Oralidad y Literatura
Autor: Marco Antonio Loza Sanjinés
Introducción
Quizá parezca obvio sostener que el Psicoanálisis opera con la palabra oral, sin embargo, existe la Literatura que reivindica, en algún punto de su crítica, la teoría psicoanalítica en la lectura. Ahora bien, el Psicoanálisis se basa, desde sus orígenes en la clínica, es decir, en la práctica analítica entre dos seres hablantes (analista y analizante), en cambio la Literatura toma su nombre de la escritura (del latín littera = letra; para otros filólogos, provendría del griego diphthera = cuero curtido para escribir sobre él), al mismo tiempo Jacques Lacan reivindicó, a su vez, la letra para el psicoanálisis en su última enseñanza, por ejemplo, en Lituratierra.
¿Cuál es pues, el puente que oscila entre la Literatura y el Psicoanálisis? Esta es la pregunta fundamental que se irá moviendo buscando su respuesta que, intuimos, nunca la alcanzará.
Un puente es un punto móvil entre dos orillas, sólo se lo construye para los bordes, puntos de sujeción que pertenecen cada uno a ámbitos diferentes. Los bordes forman parte de territorios desiguales, incluso alejados, el puente entonces, no haría sino mostrarnos una ilusión: que dos campos del saber diferentes y desiguales pueden dialogar en/sobre la distancia; convendría en este punto recordar el poema de Antoine Toudal que Lacan encontró en un almanaque y deformó en su conferencia Hablo a las paredes:
«Entre el hombre y la mujer está el amor.
Entre el hombre y el amor hay un mundo.
Entre el hombre y el mundo hay un muro»
Hay puentes que sólo existen para ser olvidados una vez transitados, esto vale también para el ámbito de la teoría. En este texto recorreremos tres puentes entre el Psicoanálisis y la Literatura.
Primer puente: Freud y su / la Literatura
Sigmund Freud fue, también, un escritor literario, quizá esta frase suene muy concisa u obscura, sin embargo, tiene sus raíces y su fundamento. Veamos.
Freud escribió sabiendo muy bien sobre literatura, su especialidad fueron los mitos (recuerden al padre de la horda en "Totem y Tabú"), además, él conocía los embustes de la ficción y su delicada utilización, sabía que “en la ficción descubrimos lo que somos y lo que nos gustaría ser”, sabía también, porque leyó a los clásicos, que la ficción enriquece nuestras vidas, pero que el hechizo de esta operación tiene fecha de vencimiento, él lo denominó: “síntoma”; que nos devuelve a la orfandad secular que él denominó: “neurosis” y que nos muestra la infranqueable distancia que existe entre la realidad y el sueño. La cura que él encontró tiene que ver con el “acto” que es una visión de la “escena originaria” (Urszene), ésa que nos precipita al precipicio de la ficción, que nos espera con “sus manos alargadas de espejismos con la levadura de nuestro vacío: «pasa, entra, ven a jugar a las mentiras»” (M. Vargas Llosa. Kathy y el Hipopótamo).
Aceptando esta invitación, Freud quiso analizar el Edipo de Sófocles. Quiso ver en esa obra el inicio de la creación de la ficción que Freud llamó “civilización”. (En cuanto al psicoanálisis que penda del Edipo, del Edipo del mito, no lo califica en modo alguno para reconocerse en el texto de Sófocles, J. Lacan, Clase sobre Lituratierra, S XVIII). Freud reescribió el Edipo de Sófocles, lo edificó como un sueño, le añadió substancia (una que no hubiera querido Sófocles, seguro), al reescribirlo como un sueño se hizo partidario del déjá-vu, de esa forma de retorno al seno materno, único lugar del que se puede decir con certeza que ya se ha estado allí. En cuanto al Edipo de Freud, éste regresa al seno materno, único lugar predestinado por conocido, sin importar lo desconocido del camino.
También podemos relacionar a Freud, no con la escritura, sino con la recepción de un texto estético (abriéndose así a otros hechos estéticos), con una manera de leer encontrando siempre lo mismo, aunque no de la misma manera. Como nadie hasta ahora ha resuelto el problema o los problemas que suscitan la interpretación, sobreinterpretación y contrainterpretación, podemos considerar a Freud como el que intentó suspender el acto de leer literatura en el borde de estos tres conceptos, que muchas veces corren juntos.
Transitar el camino inverso también es posible. Después de leer a Freud, aun con resistencias o reticencias, muchos escritores eligen con mayor cuidado los objetos que relacionan en sus novelas. Cuentos o relatos. Por ejemplo, (con las reticencias al “ejemplo” que consigna otro Jacques en su majestuoso tomo) Manuel Puig se ve llevado a incluir largas citas de tinte psicoanalítico en su novela “El beso de la mujer araña”, título que nos atrapa con su juego sensual y provocativo.
En la actualidad, sin embargo, ya ha caído en desuso ese lenguaje utilizado torpemente por las modas literarias, tanto de escritores que querían ser leídos psicoanalíticamente, como de críticos académicos que veían en el psicoanálisis una rejilla muy cómoda a través del cual leer, esta actividad llegó a su fin cuando Lacan introdujo su relectura de Freud, señalando la imposibilidad de un psicoanálisis aplicado.
Segundo puente: Lituratierre
La literatura no es más que la certidumbre de la relación del hombre con el lenguaje. No es más que esto, incluso es su sobredeterminación, por eso el texto de Sófocles que da pie a la tradición psicoanalítica no lo contiene. No contiene al Psicoanálisis, le es extraño hasta en los bordes, se tuvo que esperar a que Freud plantara allí su estandarte y modificara así su paisaje.
Que no se encuentre el Edipo de Freud en el Edipo de Sófocles sólo quiere decir que la lectura siempre destruye y es solidaria de la devastación de un paisaje hasta el infinito. A esto podemos llamarlo interpretación interminable.
En cambio, Jacques Lacan, más conciente de lo inevitable que habita en cualquier texto, sólo se atuvo a separar la letra del significante para subirlo en un escabel. Disociación entre letra y significante que anuncia la crítica literaria que nada tiene que ver con una “psicobiografía”. Este el punto de basta de un psicoanálisis no aplicado, sino feminizado a la letra o a la literatura.
Allí donde la crítica literaria podría renovarse —dice Lacan— es donde los textos llamados literarios podrían medirse con el rasero de la distinción de la carta/letra robada que carga un enigma.
Jacques Lacan llama “litoral” a la letra, porque la sostiene como frontera entre dos reinos dispares, no hay litoral entre dos territorios, sólo lo hay entre algo tan disímil como el agua y la tierra. La letra es un parteaguas, el “moisés y el monoteísmo” de Freud lo ejemplifica.
Litoral es literal. La letra no es anterior al significante, tampoco es un significante. La letra es lo litoral, es el punto en el que el psicoanálisis puede acercarse a la literatura sin tocarla, sin psicologizarla, allí donde “hay frontera para el otro, porque son extranjeros, hasta el punto de no ser recíprocos” (Lacan, Otros Escritos. pág. 23)
Por otra parte, la letra lacaniana no pierde el oficio de metáfora ya que puede invocar, con su sola presencia, otra palabra, incluso otra, en la frase.
La letra, por ejemplo, de una carta no se refiere a la tipografía, aun cuando Lacan nombre los caracteres chinos para referirse a la escritura japonesa. La escritura literaria es precisamente la letra que cambia de nombre y hace que la literatura vire a lituratierra (“lituraterre”), ya que el lenguaje es habitado por quien habla. La letra como caligrafía y no como tipología (con todas las acepciones que acechan a esta palabra); la caligrafía es la forma en que lo individual se pone a circular en lo universal, “lo singular de la mano aplasta lo universal”, literatura sólo hay del lenguaje.
Lo literal, al ser litoral, es tachadura, frontera, litura (tachadura), producirla es reproducir lo que divide al sujeto, es decir, lo que hace “ex-sistir”, la tachadura del rasgo unario. Tal división del sujeto se da entre: “centro y ausencia, entre saber y goce”.
Pero la Literatura es semblante, puro semblante, significante por excelencia.
Tercer puente: La crítica y la clínica de Gilles Deleuze
Hay un punto de vista que relaciona a Gilles Deleuze con cierto movimiento posmoderno, centrado en un texto suyo, “Mil Mesetas” y en este, en el ensayo “Rizoma”, dicen aquellos: “todo es rizoma”, así la literatura sería un “régimen de signos rizomática”.
Nosotros no vamos a afiliarnos en esa corriente, sino hasta el final de esta nota, primero nos aclararemos el camino que conduce desde la literatura hasta el rizoma que supuestamente es. Partiremos de algunos de sus “Postulados de la lingüística” (Deleuze, Mil Mesetas, págs. 81-117).
Postulamos que es imposible el análisis literario sin recurrir a postulados de la lingüística, pero que estos postulados deben ser construidos como se construyen las literaturas menores, como sabemos, Deleuze les da ciertas categorías.
La primera, es la “desterritorialización”: dentro de una lengua mayor se hace literatura desde una minoría, es lo que sucedía en Praga con los escritores judío-alemanes. La segunda característica, de una literatura menor es su estrecha relación con la política, este fenómeno resulta evidente, los problemas individuales en un ambiente estrecho de participación siempre serán políticos. Dejamos de lado aquí, los argumentos edípicos formulados por Deleuze. Con relación a la anterior característica, la brecha consiste en que “todo adquiere un valor colectivo”, en una literatura menor no hay “el” escritor que siendo un maestro eluda la enunciación colectiva, si unimos esta enunciación colectiva necesaria, no voluntaria, con el carácter político de tal enunciación, estamos frente a una literatura que produce una “solidaridad activa a pesar del escepticismo”. Una literatura menor renunciaría al narrador tal como se ha despojado de una enunciación individualizada, o aún más, es esa renuncia la que se expresa en la falta de un narrador único. “No hay sujeto, sólo hay dispositivos colectivos de enunciación” —dice Deleuze— (Ibídem, pág. 31) y en el ejemplo que da se refiere a la letra K con la que Kafka autoriza muchas de sus narraciones. Para Deleuze esto corresponde a un “dispositivo” (agencement).
Deleuze desemboca en un teorema: “No hay dispositivo maquínico que no sea dispositivo social de deseo, no hay dispositivo social de deseo que no sea dispositivo colectivo de enunciación” (Kafka por una literatura menor, pág. 119), que le permitirá abrir el texto literario a su función maquínica, es decir, donde el autor y el lector se ven involucrados por relaciones de deseo, ya que, estrictamente hablando, lo que produce máquina son las conexiones de deseo.
Lo “maquínico” en Deleuze no tiene que ver con la técnica, una máquina o, más bien, “lo” maquínico (así con la neutralidad de género que representa la forma neutra del artículo determinado), se da cuando apresa a los hombres y a las mujeres en sus engranajes o los hace formar parte como engranajes de la “máquina social”. Hombres y mujeres no sólo forman parte de una máquina por su trabajo, sino por lo colateral, por sus actividades adyacentes, por sus descansos, sus amores, sus protestas, etc.
El deseo como desfiladero de la lengua constituye un nuevo engranaje al lado del engranaje anterior, “indefinidamente”, lo esencial es que “la máquina, el enunciado y el deseo forman parte del mismo y único dispositivo [agencement]”.
Retornando a su definición de “literatura menor” y entendiendo lo maquínico, esta definición sufre una ampliación, siendo lo “menor” las “condiciones revolucionarias” de cualquier literatura que se escribe dentro de la literatura oficial, tal como concibe las “minorías activas” Serge Moscovici. Sólo de esa manera la Literatura se vuelve verdaderamente “máquina colectiva de expresión y adquiere la aptitud para tratar, para arrastrar los contenidos” (Kafka. Por una literatura menor, pág. 32). Toda literatura es así, desterritorialización.
Unos años antes, George Steiner había escrito un ensayo: “Extraterritorial”, que Deleuze parece tener a la vista al redactar su “desterritorialización”, en Steiner, sin embargo, toma otro rumbo, el que tiene relación con las lenguas, por ejemplo, cuando trata sobre Kafka (o sobre Beckett o sobre Joyce, los mismos personajes del ensayo de Deleuze) dice que Kafka se acercó más o usó la influencia simultánea de las posibilidades poéticas de las lenguas: la checa, la alemana y el yiddish, de tal manera que “algunos de sus relatos pueden leerse como confesiones simbólicas de un hombre sin domicilio en la lengua en que eligió escribir o en la que se ve forzado a escribir” (Steiner, Extraterritorial, pág. 33)
Si bien hay un uso forzoso de la lengua alemana en Kafka, esto no supone una violencia como se lee en el análisis de Deleuze, sólo una peripecia de “lalengua” y del azar, acontecimientos que podemos equiparar con el pensamiento del último Deleuze sobre la Literatura: “La literatura es una salud”.
Cuarto puente: La Deconstrucción derridiana
Se ha dicho que la obra principal de Jacques Derrida es su psicoanálisis de la filosofía, frente a esta afirmación, Derrida sostuvo que “a pesar de las apariencias, la deconstrucción del logocentrismo no es un psicoanálisis de la filosofía”. La afirmación provenía de su denodado y brillante interpretación o develamiento de la represión, que había sufrido en el cuerpo de la filosofía, la escritura; en el campo de representación (represión) de ése cuerpo había quedado abierto el espacio ocupado por esa episteme o lugar de la verdad, apariencia de unidad entre el logos y la phoné.
Claro, no es suficiente, desde el psicoanálisis, el develamiento de la representación. Del espacio de la represión, hacía falta también, hacerse cargo de la castración, de aquello que aún queda por resolver en la ciencia y por supuesto, en la filosofía. Derrida inició el cambio y esto entusiasmó a Jacques Lacan, hasta que se dio cuenta que podía avanzar en el desarrollo de su lectura de Freud sin la ayuda del registro simbólico, destituyéndolo del lugar privilegiado que tenía, fue su paso hacia lo real.
Por su parte, Derrida dejó de lado sus investigaciones sobre lo que llamó logocentrismo y derivó en una puesta a punto de una nueva manera de leer en filosofía, la llamó: Deconstrucción, siguiendo la dirección que le daba una intuición sobre la traducción de los términos heideggerianos Destruktion y Abbau, lo ratificó buscando en el Litré (famoso diccionario que bien utilizó Lacan).
De acuerdo a Derrida, en el descubrimiento de “Wunderblock”, Freud comienza a descubrir la escritura como huella que operaría en el inconsciente, dejando de lado las explicaciones que intentaban seguir el rumbo de una psicología como ciencia natural. Freud, después de intentar una explicación neurológica de la memoria, construye una hipótesis, la de las “rejas de contacto” y del “abrirse-paso” (Bahnung).
Derrida toma o, mejor dicho, lee esta hipótesis freudiana como una metáfora y no como una indicación neurológica. Para entender dicha metáfora hay que entender que la huella mnémica, se dirige de dos maneras ya se trate de “neuronas permeables” y otras que ofrecerían resistencia, ahora bien, sólo la que oponen resistencia poseen “rejas de contacto”, conservan una cantidad de excitación formando una huella impresa, poseerían así, la posibilidad de representarse la memoria, esta cualidad psíquica las haría portadoras de memoria.
Según Derrida, la memoria advendría entonces, no como una propiedad del psiquismo entre otras, sino como su esencia. La memoria es resistencia, pero tal resistencia no es igual, se produce en la diferencia, las resistencias iguales harían que la memoria se paralice, “hay que precisar que no hay abrirse-paso puro sin diferencia” (Jacques Derrida, La escritura y la diferencia, pág. 277)
La huella como memoria es la diferencia incapturable e invisible entre los actos de “abrirse-paso”. Observamos aquí, la lectura inteligente que hace Derrida de las dificultades de Freud, lectura minuciosa, muy parecida a la de Jacques Lacan, las dificultades de Freud demuestran que su pensamiento sobre el psiquismo se empantanaba cuando quería imitar el modelo científico (neurológico de su época), sólo apelando a la lengua alemana podía salir del atolladero, Derrida da cuenta de ello.
La escritura como huella, al que Freud va arribando, perfila primero, como memoria, ésta no llega de la vida, sino que viene para amenazar la vida por el “abrirse-paso” del dolor. “No hay vida primero presente, que a continuación llegase a protegerse, a aplazarse, a reservarse en la difer(a)ncia”. Por eso para Freud, leído por Derrida, “la vida es la muerte”, es decir, y con esto queda claro ya el camino que recorre Freud, el retardo, “Verspätung” (aprés-cup), es lo originario, es lo estrictamente diferido, lo que borra o tacha —dirá Derrida— el mito del origen, “hay que entender «originario» bajo tachadura […] Es el no-origen lo que es originario” (Derrida, La escritura y… pág. 280).
El “abrirse-paso” —dice Derrida— ya está formulado en términos de escritura: “retener aun permaneciendo capaz de recibir”, que podemos considerar la definición derridiana de escritura. De esa manera la huella deviene en escritura; en la famosa carta 52 de Freud a Fliess, la huella se transcribe/transforma en grafía, Freud utiliza las palabras: Zeichen (signo), Niederschrift (inscripción) y Unschrift (transcripción).
De acuerdo a Derrida, a partir de la “Nota sobre el block maravilloso”, Wunderblock, y luego de la Traumdeutung, la metáfora de la escritura se va a apoderar a la vez, del “problema del aparato psíquico en su estructura y del problema del texto psíquico en su tejido” (La escritura… pág. 285). De tal manera que podemos interpretar los sueños como escritura, una no fonética (he aquí el objetivo principal perseguido por Derrida), no lingüística, a-lógica. Es el nacimiento no-originario de la Literatura.
Bibliografía
Sigmund Freud. Totem y Tabú y otras obras. O. C. V 13. Trad. José Luis Etcheberry. (Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1991)
Jacques Lacan. Hablo a las paredes. Trad. Dora Saroka. (Buenos Aires: Paidós, 2012)
Jacques Lacan, Clase sobre Lituratierra. En: De un discurso que no fuera del semblante. Seminario XVIII. Trad. Nora A. Gonzáles. (Buenos Aires: Paidós, 2011)
Jacques Lacan. Otros Escritos. (Buenos aires: Paidós, 2012)
Gilles Deleuze y Félix Guattari. Mil Mesetas. Trad. José Vásquez Pérez. (Valencia: Pre-Textos, 2008)
Gilles Deleuze y Félix Guattari. Kafka. Por una literatura menor. Trad. Jorge Aguilar Mora. (México: Ediciones Era, 1990)
George Steiner. Extraterritorial. Trad. Edgardo Rosso. (Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora, 2009)
Jacques Derrida. La escritura y la diferencia. Trad. Patricio Peñalver. (Barcelona: Editorial Anthropos, 1989)
Jacques Derrida. Psyché. Trad. Mónica B. Cragnolini et. ál. (Adrogué: Ediciones La Cebra, 2016)
M. Vargas Llosa. Kathie y el Hipopótamo. Obra de teatro.
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