), es el lugar donde la palabra se dispone en un orden, el orden del lenguaje, con su sintaxis y su gramática, allí se encuentra la verdad de lo que se dice, entre un emisor y un receptor (el emisor recibe su propio mensaje de forma invertida), allí se instaura este tercero como “el orden de la verdad” (Lacan, ibídem), ése es el lugar del Otro (A) con mayúscula.
Ahora bien, Lacan sostiene que siempre que alguien habla se dirige a este Otro, como garante de la verdad del discurso, “aunque sea mentirosa”, es al que el sujeto dirige la pregunta: “¿qué quiero?”, pero su apelación más exacta le viene a partir del Otro: “¿qué me quieres?”. Lacan dice:
En efecto, la palabra hace algo que se distingue de todas las formas inmanentes de captura de uno con respecto al otro, ya que instaura un elemento tercero, a saber, ese lugar del Otro en el cual, aunque sea mentirosa, ella se inscribe como verdad. Nada equivale a esto en el registro imaginario.” (Lacan, El deseo y su interpretación. Pág. 326)
En el sintagma que utiliza Lacan: “aunque sea mentirosa” se encuentra la reducción del Otro a un semblante, por eso tacha al Otro (A, barrado), porque, aunque es el lugar de la palabra “el conjunto del sistema de los significantes, es decir, de un lenguaje” (Lacan, El deseo y su interpretación. Pág. 331), justamente el que llamamos “materno”, en él nada contesta a la pregunta del sujeto: “¿Qué quiero?” El sujeto del psicoanálisis que habla se distingue así, del sujeto cartesiano, ya que se piensa desde el lugar del Otro. “De ello resulta que soy diferente de aquel que piensa Yo soy.”
No hay Otro del Otro” significa que: “No hay en el Otro ningún significante que pueda en este caso responder por lo que soy” (Lacan, El deseo y su interpretación. Pág. 332)
El significante faltante en el Otro es lo que el sujeto sacrifica por entrar en el lenguaje y que tiene que ver con la castración, que es la interdicción del goce, con lo que se pierde esa función significante denominada falo. “El falo es eso que se sacrifica del organismo, de la vida, del empuje vital, y que resulta simbolizado” (Lacan, El deseo y su interpretación. Pág. 332). Recordemos en este punto, la imagen del sacrificio de Isaac. El falo es un significante, es el “significante destinado a designar en su conjunto los efectos del significado, en cuanto el significante los condiciona por su presencia de significante” (Lacan, Escritos II, 670).
El Otro no existe, pero existe el semblante que ocupa el lugar de la verdad, el Otro, al hacer semblante, sólo proporciona el lugar de un lazo, de un acuerdo entre los que hablan, este lugar del lazo es el del discurso que Lacan ordena en cuatro y los coloca como el núcleo de todo sistema simbólico, a falta del Otro como garante del significado, la comunidad de los que hacen lo mismo y, por tanto, utilizan un “juego de lenguaje” (L. Wittgenstein) (9), hacen semblante de la existencia del Otro.
Ahora bien, esta inconsistencia del Otro es estructural, el lenguaje como tal es inconsistente, no hay metalenguaje, no hay un “más allá del lenguaje” desde el cual se pueda hablar del lenguaje, si lo hubiera sería necesario que exista otro lenguaje para hablar de este y así hasta el infinito. No habría límite hacia arriba, pero sí hacia abajo, como lo demuestra Jacques-Alain Miller en “U o No hay meta-lenguaje” (10), si no hubiera un límite “hacia abajo”, no habría lenguaje en absoluto, es necesario que haya un lenguaje único, primordial que no suponga otros, donde no se puede afirmar nada, no se puede negar nada, inarticulado, donde las palabras responden una a una, a esta lengua Miller la llama “U” y, es una elaboración que nos acerca a lalengua lacaniana.

La declinación del Nombre-del-Padre

¿La inexistencia del Otro arrastra también al Nombre-del-Padre?
Lacan distingue en entre el “Otro de la ley” y el “Otro del lenguaje”. Veamos.
En el primer tiempo del Edipo (Ver en este mismo blog: La metáfora paterna y los tres tiempos del Edipo), la madre es uno con el hijo, es la identificación del sujeto con el deseo de la madre (el Otro), con el falo imaginario, presupone para el sujeto la satisfacción plena. En el segundo tiempo, llega el padre como interdictor, priva a la madre —no al hijo— de su deseo, es el Otro de la ley que es el Otro del Otro (materno). En el tercer tiempo, el sujeto obtiene la promesa de la satisfacción plena perdida en el segundo tiempo, es una promesa que carga una fe, una fe en el nombre propio, porque en el tercer tiempo del Edipo. el padre es aquel que nombra.
Tener fe en el nombre no es lo mismo que creer en el nombre, la creencia en la propia identidad lleva a la infatuación, a la locura de la masa (y hay mucho de ello hoy en día), la locura es creer en el propio nombre.
El Nombre-del-Padre, es el “padre del nombre”, lo dirá Lacan en el Seminario XXIII, El Sinthome y, por tanto, está vinculado a la fe, la fe en el nombre es lo que nos salva del desamparo, el nombre viene a fundar un límite a la caída del sujeto, es la autorización a “desviarse” de la infatuación narcisista.
En el momento del acto de Abraham, el ángel enviado por dios detiene su mano, recordemos que dios le da otro nombre: Abram se trasforma en Abraham, letra que inserta el “tener derecho a” que es la función del padre de la nominación. El padre es aquel que da pruebas de que tiene el falo, el símbolo, la ley.
En el tercer tiempo del Edipo, justamente, se presenta como poseyendo el falo no como siéndolo, produciendo en la madre un giro que reinstaura al falo del padre como objeto deseado, esta es la salida del complejo de Edipo, en una salida favorable se produce la identificación con el padre, a esa identificación se denomina “Ideal del Yo”, es lo que nos acerca a la fe, pues el sujeto no hará uso de esta identificación inmediatamente, sino en un futuro, es la promesa del ejercicio de ésas funciones (potencia del padre que es también, potencia real, genital), más tarde, es por otra parte, el mecanismo de la metáfora, en el que la significación se presentará más tarde.
La salida del Edipo en la mujer se presenta de manera distinta, es más simple, ella no se enfrentará con ese tipo de identificación, ni obtiene los títulos de la virilidad para un uso posterior, por eso dirá Lacan más adelante en su enseñanza, que la mujer es sin fe. La mujer sabe dónde está eso y dirige sus pasos hacia el padre poseedor de eso, reconoce al hombre como el que lo posee.
El padre es el Otro (de la ley) del Otro (la madre), el padre representa “la existencia del lugar de la cadena significante como ley o se coloca, por así decirlo, sobre ella.” (Lacan, Las formaciones del inconsciente. Pág. 202). Esto quiere decir, que el discurso del padre en relación con el mensaje de la madre es un “más allá de la madre”, es un mensaje sobre un mensaje, es el mensaje de la interdicción, dice al niño: “No te acostarás con tu madre”; dice a la madre: “No reintegrarás tu producto” (Lacan, Las formaciones del inconsciente. Pág. 208)
En cierto modo, el mensaje del padre se convierte en el mensaje de la madre, en tanto que ahora permite y autoriza […] y así el sujeto puede recibir del mensaje del padre lo que habría tratado de recibir del mensaje de la madre” (Lacan, Las formaciones del inconsciente. Pág. 211)
Esto es el Otro del Otro, el Nombre-del-Padre, es decir: el “significante que en el Otro, en cuanto lugar del significante, es el significante del Otro, en cuanto lugar de la ley”. (Lacan, Escritos II. Pág. 564)
Ahora, retomemos el secreto del psicoanálisis que Lacan enuncia en el Seminario VI: “No hay Otro del Otro”. Lacan se queda ahí, no sigue, no dice que no exista el Nombre-del-Padre, sí dice, en el Seminario XXIII, El Sinthome:
La hipótesis del inconsciente, como subraya Freud, sólo puede sostenerse si se supone el Nombre del Padre. Suponer el Nombre del Padre, ciertamente, es Dios. Por eso si el psicoanálisis prospera, prueba además que se puede prescindir del Nombre del Padre. Se puede prescindir de él con la condición de utilizarlo.” (Lacan. El Sinthome. Pág. 133)
Es decir, no se trata de que el Nombre-del-Padre exista o no, sino cómo lo utilizamos para actuar. Por lo demás hemos visto que la inexistencia del Otro del Otro, quiere decir que este Otro también está en falta, en él no se encuentra ése significante que respondería al sujeto en su pregunta fundamental: ¿Qué me quieres?
Este impasse, debía ser resuelto en el Seminario XI, Los Nombres del Padre, que Lacan dejó después de la lección introductoria, en el que habría tocado el Nombre-del-Padre y que consideró que por eso fue censurado y no retomó jamás.
Desde ahí podemos hablar de una “declinación del Nombre-del-Padre” y no de su inexistencia, puesto que lo acompañará en su última producción, haciendo del Nombre-del-Padre el Sinthome, el cuarto nudo que anuda borromeamente los tres registros: Real-Simbólico-Imaginario.

Notas

1. “Recuerden lo que dice Hegel sobre el concepto: «el concepto es el tiempo de la cosa». Ciertamente, el concepto no es la cosa en lo que ella es, por la sencilla razón de que el concepto siempre está allí donde la cosa no está, llega para reemplazar a la cosa […] ¿Qué es lo que de la cosa puede estar allí? No es su forma, tampoco su realidad, pues, en lo actual todos los lugares están ocupados. Hegel lo dice con mucha rigurosidad: es el concepto el que hace que la cosa esté allí, aun no estando allí.” Jacques Lacan. Seminario I. Los escritos técnicos de Freud. Pág. 351

2. Guy Le Gaufey. El notodo de Lacan. Trad. Silvio Mattoni. (Córdoba: Ediciones Literales, 2007)
3. Jean Allouch. El Psicoanálisis ¿es un ejercicio espiritual? Trad. Silvio Mattoni. (Córdoba: Ediciones Literales, 2007)
4. Pierre Grimal. Diccionario de Mitología Griega y Romana. Trad. Francisco Payarols. (Barcelona: Paidós, 1981)
5. AA. VV. De la histeria sin Nombre-del-Padre. (Buenos Aires: Grama Ediciones, 2014)
6. Esther Cohen. El silencio del nombre. Interpretación y pensamiento judío. (Barcelona: Antropos, 1999)
7. Jacques Lacan, De Los Nombres del Padre. Trad. Nora A. Gonzales. (Buenos Aires: Paidós, 2005). Págs. 68-69
8. Le pari de Pascal, la apuesta de Pascal es un fragmento de sus Pensamientos publicada por los editores de Port Royal en 1670, en él Pascal presenta tres argumentos distintos para demostrar que es mejor creer en Dios, o para que los que no creen en él deberían actuar como lo si lo hiciesen. Ver de Ian Hacking. El surgimiento de la probabilidad. (España: Gedisa. 2005)
9. Un “juego de lenguaje” es el intento de delimitar un “uso del lenguaje”, en el que las palabras valen por su uso. Así, hay juegos de lenguaje nuevos y otros que se olvidan, por ejemplo los cambios en el lenguaje matemático, hablar el lenguaje forma parte de una actividad de reglas compartidas entre los “jugadores” para usar ciertas palabras de un cierto modo. No existen rasgos compartidos que definan un juego de lenguaje, no hay nada común entre juegos de lenguaje, sino “parecidos de familia”, los juegos componen una familia. Hay una indescriptible variedad de juegos de lenguaje ocultos bajo “nuestro lenguaje”. Cf. Ludwig Wittgenstein. Investigaciones filosóficas. Trad. Alfonso García Suárez y Ulises Moulines. (España: Ediciones Altaya, 1999). Pássim
10. Jacques-Alain Miller. U o “No hay meta-lenguaje”. Trad. Juan Carlos Indart. En: Matemas II. (Buenos Aires: Manantial, 1988)

Bibliografía

Jacques Lacan:
  • Seminario I. Los escritos técnicos de Freud. Trad. Rithee Cevasco y Vicente Mira Pascual. (Buenos Aires: Paidós, 1981)
  • Seminario V. Las formaciones del inconsciente. Trad. Eric Berenguer. (Buenos Aires: Paidós, 2003)
  • Seminario VI. El deseo y su interpretación. Trad. Gerardo Arenas. (Buenos Aires: Paidós, 2014.
  • Seminario XXIII. El Sinthome. Trad. Nora A. Gonzáles. (Buenos Aires: Paidós, 2006)
  • Escritos II. Trad. Tomás Segovia. (México: Siglo XXI, 1998)
  • De los Nombres del Padre. Trad. Nora A. Gonzáles. (Buenos Aires: Paidós, 2005)