domingo, 16 de octubre de 2016

Henri Meschonnic: pensar la filosofía desde la traducción

























Henri Meschonnic: pensar la filosofía desde la traducción

 

Autor: Marco Antonio Loza Sanjinés

 

Bajo la aureola de Nietzsche


Henri Meschonnic (1932-2009) es un filósofo al que se le podría atribuir los tres sintagmas que, de acuerdo con Nora Trosman (1), acompañan al nombre de Friedrich Nietzsche: provocador, excesivo y paradojal. Su motivo de arranque (como él mismo señala) es la lectura, en voz alta, de la Biblia, es decir, atribuyendo a esta un ta´amin, un ritmo, que en términos lacanianos deberíamos decir: su letra, el sonido del rasguño, de esa herida que sucede con lo que está antes del símbolo, eso que hace litoral, ribera entre el cuerpo y el espejo del lenguaje.

Henri Meschonnic con su libro: “Un golpe bíblico en la filosofía (2), se propone estudiar el “cuerpo” bíblico “escuchándolo”, no creemos que sea la oposición entre la escritura y lo oral un eje de su ensayo, pues su texto mismo, como “escrito”, mostraría esta contradicción. Meschonnic, logra situar su libro, su “escrito sobre el cuerpo bíblico”, justamente como litoral, en una extraña frontera entre la filosofía, la lingüística y la traducción.

Desbrozando el camino o, de los traduttore/traditore


Meschonnic comienza con una limpieza en su lectura de la biblia hebrea, esta se inicia desde su traducción, rechaza intensamente la traducción denominada de “los setenta” o septuaginta o canon griego, la rechaza por considerarla afín a la tarea griega de velar el hebreo en favor de un pensamiento que él denomina teológico-político, por ejemplo, algo que pasa desapercibido pero que entraña la fórmula perfecta del engaño: llamar judío al hebreo y, peor aún, ver en las páginas de la biblia el nacimiento del judeocristianismo.

La broza de la que Meschonnic quiere deshacerse en primer lugar, tiene que ver con la teoría del lenguaje, (esa teoría tan mencionada en la época del “giro lingüístico”), esa teoría inventada por Saussure, que acuñó la frase: “teoría del lenguaje” y que —mal leída—  no tiene entre sus intereses la interrogante del ritmo, es decir del poema. Veamos. “La Biblia —dice Meschonnic— está en nuestra cultura para que la teoría del lenguaje no duerma. Es la vela cuyo sueño es la filosofía”.

Para Meschonnic la Biblia fue expropiada por la hermenéutica, que a su vez está envuelta en el manto limitante del sentido y del signo. En su crítica, Meschonnic arrastra a toda la actualidad de lo que se ha venido en llamar el “giro lingüístico”: Paul Ricoeur, Derrida, Austin, Jauss, etc. y a las dos hermenéuticas, la cristiana y la judía, encadenadas a la búsqueda del sentido. La primera, con su ideoteología, con el paradigma del signo como guía: el Antiguo Testamento como significante y el Nuevo Testamento como el significado. La segunda, abierta a la repetición, la Mishná y al estudio, el Talmud, siguiendo así la vía de la búsqueda del sentido. Incluso Roman Jakobson, habría incurrido en lo mismo, al hacer de la poética una parte de la lingüística estructural. “Se trata —dice Meschonnic— del conflicto entre el signo y el poema”.

El poema es ritmo, más que sentido. En la biblia hay ritmo, más que prosa o verso. Lo que Meschonnic piensa del ritmo en la biblia, también puede extenderse a las demás lenguas (en la traducción) y al lenguaje, a ese lugar no pensado aún que hay en el lenguaje, esto es, el continuo: ritmo-sintaxis-prosodia. “El texto bíblico hebreo es, por tanto, una rítmica semántica del continuo.” (Meschonnic, 124)

Lo que la traducción, que únicamente busca el sentido de un texto, no encuentra, es la representación del lenguaje en acción en el acto de traducir, debido a que se reduce el lenguaje a la lengua, así se habla de “lengua de partida y lengua de llegada”, sin comprender que lo que hay que traducir es lo que un texto hace a su lengua, para Meschonnic, es la biblia quien mejor metaforiza la “organización del movimiento de la palabra”. Tratándose de la biblia, no ha de traducirse el hebreo, sino lo que la Biblia le ha hecho y sigue haciendo al hebreo. Y, así, para todos los textos a traducir.

La traducción generalizada trata de traducir pensamientos en palabras, confundiendo el acto lingüístico con el acto de comprender, así como se confunde el sujeto del enunciado con el sujeto de la enunciación, esta manera de la traducción generalizada se basa en la idea, también generalizada, del “hacer pasar al otro lado”.

El ritmo del discurso y su escucha


Para nombrar el ritmo en la Biblia, Meschonnic, utiliza el acento rítmico que en hebreo se nombra como: ta´am, “«el gusto» de lo que se tiene en la boca” (Meschonnic, 130), expresando así la materialidad del lenguaje, su corporalidad, la física del lenguaje. Como ejemplo Meschonnic traduce un fragmento del versículo 28 del capítulo 29 de las Crónicas:

“… en hebreo, vehashir meshorer, donde ve = «y», ha = el artículo, shir significa «canto», de lo que resulta «y el canto», y meshorer es el participio presente de la forma intensiva del verbo que significa «cantar». Es difícil ser más sencillo —dice Meschonnic. Como hay un elemento rítmico, dos veces tres sílabas, traduzco, para preservar la misma simetría: «Y el canto es lo que canta» [“Et le chant es qui chante”]. Es el canto lo que canta. No los cantores.” (Meschonnic, 130)

La forma “intensiva” de un verbo, “dos veces tres sílabas”, la “simetría”, eso es lo que preserva el ritmo, el ta´am, que Meschonnic mantiene en su traducción.
Y las compara con las demás traducciones sordas al ta´amin:

La versión de los setenta: “Kai oi psaltodoi ádontes” (Los salmistas cantan); la Vulgata: “Cantores et hii tenebant turas eran in officio suo” (Los cantores y quienes sostenían las trompetas cumplían con su oficio); King James Version: “And the psalm-singers were singing” (Y los cantores de salmos cantaban); Lutero: “Und der Gesang erscholl” (Y el canto resonó). La lista es larga de las traducciones que buscan “explicar” el texto en lugar de traducir.

Hay que volver a Spinoza, que sostenía que “el ritmo es la profecía del lenguaje y da un golpe bíblico a la filosofía” y a esa vieja correspondencia entre filosofía y teología, hay que regresar a Mallarmé con su: “el poema, enunciador”, ya que es el poema el que constituye al poeta.

San Jerónimo y los masoretas


Entre San Jerónimo y los gramáticos masoretas (“transmisores”) (3), media una traducción bíblica que busca, ante el sentido religioso del texto, es decir, ante el sentido que soporta lo teológico-político ya que San Jerónimo lo hacía “para la iglesia”, de acuerdo con el principio —dice Meschonnic— de prefiguración que hace del Nuevo Testamento el sentido del Antiguo, busca, decíamos, una traducción más atenta al hebreo, al ritmo que opera en el texto bíblico mediante la acentuación.

Para Meschonnic, no hay verdad sobre las traducciones de la Biblia, este es el conflicto entre el poema y el signo. Frente al signo y al sentido hay que escuchar la organización del ritmo de la Biblia en hebreo, esto es, restituir el continuo: “ritmo-sintaxis-prosodia”, lo que la Biblia hizo al hebreo más allá del significado teológico que quieren darle, eludiendo la ideoteología que vela el poema en la Biblia. Por eso Meschonnic propone retraducir la Biblia, “para que se escuche el hebreo del poema”, destruyendo la dicotomía que opone el sonido al sentido, sostener que las palabras poseen un sentido es una verdad parcial, pero hay también la “organización serial del movimiento de la palabra” que se recupera en la escucha. Ahora bien, el terreno de combate entre el signo y el ritmo es la traducción.

Traducir debe dejar de ser sólo interpretación, permanecer en el signo, lo que no quiere decir que olvidemos el sentido, lo que sería ilógico, sino, atender a lo recitativo del discurso, a su semántica serial que es la unidad del poema.

Lo que Meschonnic propone para la teoría del lenguaje desde la traducción, es que ésta vuelva sus ojos hacia la organización rítmica de los acentos disyuntivos y conjuntivos que organizan el versículo bíblico, siendo que no hay en la Biblia ni verso ni prosa, este sería el golpe de Biblia en la teoría general del lenguaje. Pero, al mismo tiempo, esto vale para la escucha del ritmo de cualquier poema, en cualquier lengua, pudiendo extenderse, —y al final esto sería el golpe de Biblia en la filosofía—, a cualquier poema del pensamiento.

Esta escucha del ritmo vale también, entonces, para la escucha analítica, con todo el murmullo que el lenguaje puede producir sin-sentido. Meschonnic, no lo dice, pero cuando él figura que un “texto es lo que un cuerpo hace al lenguaje” se acerca mucho a la posición lacaniana de lalengua, y al sujeto de la enunciación.

Al traducir: Oír, no ver


“El signo semiotiza visualmente.” —Sostiene Meschonnic. El signo se encuentra en el registro de lo que se ve, pero el lenguaje se transforma con la Voz, el profeta ve mediante el oído, lo demostró Maimónides, la traducción debe oír, no sólo ver, así en la traducción de la Biblia, pero también en la traducción en general, hay que escuchar el acento de cantilación, el ritmo.

En la Biblia, el versículo no es gramatical, es más bien una unidad rítmica, —nos dice Meschonnic—, aclara que “versículo” se dice en hebreo passaq = “cortado”, el acento que marca el final del versículo se llama silluq = “separación”, pero el acento inmediatamente más fuerte y que determina una cesura es atna´h, que significa “reposo”. Pero, aún más, hay dos grados en la jerarquía de los acentos dominantes, se denominan melajim = “reyes” o sarim = “príncipes”. El principal, dice Meschonnic, es el acento zakef, que quiere decir “erguido” o “elevado”, cuando dos se suceden, el primero es el más fuerte.

Están también, lo acentos conjuntivos, lo que unen, que se dicen: mejartim = “sirvientes”, los acentos que hacen de dos palabras, un sólo golpe de voz. Sus nombres clasifican tres categorías, los que designan la forma gráfica, los que enuncian una línea melódica y los que nombran un movimiento de la mano, esto último es la conservación de una antigua gestualidad, necesaria cuando no había signos diacríticos.

Es la música del hebreo, pero también, el movimiento rítmico del poema lo que la traducción debe escuchar, Meschonnic, fiel a su oído, propone este ejemplo:

“[…] hay una diferencia a la vez gráfica y melódica entre los tres libros de Job, Proverbios y Glorias (ta´amei enet – lov, Mishlé, Tehillim), y los otros veintiuno que se consideran de “prosa”. Pero, como esa diferencia no afecta a la jerarquía interna, y sólo la rítmica pausal-semántica tiene un efecto discursivo, es lo único que escucho para traducir.” (Meschonnic, 201)

Hay que escuchar el ritmo, no la música, como quiere la tradición hermenéutica judía, que impide escuchar el ritmo en el lenguaje. La tradición cristiana, en cambio, pero complementariamente, enmascara el ritmo en la Biblia mediante una lectura denominada “científica”. Este es el triunfo de la religión, de la liturgia frente al sonido del ritmo. Es, finalmente, el triunfo de la confusión entre lo sagrado, lo divino y lo religioso.

Pero, está Meschonnic que, con su trabajo de traducción de la Biblia, quiere descristianizarla y deshelenizarla, incluso “contra lo lingüísticamente correcto”: “Traduzco para hacer que se oiga lo que ninguna otra traducción hace oír, ni en francés ni en ninguna de las lenguas europeas que puedo leer: los ritmos, los efectos de significancia del discurso. No es ni arrogancia ni paranoia. Es verificable.” (Meschonnic b, 24)

Notas


(1) Nora Trosman. Interlocutores filosóficos de Lacan. (Buenos Aires: Letra Viva, 2013). La autora califica así la homología entre Nietzsche y Jacques Lacan. Págs. 123- 148

(2) (a) Henri Meschonnic. Un golpe bíblico en la filosofía. Trad. Alberto Sucasas. (Buenos Aires: Fundación David Calles para la difusión del humanismo, 2007). Todas las citas fueron tomadas de esta edición. Henri Meschonnic, es autor también, de un libro verdaderamente herético y provocador:

(b) Heidegger o el nacional-esencialismo. Trad. de Hugo Savino. (Madrid: Arena Libros, 2009)

(3) Masoret, es una palabra hebrea que quiere decir literalmente: “tradición”, del que viene: Masora, un término técnico para establecer los textos del Antiguo Testamento conservando su pureza y su forma. Los masoretas inventaron dos complicados sistemas de acentos para preservar la pronunciación de una lengua que ya nadie hablaba, fueron tan minuciosos en su tarea de conservar intacto los textos originales, que idearon métodos precisos para contar el número de palabras, el largo de las líneas, el color de la tinta, etc.