domingo, 16 de agosto de 2015

Los poderes de la sexuación







Los poderes de la sexuación
Comentario al libro: “La autorización de sexo” de Silvia Amigo


Autor: Marco Antonio Loza Sanjinés

“Estas líneas aproximan como hipótesis —sin que esta hipótesis suponga agotar ese enigma— que toda escritura parece estar hondamente relacionada con la posibilidad femenina de hacer la letra de amor.”
Silvia Amigo. La autorización de sexo.

Introducción

Leer retroactivamente, “aprés-coup”, nos lo enseñó Jacques Lacan, que es como un viaje a la semilla, al nudo de todo nudo: lalengua. Así es como Silvia Amigo lee la obra de Lacan dedicada a la sexuación.
Para la psicoanalista Silvia Amigo, la diferencia sexual es «real» (en el sentido lacaniano del término, el de la tríada: Real, Simbólico, Imaginario), lo que constituye una de las tesis centrales de su libro: «La autorización de sexo» (1). Pero también constituye una respuesta a las proposiciones hoy en día muy actuales que parten del postulado de la “construcción discursiva” del sujeto sexuado, por ejemplo en las importantes intelectuales del feminismo contemporáneo, como Judith Butler (2) que cita a Luce Irigaray cuando sostiene que la diferencia sexual no es un hecho, como tampoco es la “ineludible presencia de lo «real» del vocabulario lacaniano”. Para Irigaray, la preocupación por la diferencia entre los sexos es una preocupación actual, “pertenece a los tiempos actuales”, es una pregunta que no sólo marca a la modernidad, sino “la cuestión” que provoca la investigación feminista, es una pregunta de “nuestros tiempos”, una pregunta que para el feminismo carece, por el momento, de respuesta, dado que el feminismo filosófico es contraria a la famosa “protesta” femenina elaborada desde el psicoanálisis.
Tomemos un ejemplo: la noción de “género” (tan caro a Marta Lamas, teórica del feminismo que podríamos llamar “cultural”) (3), como una construcción discursiva de los roles femeninos y masculinos, de la que no podemos decir que pertenece al campo de las normas o del registro simbólico, pues la “norma” no es exactamente la “posición simbólica”; Luce Irigaray, siguiendo en este punto a Lacan (luego lo criticará duramente, romperá con él, por su lado Lacan llamará “basura” a su famoso libro: Speculum. Espéculo de la otra mujer) se pregunta si el “sexo” masculino es “el” sexo, el que inaugura una aproximación cuantitativa al sexo, para Irigaray el sexo es una categoría lingüística que se sitúa entre lo biológico y lo social. “Por tanto, «el sexo que no es uno» es la feminidad entendida precisamente como aquello que no puede ser expresado mediante un número.” (4)
Ahora bien, Silvia Amigo en: La autorización de sexo, para quien estas lecturas no le son desconocidas, prefiere, sin embargo, dialogar con la obra de Jacques Lacan.

Autorizarse hombre o mujer

Como muchos significantes en Lacan “autorizarse” adquiere una dirección diferente y un peso específico que necesita elucidación, cuando Lacan lo ubica junto con “psicoanalista”, (“l’analyste ne s’autorise que de lui-même o "El analista solo se autoriza a partir de él mismo ") ha dado lugar a un interminable debate que sigue hasta hoy, paralelamente, Silvia Amigo nos recuerda que Lacan utiliza ese vocablo cuando habla de la asunción de una identidad sexual, la psicoanalista lo localiza en el Seminario XXI: Les non-dupes errent, en el que Lacan indica que, como en la autorización de analista, no hay en el Otro una indicación de la identidad sexual a asumir, de ahí esa pregunta fundamental que se dirige al Otro: ¿soy hombre o soy mujer? O, esa que hace el sujeto femenino a la madre: ¿Cómo se es mujer? ¿Cómo goza una mujer?
Este acto subjetivo, el de autorizarse de sexo, implica que ya el sujeto ha logrado las «tres identificaciones»:
1. La identificación primaria, esa que está ligada a la pulsión llamada oral, en el que el objeto es incorporado, aniquilado, devorado, objeto que por lo tanto desaparece.
2. La identificación a un rasgo, en el que el yo toma un sólo rasgo del otro, amado o no amado, con lo que produce un afecto.
3. La identificación imaginaria frente al otro, sin intervención de lo simbólico, Freud propone el famoso ejemplo de la muchacha del pensionado identificándose con la reacción de otra que ha recibido una carta de amor.
Para Silvia Amigo, existe además, una cuarta identificación: la identificación al propio síntoma, pero conciliando el “atravesamiento del fantasma” postulado como fin del análisis por Jacques Lacan en la Proposición del 9 de octubre de 1967.
El “sí mismo” (lui-même, con todos los reparos que se conocen a su traducción, por ejemplo en: El "afecto" del analista de  Michel Sauval, en Acheronta Nro 27), no significa para Silvia Amigo, ni autosuficiencia ni autogestión del sujeto, ya que no es lo mismo padecer un síntoma que identificarse a él.
Así, la autorización de analista pasa por identificarse al síntoma logrado, por supuesto, después de un análisis personal ante otro. Posteriormente sobrevendrá el “deseo de analista”, es decir, hacer de semblante del objeto a para que otros puedan recorrer el camino que lo llevó a él a la cura.
La autora nos recuerda que Lacan, formaliza las diferencias sexuales en su Seminario de 1972-1973 Encore, sin recurrir a la biología ni a las teorías feministas para las que toda diferencia sexual y sus identidades están construidas por la cultura, con todo su vaciamiento simbólico.
El “autorizarse”, para la autora significa que, en su singularidad, el sujeto ya no elegirá en función del Otro (deseo del Otro), sino como “avatar singular” […] “hacer argumento a la función fálica no dependerá substancialmente del Otro” (Silvia Amigo, pág. 16). Por eso es imposible predecir si un sujeto con una historia familiar tendrá una identificación femenina o masculina.

El sexo y la grieta

Si autorizarse queda elucidado a partir de autorizarse analista, queda comprender lo que quiere decir “sexo”, que proviene del latín “sectum”, “cortado o seccionado” que, en el psicoanálisis freudiano, se interpreta como los “dos módulos reales del inconsciente alrededor de los cuales se urde la trama de representaciones” (Ibídem): sexualidad y muerte. En este trance el parlêtre encuentra algo que contrarresta la angustia que le provoca el sectum, el sexo: el goce. Modo de goce que es bien diferente si se trata de un hombre o de una mujer, modo de gozar que viene como “retribución”.
Silvia Amigo considera que la diferencia sexual no es prediscursiva como sostiene la biología, ni un producto cultural o social, sino real. Es real porque implica un imposible, un fracaso, el parlêtre es un cuerpo que habla, está escindido (esto es el sectum) por el significante, no hay allí entonces, sino un significado que compensa ese fracaso. El real de la ciencia (por ejemplo el de la biología) es algo que funciona, el real del psicoanálisis es, por el contrario, lo que no funciona, lo imposible, lo que «no cesa de no escribirse» (J. Lacan), negación redoblada. Por eso, nos dirá Silvia Amigo, el autorizarse de sexo, no es enteramente dependiente del Otro, consiste en fallar en suturar la grieta de dos formas posibles: masculina y femenina; que son, al mismo tiempo, dos maneras de gozar.
Los dos sexos (Lacan se preguntaba ¿por qué sólo dos y no tres?), se diferencian por —apenas— una “pequeña diferencia anatómica”, pero si seguimos sólo a esta “pequeña diferencia”, continuaríamos en la biología, el psicoanálisis sostiene que hay sujeto, sujeto sexuado. El pene (la pequeña diferencia) viene a representar la existencia del falo como significante, existe el falo para todo ser hablante, más allá de su sexo biológico, toda sexuación responde a la función fálica. Pero, he aquí la clave de toda la “cuestión femenina”, allí falta el significante de la mujer que debería ser la negación de la función fálica. Esta “falla” es, también, el sectum, la “grieta”, el “corte” de la mujer. (5)
Pareciera que la hendidura del genital femenino hiciera presente de modo particularmente oportuno a ese concepto. Hay algo tan atractivo como abismal en el sexo. Ante su visión el varoncito entra en un movimiento espontáneo de renegación, afirmando que su portadora ha sufrido un castigo, o que «ya le crecerá». La niña corre el peligro de caer en la envidia del pene, la cual querrá reparar con el amor del padre” (Silvia Amigo, pág. 17)

Tener o no tener el falo

Lacan proponía en “La significación del falo”, la distinción entre ser o tener el falo como división de los sexos, posteriormente intenta formalizarlo utilizando las funciones proposicionales en sus “fórmulas de la sexuación” del seminario Encore y en su último texto escrito L’étourdit. Lo que Lacan intenta hacer es conciliar la doctrina clásica de la fase fálica y el complejo de castración, mediante lo simbólico. Lo primero que hace Lacan, es elevar el órgano al rango de significante: Φ (x), para esto Lacan utiliza el concepto de función de Gottlob Fregue, donde x, denominado “argumento”, es indeterminado e incluso puede no existir y está condicionado por Φ. Después, plantea un V x (para todo x) Φ (x), es decir, que cualquiera sea x, si se inscribe en la función fálica, satisface la función y su valor de hombre, este es el fin del Edipo para el varón, quedando del todo identificado a los emblemas paternos, es el “todo” universalizable. En cambio, para la mujer propone el matema: -(Ǝx Φ (x)) (no existe un x, tal que: negación de Φ (x)), esto es una inexistencia, el “no-todo” femenino.
Lacan ha logrado con estas fórmulas de la sexuación separar la constitución biológica del cuerpo y el lenguaje como estructura del inconsciente, Freud descubre que la diferencia anatómica entre los sexos está reducida a tener o no tener el falo, de ese modo el parlêtre —para Lacan— debe elegir su sexuación más allá de su anatomía, debe elegirla en el lenguaje, entre dos significantes opuestos: tener o no tener el falo.
Esto retrotrae a toda la discusión con Freud según el cual la mujer no concluiría la disolución del complejo de Edipo, porque no tendría el órgano con el cual se la podría amenazar para la castración. Lejos de constituir un minus, tal como se ofuscan las feministas, da ocasión a que ellas tengan una facilidad, una souplesse mayor para salirse del posible imperio, asfixiante, de un todo del símbolo. Lejos de ser seres «inferiores» las mujeres pueden devenir, al decir de la ingeniosa Joan Copjec, «el flagelo de la horda»”. (Silvia Amigo, pág. 67).
Aquí detenemos nuestra lectura del libro de Silvia Amigo, del que hemos seguido apenas uno de los hilos conductores del rico tejido que compone, ella contiene los nudos lógicos que llevaron a Lacan al desarrollo de las fórmulas de la sexuación, sus dialogo con lógicos como Russel o su avance contra Aristóteles.

Notas

(1) Silvia Amigo. La autorización de sexo. (Buenos aires: Letra Viva; 2014)
(2) Judith Butler. ¿El fin de la diferencia sexual? En: Deshacer el género. (Barcelona: Paidós; 2006). Pág. 247
(3) Marta Lamas. Cuerpo: Diferencia sexual y género. (México: Taurus; 2006)
(4) Judith Butler. Obra cit. Cap. 3 El reglamento del género. Pág. 71
(5) Al respecto Eugénie Lemoine-Luccioni, sostiene:
«¿Qué es lo que pasa en el hombre? Él tiene su órgano sexual y, en general no lo pierde, salvo que lo castren, lo que no es nada frecuente. Tiene, simplemente temor a perderlo; cree que ha sido amenazado, incluso cuando no lo ha sido; para él lo que está en juego es la pérdida de una parte de sí mismo. […]. Para la mujer, todo ocurre de manera muy diferente; siempre tiene pares de ella misma que se van de su cuerpo, que se separan de ella. Y más aún, al separarse ella de su madre, al nacer, es vivida por su madre y por ella misma, como una parte de esa madre que se desdobla porque ella es la misma que su madre. […] Tal parece ser la asimetría fundamental del desarrollo libidinal del hombre y de la mujer, desde su raízLa mujer en el psicoanálisis. (Barcelona: Editorial Argonauta, 1990). Pág. 63