De la Virginidad. Michel Foucault y “Las confesiones de la carne”
Autor: Marco Antonio Loza Sanjinés
El dispositivo foucaultiano
Michel Foucault sostenía, en la introducción a El uso de los
placeres (1) que, tratándose de la sexualidad como experiencia histórica
singular, había que considerar tres ejes de análisis que pudieran examinarse en
sí mismos tanto como sus correlaciones, estos tres ejes serían: la producción
de los saberes que se refieren a la sexualidad, los sistemas de poder que
regularían su práctica y la forma en que los individuos se reconocen como
sujetos de esa sexualidad. (Merecen un lugar diferente sus trabajos sobre el
método: Las palabras y las cosas y Arqueología del saber).
Michel Foucault ya había trabajado en la distinción de dos
de esos tres ejes que se transformarían en herramientas para distinguir las
relaciones históricas de la experiencia de la sexualidad, el primero
correspondía a sus trabajos sobre el poder psiquiátrico y la medicina (Historia
de la locura en la época clásica), el segundo a las prácticas punitivas
y disciplinarias (Vigilar y castigar). En cuanto al tercer eje, el que podría
alumbrar el entorno de las maneras cómo los individuos se someten (se hacen
sujetos) a la sexualidad, le planteaba muchas dificultades, (estaba en
construcción su trabajo sobre las Tecnologías del yo).
La idea-concepto de “sujeto deseante” o la noción de “hombre
de deseo”, si bien eran teóricamente bien aceptadas, eran algo extrañas pues
correspondían, por un lado, a la teoría clásica sobre la sexualidad y por otro,
al pensamiento cristiano de los siglos XIX y XX. Se planeaba pues una
genealogía para analizar la idea-concepto de “sujeto deseante”, Foucault
entendía por genealogía una investigación que diera cuenta cómo el individuo
moderno había conseguido hacer una experiencia de sí mismo como sujeto de una
sexualidad, para lograr esto, Foucault se veía forzado a una tarea difícil: despejar
“la forma en que, a través de los siglos, el hombre occidental se vio llevado a
reconocerse como sujeto de deseo.”
Subjetividad y sexualidad
Para Michel Foucault la sexualidad era, al comienzo de su
proyecto de una “Historia de la sexualidad” (cf. el prefacio al primer tomo),
un instrumento de subjetivación y un instrumento de poder, era lo que ligaba al
sujeto con una identidad, quería así responder a una interrogación sobre las
maneras en que los discursos de la religión, de la ciencia, de la economía y,
por tanto, de la política ceñían la moral en torno a la práctica de la
sexualidad. Después, en los años setenta en adelante, su trabajo va
dirigiéndose más a una historia de la
subjetividad o “Tecnologías del yo”, en el que la sexualidad se transforma
en un dispositivo, un discurso que se encontraría en el cruce de las relaciones
de poder y las relaciones de saber, tendría pues, un lugar privilegiado para
seguir la encrucijada del sujeto de la sexualidad.
Hay tres maneras de subjetivación consideradas por Foucault,
que en verdad “objetivan” al sujeto: desde el punto de vista de la ciencia,
como el sujeto en la gramática o en la economía; desde el punto de vista de las
“prácticas divisorias”, aquellas que consideran un sujeto divido en sí mismo o
respecto de los otros, como en la psiquiatría que los divide entre normales y
anormales; desde las prácticas políticas mediante técnicas que se reúnen en el
término “gubernamentalidad”. Sin embargo, surge las preguntas: ¿cómo el sujeto
adquiere conciencia de su posición de sujeto?, ¿bajo qué técnicas se apropia de
su propia relación consigo mismo? Para responder estas preguntas Foucault
recurre a las órdenes monásticas como paradigma de control mediante técnicas de
sí mismo.
Más que la constitución del sujeto, lo que mueve a Foucault
a estudiarlas es oponerse a la noción de sujeto en la filosofía introducido por
Descartes, su oposición se sitúa en la comprensión de cómo el sujeto es transformado,
en cierto momento histórico, en objeto de análisis y cómo esta transformación
retorna en las teorías del sujeto, este empeño coincidió con la práctica
teórica de Jacques Lacan, que por ese tiempo llevaba la disciplina del
seminario, y que también criticaba y transformaba el sujeto cartesiano.
Como sostiene Mauro Vallejo (2), el elemento central de la
tesis de Foucault es que desde hace tres siglos somos empujados a producir
discursos sobre el sexo, a tal punto que en el sexo se escondería la verdad
última a develar, y lo que a Foucault le interesa es aclarar(se) esa ansia de decir
sobre la sexualidad y la manera en que se constituye el “hombre de deseo”.
La virginidad
En la cuarta parte de su “Historia de la sexualidad”: Las confesiones de la carne (3),
Foucault encuentra un objeto prínceps
que antes no aparecía resaltado en sus escritos. Foucault, recoge de la obra
patrística, el concepto (en el sentido hegeliano) de “Virginidad”, que se
desplaza desde los cristianos de Oriente como Basilio de Ancira con su obra: “De la verdadera integridad de la virginidad”
hasta San Agustín con: “De continentia. De
sancta virginitate”, aunque la valoración de la virginidad es más antigua,
se presenta tan atrás en la historia como en la primera epístola a los
Corintios (7:1) que dice: “Bien le está
al hombre abstenerse de mujer”, con esta postura frente a la práctica
sexual “fue como se formó la concepción cristiana de la carne.” (Pág. 172)
Hay tres grados de virginidad según Tertuliano: la que se
recibe al nacer, la que se recibe con el bautismo y la “monogamia”, ésta última
es la que se inicia cuando el matrimonio se rompe, a cada grado corresponde una
cualidad: Felicitas para el primero, virtus para el segundo y para el tercero
modestia. “En realidad, estos textos
de tertuliano están imbuidos de una moral rigurosa de la continencia, mucho más
que de una valorización espiritual de la virginidad. Puede reconocerse en
ellos, incluso, la resistencia a cualquier práctica que dé un sentido y un
estatus particulares a la virginidad de las mujeres.” (Pág. 176).
Textos de este tipo, con los cuales Foucault se enfrenta,
disocian la virginidad de las prescripciones de continencia para darle una forma
espiritual positiva e intensa que se desarrollará luego con Gregorio de Nisa
hasta San Agustín. Así, en el siglo IV la virginidad se inscribe en los grandes
temas que preocuparan a Foucault hasta su último curso en Collège de France:
desarrollo de la ascesis, el gobierno de uno mismo y de los otros, la
introducción de un régimen complejo de verdad.
En este punto no se puede olvidar que uno de los grandes
mitos cristianos es la concepción virginal de Jesús por María, es indudable
—dice Guy Bechtel (La carne el diablo y el confesionario) (4)— que con la
figura de Jesús se inicia la glorificación de la virginidad, pero, aclara, bajo
un régimen de fin de mundo, de la inminencia del fin de los tiempos, bajo este
ambiente el sexo no tiene importancia, así Jesús condena todo lo que puede
manchar el corazón del hombre: “Intenciones malas, asesinatos, adulterios,
fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias”, incluso hay que cuidarse
del pensamiento: “Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio
con ella en su corazón”, con lo cual —observa Bechtel— el pensamiento se vuelve
más decisivo que los actos. En una actitud totalmente nueva, porque se “diría
que a Jesús no le interesa la sexualidad”, no legisló sobre ella ni predicó la
abstinencia, quizá debido a esto es que San Pablo, el máximo artífice del cristianismo,
funda la represión sobre la sexualidad basándose en preceptos del antiguo
testamento (Bechtel, pág. 80).
Vemos surgir en el siglo IV el desplazamiento (*) de la
“virginidad-continencia” hacia un “arte de la virginidad”. Foucault nos
recuerda, en “El uso de los placeres” (pág. 92), que los griegos clásicos no consideraban
la virtud sexual de la mujer como paradigma de la templanza, era más bien el
hombre, que mantenía un control o gobierno sobre sí mismo, visto como el modelo
de la virtud de la templanza, que de ese modo adquiría un carácter “viril”,
tenía la “forma de un combate a librar” (Ibídem.).
La virginidad como “técnica de sí”
El “arte de la virginidad”, es una “técnica de sí” muy
relacionada con la tradición pagana de la continencia o la ascesis que definía
la “vida filosófica”, había pues que separar y distinguir la “virginidad” de las
técnicas paganas de continencia. Sin embargo, a pesar de todo su esfuerzo, ningún
autor del siglo IV pudo deshacerse de la influencia de los filósofos paganos,
sobre todo desde la crítica de la vida matrimonial y del elogio de la vida
independiente.
El “arte de la virginidad” se fundaba así, en la
desvalorización de la vida conyugal, por ejemplo, Teofrasto citado por San
Jerónimo, sostenía que: “No es posible amar a una mujer y a los libros”, había
una incompatibilidad primordial entre la actividad filosófica y la vida
matrimonial. “La exposición sobre los fastidios del matrimonio es un pasaje
casi obligado en los textos cristianos que se ocupan de la virginidad.”
(Foucault, Las confesiones… Pág. 200).
Foucault nos presenta, como paradigma la posición de Gregorio de Nisa, que es
una verdadera diatriba a las tres razones para fundar un matrimonio. Las tres
razones eran estas: felicidad de la pareja, la satisfacción de los hijos, la
ventaja de contar con un compañero en la vejez.
Para Gregorio de Nisa, la dicha de la pareja no es tal desde
el momento en que puede fenecer, por la “envidia” o por la muerte, de cualquier
manera “la edad, la vejez y el tiempo la desgastan poco a poco” (citado por
Foucault, Ibídem, pág. 200). Respecto
de los hijos, para Gregorio de Nisa sólo traen consigo dolor: dolor del parto,
accidentes, muertes prematuras, constante preocupación de los que sobreviven. Y
Gregorio arremete también en contra de la compañía mutua que resaltaría el
matrimonio, ya que la muerte siempre estará como invitada de honor. Para San Crisóstomo
también la vida independiente, opuesta al matrimonio, vendría como sabiduría y felicidad
filosófica, se pregunta entonces: “cómo es posible que casi todo del género
humano, cuando se le ofrece la dicha en la quietud y el reposo del espíritu, ni
siquiera vea en ello un placer, mientras que concibe el mayor de sus placeres
en la preocupación, las desavenencias y la inquietud.” (citado por Foucault, Las confesiones. Págs. 200, 201). (Es posible
escuchar aquí, las palabras de Freud, cuando se preguntaba ¿por qué el ser
humano se afanaba en buscar su desgracia?).
Y, sin embargo, Foucault, encuentra ciertas paradojas en
esta crítica a la vida matrimonial y el elogio incondicional de la virginidad. Ya
que hay más “peligros” o “pruebas” que deben ser superadas en el matrimonio y,
por tanto, mérito en las personas casadas, San Crisóstomo sale al paso de esta
objeción, el matrimonio no puede ser una “prueba” de la vida cristiana
ya que fue aceptada voluntariamente.
La vida contemplativa
Este es el tema con frecuencia abordado por los autores del
siglo IV, que veían la vida contemplativa como la mejor actitud del filósofo,
casi todos los autores cristianos sostendrán que una vida tranquila comienza
con la virginidad y con una exclusión de las inquietudes cotidianas atribuidas
al matrimonio. Aquí viene un pasaje memorable de San Agustín cuando comenta el
salmo 132 y que Foucault resalta: Agustín compara la actividad de tres hombres:
Noé, Daniel y Job, al primero lo asocia con dos hombres trabajando en el campo,
tienen que ocuparse de la cosecha para la Iglesia; a Job con la de dos mujeres
trabajando en el molino, los fieles que sirven a Dios; en cambio a Daniel con
la de dos hombres recostados tranquilamente, que no han sucumbido a las pasiones,
ni se mezclan con el tumulto del género humano.
Daniel, la figura de la castidad, en la tranquilidad de la vida
exenta de matrimonio, está tranquilo, pero entre dos leones que representaban
los deseos y las tentaciones que asedian su corazón, Agustín lo llama: “vir
desideriorum” o “varón de deseos”. Foucault observa que esa
tranquilidad es, en realidad, una tranquilidad inseparable de la batalla con el
Enemigo, así la virginidad, se desplaza para ser una “experiencia compleja,
positiva y agonística” (Foucault, Las
confesiones, pág. 203).
Bibliografía:
(*) Pocas veces se ha valorizado correctamente el peso que
tiene el concepto-idea de “desplazamiento” en Foucault, mediante el hallazgo de
desplazamientos es cómo los hechos de discurso se superponen unos en otros,
desplazamiento que también podemos hacer coincidir con una metonimia de los
actos en las técnicas de sí.
(1) Michel Foucault. Historia de la sexualidad 2. El uso de los placeres. Trad. Martí
Soler. (Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2011)
(2) Mauro vallejo. Incidencias en el Psicoanálisis de la obra
de Michel Foucault. (Buenos Aires: Letra Viva Editorial, 2006)
(3) Michel Foucault. Historia de la sexualidad 4. Las confesiones de la carne. Trad. Horacio
Pons. (Madrid: Siglo XXI Editores, 2019)
(4) Guy Bechtel. La carne, el diablo y el confesionario.
Trad. Marcelo Cohén. (España: Anaya & Mario Muchnik, 1997)
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