domingo, 15 de octubre de 2017

Ecolalias. Sobre el olvido de las lenguas. El libro de Daniel Heller-Roazen


























Ecolalias. Sobre el olvido de las lenguas. El libro de Daniel Heller-Roazen

 

Autor. Marco Antonio Loza Sanjinés

 

«¿Qué valdría el encarnizamiento del saber si sólo hubiera de asegurar la adquisición de conocimientos y no, en cierto modo y hasta donde se puede, el extravío del que conoce?». 

Michel Foucault

Semblanza de un extraviado


Daniel Heller-Roazen (1974), cree en las palabras fuera de las cosas, en que el lenguaje constituye el mítico punto arquimediano sobre el cual el mundo se levanta. Nacido en Toronto Canadá, es un especialista en estudios medievales. Su extravío comenzó temprano, después de estudiar filosofía en la Universidad de Toronto, volvió sobre sus pasos para estudiar literatura alemana en la Universidad Johns Hopkins, allí descubrió un camino que lo llevaría hacia los estudios medievales, con especial interés en la relación entre filosofía y poesía, luego cayó como profesor en Princeton. En su andar retuvo varias lenguas, nueve en total (además del inglés): provenzal antiguo, hebreo bíblico, árabe clásico, italiano, francés, yiddish, alemán, griego antiguo y latín. Ha traducido tres obras de Giorgio Agamben y ha escrito cuatro libros además del que reseñamos aquí: Fortune`s faces: The Roman de la Rose and the poetics of contingency en 2003, The inner touch: Archaeology of a sensation en 2007, The Enemy of All: Piracy and the Law of Nations en 2009, The Fifth Hammer: Pythagoras and the Disharmony of the World en 2011.

Ensayar el extravío


En su introducción al Uso de los placeres (1), Michel Foucault, sostiene que la filosofía, al “extraviarse”, al alejarse de sí —que es una manera de definir la curiosidad—, retorna a lo que era antaño: un “ejercicio de sí”, una ascesis para el pensamiento. El ensayo, tal como lo define la obra de Montaigne, sería el epicentro de la filosofía, su “cuerpo”, el lugar de las modificaciones/mortificaciones respecto del juego de la verdad, es decir, apenas del juego de esa pequeña letra de la lógica formal que toma diferentes posiciones, ocurriendo así que el ensayo sea un “ejercicio espiritual”, esa transformación que debe realizar el pensamiento sobre sí mismo: destruir, desmontar ideas preconcebidas y aceptadas sin crítica.

Un “ejercicio filosófico” —dice Foucault— “encarna el problema de saber en qué medida el trabajo de pensar su propia historia puede liberar al pensamiento de lo que piensa en silencio y permitirle pensar de otro modo”.

Un ejercicio filosófico “encarna”, es decir, incorpora, hace corporal, es lo incorporal, aquello que los estoicos conceptualizaron como un acontecimiento que permite una nueva manera de ser, por ejemplo, el cuerpo del escalpelo que corta otro cuerpo, no produce un cambio, una propiedad nueva en éste, sino un nuevo atributo, una nueva manera de ser: “el ser cortado”, que es siempre un verbo (2). La filosofía, como “ejercicio espiritual”, es un acontecimiento, produce un efecto incorporal que está siempre en los límites.

Julia Kristeva se refiere a esta forma del extravío cuando se pregunta: “¿Qué es un gran lingüista?” en su homenaje a Émile Benveniste; respondiendo a su pregunta ensaya una definición: “Los grandes lingüistas se distinguen porque, conociendo y analizando las lenguas, descubren propiedades del lenguaje mediante las cuales interpretan e invocan el “ser en el mundo” de los sujetos hablantes.” (3) La última parte de esta definición —interpretar e invocar el “ser-en-el-mundo”— es la que quiere atrapar el filólogo, especialista en estudios medievales y en teoría crítica contemporánea, Daniel Heller-Roazen, con su libro: Ecolalias. Sobre el olvido de las lenguas (4).

Muy cerca de la búsqueda de una clavis universalis (5), Heller-Roazen, se propone responder: ¿Cómo una lengua queda en el olvido?, ¿cómo desaparece y cómo queda reducida a estrato? Preguntas que parecen ser hechas para preguntar también sobre uno de los temas fundamentales de la filosofía heideggeriana: el olvido del ser.

De la afasia y otros trastornos


Todo el ensayo de Heller-Roazen, se desenvuelve sobre una hipótesis lingüística que, como las hipótesis filosóficas, es mítica, es decir, es una “narración” y, como dice Agamben en su reciente libro: “el rigor del pensamiento consiste en reconocerlas como tales, en no tomarlas por principios” (6). Así pues, Heller-Roazen parte de un ensayo de uno de los lingüistas más renombrados: Roman Jakobson.

En su famoso y sabio ensayo sobre la afasia (7), Roman Jakobson sostenía que su investigación sobre la afasia en los niños le había llevado a observar que los niños, en su balbuceo, son capaces de articular la suma de los sonidos que jamás se encuentran en una sola lengua, ni siquiera en una familia de lenguas, llegando a la conclusión que, para aprender una lengua, la lengua llamada “materna”, tienen que olvidar la mayoría de los sonidos que articulaban con facilidad.

Es como si —afirma Heller-Roazen— adquirir una lengua sólo sería posible mediante una amnesia fónica, mediante un acto de olvido, parecería que el infante está tan cautivado por la lengua de la madre, que gustosamente abandona la adquisición de otras muchas, o quizá “¿es acaso la lengua madre la que se apodera del nuevo hablante y se rehúsa a dar cabida siquiera a la sombra de alguna otra?”

En el olvido de la infinita posibilidad de sonidos que, en su balbuceo, el niño debe abandonar está otra posibilidad finita: el aprendizaje de una lengua que, seguramente es el precio que debe pagar el hablanteser para “ascender” al nivel de ciudadano de una comunidad o a “sujeto” del lenguaje.

Lo que perdura en el adulto, del balbuceo de los niños, —sostiene Heller-Roazen— es apenas un eco de esa infinita variedad de sonidos, “una ecolalia, que supo resguardar la memoria de ese balbuceo indiferenciado e inmemorial que, al perderse, permitió la existencia de todas las lenguas.” Para comprobar su hipótesis, Heller-Roazen nos abre un placentero abanico de historias que componen cuadros de una exposición del lenguaje y sus múltiples senderos.

Mitologías o mitológicas de Heller-Roazen


Para Roland Barthes (8) “el mito es un habla” y aclara, en una nota a pie de página: "Se me objetarán mil otros sentidos de la palabra mito. Pero yo he buscado definir cosas y no palabras." ¿Entonces todo puede ser mito?, se pregunta, él mismo responde que sí, ya que el universo siempre es sugerente, en el mundo, todo puede pasar, transformarse, metamorfosearse en otra cosa, y lo hace por (no “por medio” de) la palabra, "Un árbol es un árbol. —dice Barthes— No cabe duda. Pero un árbol narrado por Minou Drouet deja de ser estrictamente un árbol, es un árbol decorado, adaptado a un determinado consumo, investido de complacencias liteararias, de rebuscamientos, de imágenes, en suma, de un uso social que se agrega a la pura materia."

Así son las narraciones que Heller--Roazen desarrolla a lo largo de su libro, son mitos en el sentido de Barthes, que tienen efectos/afectos filosóficos, en el sentido que propone Agamben, hablan del olvido, es decir de las huellas que deja todo olvido ya que, paradójicamente, para que algo sea olvidado debe proveer un sustento que haga que se vea como tal, algo olvidado jamás es sin marca, sin un atisbo que recuerde que fue olvidado.

Está, para comenzar, la letra hebrea Alef, que no puede pronunciarse ya que no representa sonido alguno y que Heller-Roazen transforma, siguiendo en esto a Maimónides, en una letra silenciosa que asumiría toda la revelación del antiguo testamento y a partir de la cual emerge toda lengua, ya que “¿Podría haberse presentado Dios ante los seres humanos en otra forma que no fuese una letra que ya habían olvidado desde siempre?”

Están, también, esas letras que pueden, como los fantasmas, desaparecer, el grafema “h”, por ejemplo, que, imperceptible al habla como en las lenguas latinas, a menudo desaparece en la transición de una lengua en otra o se “transforma” gravemente, como relata Heinrich Heine, del que Heller-Roazen toma una cita y que vale la pena memorizar por el humor que siempre se cuela en los escritos de este poeta del habla:

Aquí en Francia mi nombre en alemán «Heinrich» se tradujo como «Henri» en cuanto llegué a París. Tuve que resignarme a ello y terminé llamándome así en este país, puesto que la palabra «Heinrich» no le sentaba bien al oído francés y los franceses recurren a todo lo que tengan a su alcance para transformar el mundo en algo placentero y fácil para sí. Tampoco eran capaces de pronunciar el nombre «Heinrich Heine» correctamente por lo que para muchos me llamo Enri Enn; otros lo han reducido a «Enrienne» y algunos hasta me llaman Un Rien [“la nada”].”

Entre la mitología de Heller-Roazen, hay uno con un título muy provocativo: “La vaca que escribe”, que nace de un mito más antiguo, uno de la serie que Publio Ovidio Nasón convirtió en inolvidables, en su famoso libro: “Metamorfosis”, escribió sobre cierta ninfa llamada Io, hija de Ínaco el dios de los ríos, que fue raptada y tomada por la fuerza por Júpiter, éste para ocultar su infidelidad la convirtió en vaca, Juno, su astuta esposa, habiendo adivinado su acto, le pidió que se la regalara, Júpiter, sin poder eludir esa petición, regaló la vaca Io a Juno que la puso bajo la vigilancia de Argos, el de los cien ojos. Para ser reconocida por el padre que la buscaba infructuosamente Io, que pasaba sus días siguiéndolo, “escribe” con su pezuña sobre la arena de la orilla de uno de los múltiples ríos que su padre gobierna.

Heller-Roazen, toma a la letra lo que Ovidio parece sostener: “littera pro verbis quam pes in pulvere duxit, / corporis indicium mutati triste peregrit.” (“Su letra, en vez de palabras, que su pie en el polvo trazó, / de inicio amargo de su cuerpo mutado actuó.”) (9), es decir, que escribió su nombre sobre la arena. Heller-Roazen se pregunta entonces: ¿qué hubiera pasado si Io se hubiese llamado “Alyxothoe, como la hija del río Granicus, o Psámate, como la madre de Foco, o incluso Menipe y Metioque, como las hijas del Gigante Orión”? En cambio, la I y la O eran fáciles de trazar con las pezuñas del animal y bastaron para contar toda la triste mutación, siendo el rey de los ríos el primero en “leerlo” así.

Por supuesto, en esta serie tan erudita como fascinante, no falta la alusión a ese momento cumbre del olvido —por proliferación— de las lenguas: Babel.

Notas y bibliografía


(1). Michel Foucault. Historia de la sexualidad 2. El uso de los placeres. (México: Siglo XXI editores, 2011. Pág. 15)
(2). Émile Bréhier. La teoría de los incorporales en el Estoicismo antiguo. Citado por Deleuze. La lógica del sentido. Trad. Miguel Morey. (Barcelona: Paidós Ibérica, 1989). Pág. 28
(3). Julia Kristeva. Prefacio. En: Émile Benveniste. Últimas lecciones. Trad. Luciano Padilla López. (Argentina: Siglo Veintiuno Editores, 2014)
(4). Daniel Heller-Roazen. Ecolalias. Sobre el olvido de las lenguas. Trad. Julia Benseñor. (España: Katz editores, 2008)
(5). Como bien nos ilustra Paolo Rossi, el término “clavis universalis”, fue utilizado entre los siglos XVI y XVII para indicar la “ciencia” que nos salvaría de las “sombras de las ideas” y encontrar la verdadera naturaleza de las cosas, la esencia de la realidad. Paolo Rossi. Clavis universalis. El arte de la memoria y la lógica combinatoria de Lulio a Leibniz. Trad. Esther Cohen. (México: Fondo de Cultura Económica, 1989)
(6). Giorgio Agamben. ¿Qué es la filosofía? Trad. Mercedes Ruvitusso. (Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora, 2017)
(7). Roman Jakobson. Dos aspectos del lenguaje y dos tipos de afasia. Trad. de Ángela L. de Rodríguez Barro, Máximo Leiva y Raúl Antelo, facsímil. 
(8). Roland Barthes. Mitologías. Trad. de Héctor Schmucler. (México: Siglo XXI Editores, 1999). Págs. 119, 120 
(9). Tomamos aquí la traducción de Ana Pérez Vega. Publio Ovidio Nasón. Metamorfosis. (Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2002). Versos: 649 y 650

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