sábado, 27 de agosto de 2022

El decir veraz y la denegación. De Foucault a Lacan

 



El decir veraz y la denegación. De Foucault a Lacan

 

Autor: Marco Antonio Loza Sanjinés

«La más vil de todas las necesidades: la de la confidencia, la de la confesión. Es la necesidad del alma de ser exterior.

Confiesa, sí; pero confiesa lo que no sientes. Libra a tu alma, sí, del peso de sus secretos, diciéndolos; pero qué bien que el secreto que dices nunca lo hayas dicho. Miéntete a ti mismo antes de decir esa verdad. Expresar(se) es siempre equivocarse. Se consciente: decir sea, para ti, mentir.» 

Fernando Pessoa. Libro del desasosiego. Párrafo 408


Introducción

Hay, sin duda, un nexo entrañable entre Michel Foucault y Jacques Lacan, ese nexo es de relación biunívoca: la ida es la vuelta. No sólo hay un interés por los mismos temas, además de que su labor intelectual fue contemporánea, sino que en los dos hay un arte mimético, ninguno quiere permanecer en un solo lugar, se mueven constantemente de un pensamiento a otro, sin aludir jamás a un “progreso”.

Hay y hubieron, muchos intentos de articular las dos formas de pensar, hasta ahora no hemos encontrado ninguno bien logrado. Nosotros no queremos ser la excepción, nos contentamos con tratar de descubrir las respuestas a algunas preguntas.

¿El sujeto afirma cuando niega? ¿Existe un sujeto que siempre diga la verdad, un sujeto ascético en tiempos modernos? ¿Se ha pasado de pensar la verdad, para pensar la narración como ficción?

Primera escansión. Cuando se niega afirmando

Comencemos con un caso ideal construido (o reconstruido) por Michel Foucault. Al comienzo de sus conferencias de Dartmouth College en “Subjetividad y verdad” (1), Foucault, comenta el tratamiento dado por un psiquiatra francés, François Leuret al señor A. que sufre de delirio de persecución y alucinaciones. Leuret lleva una mañana al señor A. a las duchas y le pide que cuente su delirio. El doctor Leuret le dice, después de escucharlo: “En todo eso no hay una sola palabra que sea verdadera, usted dice locuras. Y porque está loco, lo retenemos en Bicètre”. El señor A. responde: “No creo que esté loco. Sé lo que vi y oí”. El doctor Leuret responde: “Si quiere que esté contento con usted, tiene que obedecer, porque todo lo que le pido es razonable. ¿Me promete no pensar más en locuras, me promete no hablar más de ellas?”. El señor A., dudando, lo promete. “No es suficiente —responde Leuret— usted ya ha hecho este tipo de promesas y no las ha cumplido”. Abre el grifo de la ducha fría sobre la cabeza del señor A., inmediatamente el señor A. admite que tiene imaginaciones y que son locuras, pero agrega: “Lo reconozco porque usted me fuerza a hacerlo”. Entonces recibe un nuevo chorro de agua fría, Leuret cierra la ducha e interroga de nuevo al señor A. “De todos modos estoy seguro de que oí voces y vi enemigos a mi alrededor”, —dice el señor A. Por supuesto, recibe una nueva ducha de agua fría, entonces confiesa: “Lo admito. Estoy loco, todo eso era una locura”. ¿Está loco entonces? —pregunta Leuret—, el señor A. duda: “Creo que no”; recibe una tercera ducha helada. ¿Está loco? Vuelve a inquirir Leuret. El señor A. contesta: “Ver y oír es estar loco?”, —sí, contesta Leuret. Así el señor A. admite, finalmente, que: “No había mujeres que me insultaban, ni hombres que me perseguían. Todo eso es una locura.”

Este relato que parece tomado de uno de los cuentos de Kafka concluye con el final esperado por François Leuret, a fuerza de duchas frías, el señor A. es curado, ya que como “había reconocido (confesado) estar loco, ya no podía estarlo” (2).

La idea que cierra el relato y abre el análisis que posteriormente hace Foucault, es la idea que circula por toda la historia de la psiquiatría: no se puede estar loco y tomar consciencia de estarlo, la percepción de la verdad desplaza el delirio. Pero, Leuret va más allá, lo que el busca es la confesión, si el señor A. confesara que está loco y que todo lo que imagina es un delirio, entonces, sólo entonces, estaría curado. Más allá de lo que Foucault denomina “terapias de verdad”, François Leuret no quiere reconocer lo que pasa en la cabeza del señor A., sino una afirmación: “estoy loco”. Esto es lo que Foucault llama confesión y es centrado en este concepto con el que quiere acercarse al psicoanálisis, pasando por la confesión cristiana. En la confesión, además, se nos presenta ese encuentro entre el sujeto y su verdad; entre el sí mismo y la verdad que lo constituye. “El sujeto constituye el punto de intersección entre un conjunto de recuerdos que deben traerse al presente y actos que deben regularse”. (3)

Esto, saber la verdad sobre uno mismo, es lo que en la cultura occidental se consideró como el requisito necesario y suficiente para salvarse, al igual que el señor A. hay que declarar con la mayor exactitud lo que uno mismo es y, al mismo tiempo, declararlo a otras personas, es el paso a la confesión como sacramento en la iglesia católica y el paso, aunque transformado, como acto analítico. Entre paréntesis, digamos que es lo que piensa Foucault y hacia donde avanzaba en su investigación, claro que el acto analítico está bien lejos de ser una confesión, la novela familiar, se lee como lo que es: una ficción y el analizante no tiene que aceptarlo ni declararlo, lo que sí ocurrió es que la matriz de la confesión le abrió el camino.

Este sí mismo, como verdad constituyente, Foucault lo encamina como producto de una tecnología, una “técnica del uno mismo”. En la “Howison Lecture” de la universidad de Berkeley, las “tecnologías del uno mismo” quedan caracterizadas como:

«aquellas técnicas que permiten a los individuos efectuar un cierto número de operaciones sobe sus propios cuerpos, en sus almas, en sus pensamientos, en sus conductas […] de un modo tal que los transforme a sí mismos, que los modifique con el fin de alcanzar un cierto estado de perfección o de felicidad, o de pureza, o de poder sobrenatural, etc.» (4).

Observamos, en esta cita, el tremendo poder de las intervenciones de Foucault, a un tiempo teóricas y prácticas, indisociablemente. Estas tecnologías o “técnicas del uno mismo”, se cuelan por los intersticios de la práctica psicoanalítica, así Foucault se convierte, como dirá Jorge alemán (passim) en “pasador” de Lacan (cf. También de Didier Eribon, Michel Foucault y sus Contemporáneos).

Estas técnicas de sí que llevarían —transformando al sujeto— hacia su verdad, Foucault las añade a la división tripartita que Jurgen Habermas (5) construye para estudiar la sociedad occidental en su origen: técnicas de producción, técnicas de significación y técnicas de dominación. Así pues, las “técnicas del uno mismo”, llegan como una cuarta tecnología, que permite a los sujetos operar sobre sí mismos, solos o con la ayuda de otros, para lograr una transformación de sí mismos, para alcanzar una verdad sobre sí mismos, porque existe una simultaneidad entre “conócete a ti mismo” délfico y el “ocuparse de uno mismo”.

Pasando revista a las tecnologías de sí de la Grecia clásica y de la cultura grecorromana de los siglos II y III, Foucault avanza hasta las hermenéuticas de sí del cristianismo, donde adquieren la forma de la confesión propiamente dicha y que influirá en el nacimiento de las llamadas ciencias humanas. Y, desde allí, en este recorrido de la historia de la subjetividad, el camino se abría hacia el decir veraz sobre sí mismo.

Nos moveremos, ahora, hacia el drama de Edipo leído por Foucault (6), no para dar con el complejo, tan mentado en psicoanálisis, sino para leerlo de forma sesgada, por debajo, para leer en este drama de Sófocles, el obrar mal y el decir veraz, así pues, Foucault lee, más que la prohibición, la veridicción edípica. Esta “veridicción edípica” se da por pares, por la “ley de las mitades”, lo que hace que la verdad sea sostenible, que se produzca de una colaboración, incluso de una mayéutica, no se trata entonces de una “confesión” en el sentido que se le dará en el catolicismo, en el ejemplo que Foucault recrea, sino de una partición, de una verdad que se da junto a otro. El primer par está dado por Apolo y Tiresias, el Dios que todo lo ve (pasado y futuro) y el ciego que ve muy bien el presente, apolo dice la razón de la peste y Tiresias quién es el culpable. La segunda pareja está dada por Yocasta y Edipo quienes recuerdan o, construyen un recuerdo. La tercera pareja es, sin embargo, quien generará la verdad, las otras no habían sido aceptadas o convalidadas. Sólo esta tercera pareja produce la “aleturgia”, el mensajero de Corinto y el pastor de Literon son los que producen la verdad, una que ocasiona que las otras dos sean sus correlatos.

Las “aleturgias” se dan en Apolo y Tiresias, al nivel de los dioses; Edipo y Yocasta, al nivel de los reyes y los jefes; el mensajero y el pastor, al nivel de los esclavos y sirvientes. Foucault se pregunta: “¿Por qué fue la tercera la que produjo efectivamente la verdad?

La primera pareja habla de la intemporalidad de la relación con la verdad; la segunda pareja habla del reconocimiento de la verdad, aunque Edipo mismo haya formulado la verdad, no se reconoce en ella, lo mismo sucede con Yocasta, Edipo está lleno de un saber que no sabe que sabe. Con el esclavo y el sirviente tenemos, finalmente, una palabra de verdad que no separa lo que se quiere saber y lo que no quiere saber, se instala aquí el lugar de la confesión, como forma de interrogatorio. Así pues, el saber de Edipo se encuentra entre la profecía y la confesión. Edipo se encuentra atrapado en la trenza formada por azar y destino que le anuda los talones. El azar se dice como verdad y el destino como profecía.

El decir veraz en Psicoanálisis

Partiremos de un texto prínceps de Freud, descuidado y olvidado: “Die Verneiunung” (7), la palabra Verneiunung tiene, en sí misma, la negación “nein” así que bien podría traducirse tanto como “La Negación” y “La Denegación”, ambos significados son utilizados por Lacan, diferencia que queda suprimida en la traducción, al castellano, de Amorrortu (cf. T.XIX. 19).

En la Verneiunung de Freud, el yo puede operar con la negación sobre un contenido inconsciente en última instancia, por lo que, en su inadecuación y precipitación, falla. Freud halla el lugar de la enunciación (primera parte de su texto, los casos clínicos), por medio de la negación, el pensamiento se vuelve operante, en un primer momento, una frase afirmativa utiliza los términos que encierran los afectos, pero una segunda frase niega a la anterior.

Ocurre un fenómeno sorprendente: la negación permite cierta enunciación de la toma de conciencia de la represión, sin que el sujeto acepte su contenido, hay, por tanto, una separación entre la función intelectual y el proceso afectivo. Debido a esto, en la medida en que la negación reviste un carácter proyectivo en la enunciación, se convertirá en una denegación. Aquí se encuentra la aclaradora frase de Freud:

“Puesto que la tarea de la función intelectual del juicio (intellektueller Urteistunktion) es afirmar (bejahen) o negar (Verneiunung) contenidos del pensamiento, las consideraciones anteriores nos han llevado al origen (Ursprung) psicológico de esa función. Negar algo en el juicio, quiere decir en el fondo: «eso es algo que yo preferiría reprimir»”. Freud. (Amorrortu, T. XIX, pág. 254).

La negación viene a ser la marca (Markzeichen) con la que el contenido pasa a la conciencia y con la que se reconoce su lugar en la enunciación.

Negar algo en el juicio ----> plano del enunciado

Negar el juicio mismo ----> plano de la enunciación

Es —dice Freud— “una suerte de aceptación intelectual de lo reprimido con persistencia de lo esencial de la represión” (Amorrortu, T. XIX, pág. 254)

Encontramos así, que cuando hablamos de la negación no nos referimos al par: afirmación/negación; la negación ya supone la afirmación, puesto que para que su contenido sea negado ha debido ser afirmado en lo psíquico. Nos referimos entonces, a otro par, al formado por lo que Hyppolite (8) llama “un primer mito”, el de afuera y el de adentro”, es un mito de constitución del aparato psíquico, sobre la incorporación o la expulsión (Bejahung – Ausstossung): lo que introduzco en mí, constituye el “adentro”, lo que lo expulso, constituye el “afuera”. Lo que es introducido, es captado o buscado, es una Bejahung. Una afirmación, en tanto lo que queda afuera, lo producido por una expulsión (Ausstossung), que sólo después, en un segundo tiempo, se convertirá en negación (Verneiunung).

El mito circunscrito por Freud, del afuera y del adentro, tiene una relación fundamental con el principio de placer, aquello que incorporamos, ya sea devorándolo o a través de los sentidos es causa de placer y placer, es siempre, placer del cuerpo y de la incorporación de una cosa que no es el propio cuerpo. La negación entonces, como correlato de la incorporación, siendo una afirmación negada y por eso mismo puesto en la conciencia como negación redoblada, “[t]al la afirmación inaugural, que no puede ya renovarse sino a través de las formas veladas de la palabra inconsciente, pues el discurso humano sólo permite volver a ella por la negación de la negación” (9). La negación, como marca (Maekzeichen) se opone a la expulsión (Ausstossung). A su vez, la expulsión es susceptible de su uso, quizá aún más, lo expulsado sólo lo es por el uso.

Cuando Freud dice que: “Logramos triunfar también sobre la negación y establecer la plena aceptación intelectual de lo reprimido, a pesar de lo cual, el proceso represivo mismo no queda todavía cancelado” (Amorrortu, T. XIX), se refiere a ese uso de lo expulsado, puesto que lo reprimido retorna vía la Verneiunung.

Los lingüistas distinguen una negación modal de una negación simple, por ejemplo, cuando alguien dice: “esto no es una mesa”, se lo interpretaría como: “es una silla”; en cambio la negación modal sería del modo: “es una mesa, pero para mí no lo es”, lo que indica una intersubjetividad, que se ubica entre un juicio de atribución (“esto no es una mesa”) y un juicio de existencia (“es una mesa, pero para mí no lo es”). Freud capta en ese movimiento, la operación del pensamiento, la negación permite la enunciación de la toma de conciencia de la represión, sin que el sujeto acepte su contenido donde, además, se observa la separación entre la función intelectual y el proceso afectivo.

Este paralelismo entre la enunciación y la negación introduce el problema de la “denegación”: todo mensaje implica denegación ya que va dirigido a otro. La denegación precisamente, consiste en querer eliminar el significante reprimido del Otro, reafirmándolo y, al mismo tiempo, confirmando que el significante proviene del Otro.

Para Lacan, a partir de la noción del Nombre-del-padre (cf. En este blog), figura de la ley simbólica y de la castración, habrá una “negatividad” fundadora en el núcleo del sujeto hablante, es decir, sostiene Lacan: “sólo por la negación de la negación [negación redoblada, no la afirmación] el discurso humano permite recuperar la palabra inconsciente” (10), tal afirmación se basaba en el análisis de la lengua francesa, en la forma de un enunciado que dice. “je creins qu`il ne vienne” (temo que él venga), el “ne” expletivo deja la estela que el pensamiento inconsciente dice: “esperaba que no viniera”. Lacan analizará el “ne” expletivo como “el comienzo de toda enunciación del sujeto concerniente a lo real”, Lacan ve en este velamiento, una verdadera invención, la sustitución de una relación de inclusión, por una de exclusión, puesto que el sujeto busca en ese “real lo imposible, así se puede decir que en el origen de toda enunciación justamente sólo hay lo no posible” (La Identificación. Cf. nota anterior).

La importancia de la negatividad, está en la negatividad del significante, puesto que un significante sólo encuentra su estatuto mediante otro significante y no a partir de sí mismo. En términos foucaultianos: el decir veraz no puede encontrarse en la ephimaleia seuton, en el cuidado de sí mismo, sino siempre frente a otro, relación que está signada por la mentira (Nietzsche). Esta importancia de la negatividad se impondrá e el pensamiento de Lacan, quien reescribirá las proposiciones lógicas de Aristóteles, introduciendo dos nuevas escrituras de la negación: "no todo" y "no existe", reescritura que le permite pensar más radicalmente otra negación, la: “no-relación-sexual”.

«Die Mutter Ist es nicht» (“Esa no es la madre” o “La madre ella no es”

La famosa frase que deja Freud en su texto “La Negación”, es la que nos trae la clínica, dice Freud que él la encontró en el tratamiento de pacientes en los que escuchaba proposiciones de forma negada que “es el rechazo (Abweisung) por proyección, de una ocurrencia que acaba de aflorar” (Amorrortu, p. 253). En una rápida búsqueda en un diccionario encontramos que Abweisung, significa: denegación, repulsa, recusación. Entonces, Freud puede decir que el contenido de la representación puede acceder a la consciencia a condición que se deje negar (Verneinen), se trata de tomar noticia de la reprimido como Aufhebug, en el sentido de cancelación, pero no supresión, pues la función intelectual se separa del proceso afectivo, por eso quien emite una negación no toma nota del contenido afectivo puesto allí. Freud, sostiene: “de ahí una suerte de aceptación intelectual de lo reprimido con persistencia de lo esencial de la represión” (Amorrortu. P. 254), “negar algo en el inicio —continúa Freud— quiere decir en el fondo «eso es algo que yo preferiría reprimir»”.

Si esto es así, podríamos preguntarnos: ¿Por qué aquel contenido no es simplemente reprimido, en lugar de dejarlo pasar con una marca? O, en otras palabras, ¿debido a que el yo declina su vigilancia? Freud responde, que es porque el pensar no puede carecer de eso para su eficacia, hay una necesidad de ese contenido por eso no puede ser reprimido y pasa a la consciencia como negación. Si se dice: “Die Mutter Ist es nicht”, se quiere decir, que la madre no sea es necesario al pensar del sueño donde aparece la imagen materna, se hace necesario a la coherencia y a la lógica de la situación, que ahora, con Lacan, podemos denominar: “significante”, donde la creación del símbolo “no” abre el camino a la independencia del yo respecto de la represión. “No es la madre” quiere decir: “sí es ella”.

Freud sostiene al final de su texto:

“Armoniza muy bien con esta manera de concebir la negación el hecho de que en el análisis no se descubra ningún «no» que provenga de lo inconsciente y que el reconocimiento por parte del yo se exprese con una fórmula negativa. No hay mejor prueba de que se ha logrado descubrir lo inconsciente que esta frase del analizado, pronunciada como reacción: «no me parece», o «no (nunca) se me ha pasado por la cabeza»”. (Amorrortu, p. 257)

Bibliografía

(1) Michel Foucault. El origen de la hermenéutica de sí. Trad. Horacio Pons. (Argentina: Siglo XXI, 2018). Págs. 39-70

(2) Foucault. Obrar mal, decir la verdad. Trad. Horacio Pons. (Argentina: Siglo XXI, 2014). Pág. 22

(3) Foucault. El origen de la hermenéutica de sí. Pág. 51

(4) Miguel Morey. Introducción a Foucault. En: Michel Foucault. Las tecnologías del Yo. Y otros textos afines. Trad. Mercedes Allendesalazar. (Buenos Aires: Paidós, 2008). Pág. 35-36

(5) J. Habermas. Conocimiento e interés. Trad. Manuel Jiménez, José Ivars y Luis Martin Santos. (Madrid: Taurus, 1982)

(6) Michel Foucault. Lecciones sobre la voluntad de saber. Trad. Horacio Pons. (Buenos Aires: Fondo de Cultura económico, 2012). Págs. 255-289

(7) Hemos utilizado la Gesammelte Werke. Jazzybee Verlag Jürgen Beck. Lschberg 9, 86450 Altenmünter. 2010. Comparándola con la traducción de Amorrortu (cf. T.XIX. 19)

(8) Jean Hypopolite. Comentario hablado sobre la Verneinung de Freud. En: J. Lacan. Escritos 2. Págs. 859-867. Trad. Tomás Segovia. (México: Siglo XXI, 1998)

(9) Jacques Lacan. La Identificación. Seminario 9 (1961-1962). Versión crítica. Establecimiento del texto, traducción y notas de Ricardo E. Rodríguez Ponte. Circulación interna Escuela Freudiana de Buenos Aires.

(10) Jacques Lacan. La Identificación. Oc.