Ecolalias. Sobre el olvido de las lenguas. El libro de Daniel Heller-Roazen
Autor. Marco Antonio Loza Sanjinés
«¿Qué valdría el
encarnizamiento del saber si sólo hubiera de asegurar la adquisición de
conocimientos y no, en cierto modo y hasta donde se puede, el extravío del que
conoce?».
Michel Foucault
Semblanza de un extraviado
Daniel Heller-Roazen (1974), cree en las palabras fuera de
las cosas, en que el lenguaje constituye el mítico punto arquimediano sobre el cual el mundo se levanta. Nacido en Toronto Canadá, es un especialista en estudios
medievales. Su extravío comenzó temprano, después de estudiar filosofía en la
Universidad de Toronto, volvió sobre sus pasos para estudiar literatura alemana
en la Universidad Johns Hopkins, allí descubrió un camino que lo llevaría hacia
los estudios medievales, con especial interés en la relación entre filosofía y
poesía, luego cayó como profesor en Princeton. En su andar retuvo varias
lenguas, nueve en total (además del inglés): provenzal antiguo, hebreo bíblico,
árabe clásico, italiano, francés, yiddish, alemán, griego antiguo y latín. Ha
traducido tres obras de Giorgio Agamben y ha escrito cuatro libros además del que
reseñamos aquí: Fortune`s faces: The
Roman de la Rose and the poetics of contingency en 2003, The inner touch: Archaeology of a sensation
en 2007, The Enemy of All: Piracy and the Law of Nations en 2009, The Fifth Hammer: Pythagoras and the
Disharmony of the World en 2011.
Ensayar el extravío
En su introducción al Uso
de los placeres (1), Michel Foucault, sostiene que la filosofía, al
“extraviarse”, al alejarse de sí —que es una manera de definir la curiosidad—,
retorna a lo que era antaño: un “ejercicio de sí”, una ascesis para el
pensamiento. El ensayo, tal como lo define la obra de Montaigne, sería el
epicentro de la filosofía, su “cuerpo”, el lugar de las
modificaciones/mortificaciones respecto del juego de la verdad, es decir, apenas
del juego de esa pequeña letra de la lógica formal que toma diferentes
posiciones, ocurriendo así que el ensayo sea un “ejercicio espiritual”, esa
transformación que debe realizar el pensamiento sobre sí mismo: destruir,
desmontar ideas preconcebidas y aceptadas sin crítica.
Un “ejercicio filosófico” —dice Foucault— “encarna el problema de saber en qué medida
el trabajo de pensar su propia historia puede liberar al pensamiento de lo que
piensa en silencio y permitirle pensar de otro modo”.
Un ejercicio filosófico “encarna”, es decir, incorpora, hace
corporal, es lo incorporal, aquello que los estoicos conceptualizaron como un
acontecimiento que permite una nueva manera de ser, por ejemplo, el cuerpo del
escalpelo que corta otro cuerpo, no produce un cambio, una propiedad nueva en
éste, sino un nuevo atributo, una nueva manera de ser: “el ser cortado”, que es
siempre un verbo (2). La filosofía, como “ejercicio espiritual”, es un
acontecimiento, produce un efecto incorporal que está siempre en los límites.
Julia Kristeva se refiere a esta forma del extravío cuando
se pregunta: “¿Qué es un gran lingüista?” en su homenaje a Émile Benveniste;
respondiendo a su pregunta ensaya una definición: “Los grandes lingüistas se
distinguen porque, conociendo y analizando las
lenguas, descubren propiedades del lenguaje
mediante las cuales interpretan e invocan el “ser en el mundo” de los sujetos
hablantes.” (3) La última parte de esta definición —interpretar e invocar el “ser-en-el-mundo”— es la que quiere
atrapar el filólogo, especialista en estudios medievales y en teoría crítica
contemporánea, Daniel Heller-Roazen, con su libro: Ecolalias. Sobre el olvido de las
lenguas (4).
Muy cerca de la búsqueda de una clavis universalis (5), Heller-Roazen, se propone responder: ¿Cómo
una lengua queda en el olvido?, ¿cómo desaparece y cómo queda reducida a
estrato? Preguntas que parecen ser hechas para preguntar también sobre
uno de los temas fundamentales de la filosofía heideggeriana: el olvido del ser.
De la afasia y otros trastornos
Todo el ensayo de Heller-Roazen, se desenvuelve sobre una
hipótesis lingüística que, como las hipótesis filosóficas, es mítica, es decir,
es una “narración” y, como dice Agamben en su reciente libro: “el rigor del
pensamiento consiste en reconocerlas como tales, en no tomarlas por principios”
(6). Así pues, Heller-Roazen parte de un ensayo de uno de los lingüistas más
renombrados: Roman Jakobson.
En su famoso y sabio ensayo sobre la afasia (7), Roman
Jakobson sostenía que su investigación sobre la afasia en los niños le había llevado
a observar que los niños, en su balbuceo, son capaces de articular la suma de
los sonidos que jamás se encuentran en una sola lengua, ni siquiera en una
familia de lenguas, llegando a la conclusión que, para aprender una lengua, la
lengua llamada “materna”, tienen que olvidar la mayoría de los sonidos que
articulaban con facilidad.
Es como si —afirma Heller-Roazen— adquirir una lengua sólo
sería posible mediante una amnesia fónica, mediante un acto de olvido,
parecería que el infante está tan cautivado por la lengua de la madre, que
gustosamente abandona la adquisición de otras muchas, o quizá “¿es acaso la
lengua madre la que se apodera del nuevo hablante y se rehúsa a dar cabida
siquiera a la sombra de alguna otra?”
En el olvido de la infinita posibilidad de sonidos que, en
su balbuceo, el niño debe abandonar está otra posibilidad finita: el
aprendizaje de una lengua que, seguramente es el precio que debe pagar el hablanteser para “ascender” al nivel de
ciudadano de una comunidad o a “sujeto” del lenguaje.
Lo que perdura en el adulto, del balbuceo de los niños,
—sostiene Heller-Roazen— es apenas un eco de esa infinita variedad de sonidos,
“una
ecolalia, que supo resguardar la memoria de ese balbuceo indiferenciado e
inmemorial que, al perderse, permitió la existencia de todas las lenguas.”
Para comprobar su hipótesis, Heller-Roazen nos abre un placentero abanico de
historias que componen cuadros de una exposición del lenguaje y sus múltiples
senderos.
Mitologías o mitológicas de Heller-Roazen
Para Roland Barthes (8) “el
mito es un habla” y aclara, en una nota a pie de página: "Se me objetarán mil otros sentidos de la palabra mito. Pero yo he buscado definir cosas y no palabras." ¿Entonces todo puede ser mito?, se pregunta, él mismo responde que sí, ya que el universo
siempre es sugerente, en el mundo, todo puede pasar, transformarse,
metamorfosearse en otra cosa, y lo hace por (no “por medio” de) la palabra, "Un árbol es un árbol. —dice Barthes— No cabe duda. Pero un árbol narrado por Minou Drouet deja de ser estrictamente un árbol, es un árbol decorado, adaptado a un determinado consumo, investido de complacencias liteararias, de rebuscamientos, de imágenes, en suma, de un uso social que se agrega a la pura materia."
Así son las narraciones que Heller--Roazen desarrolla a lo largo de su libro, son mitos en el sentido de Barthes, que tienen efectos/afectos filosóficos, en el sentido que propone Agamben, hablan del olvido, es decir de las huellas que deja todo olvido ya que, paradójicamente, para que algo sea olvidado debe proveer un sustento que haga que se vea como tal, algo olvidado jamás es sin marca, sin un atisbo que recuerde que fue olvidado.
Así son las narraciones que Heller--Roazen desarrolla a lo largo de su libro, son mitos en el sentido de Barthes, que tienen efectos/afectos filosóficos, en el sentido que propone Agamben, hablan del olvido, es decir de las huellas que deja todo olvido ya que, paradójicamente, para que algo sea olvidado debe proveer un sustento que haga que se vea como tal, algo olvidado jamás es sin marca, sin un atisbo que recuerde que fue olvidado.
Está, para comenzar, la letra hebrea Alef, que no puede
pronunciarse ya que no representa sonido alguno y que Heller-Roazen transforma,
siguiendo en esto a Maimónides, en una letra silenciosa que asumiría toda la
revelación del antiguo testamento y a partir de la cual emerge toda lengua, ya
que “¿Podría haberse presentado Dios ante los seres humanos en otra forma que
no fuese una letra que ya habían olvidado desde siempre?”
Están, también, esas letras que pueden, como los fantasmas,
desaparecer, el grafema “h”, por ejemplo, que, imperceptible al habla como en
las lenguas latinas, a menudo desaparece en la transición de una lengua en otra
o se “transforma” gravemente, como relata Heinrich Heine, del que Heller-Roazen
toma una cita y que vale la pena memorizar por el humor que siempre se cuela en
los escritos de este poeta del habla:
“Aquí en Francia mi
nombre en alemán «Heinrich» se tradujo como «Henri» en cuanto llegué a París.
Tuve que resignarme a ello y terminé llamándome así en este país, puesto que la
palabra «Heinrich» no le sentaba bien al oído francés y los franceses recurren
a todo lo que tengan a su alcance para transformar el mundo en algo placentero
y fácil para sí. Tampoco eran capaces de pronunciar el nombre «Heinrich Heine»
correctamente por lo que para muchos me llamo Enri Enn; otros lo han reducido a
«Enrienne» y algunos hasta me llaman Un Rien [“la nada”].”
Entre la mitología de Heller-Roazen, hay uno con un título
muy provocativo: “La vaca que escribe”,
que nace de un mito más antiguo, uno de la serie que Publio Ovidio Nasón
convirtió en inolvidables, en su famoso libro: “Metamorfosis”, escribió sobre
cierta ninfa llamada Io, hija de Ínaco el dios de los ríos, que fue raptada y
tomada por la fuerza por Júpiter, éste para ocultar su infidelidad la convirtió
en vaca, Juno, su astuta esposa, habiendo adivinado su acto, le pidió que se la
regalara, Júpiter, sin poder eludir esa petición, regaló la vaca Io a Juno que
la puso bajo la vigilancia de Argos, el de los cien ojos. Para ser reconocida
por el padre que la buscaba infructuosamente Io, que pasaba sus días
siguiéndolo, “escribe” con su pezuña sobre la arena de la orilla de uno de los
múltiples ríos que su padre gobierna.
Heller-Roazen, toma a la letra lo que Ovidio parece
sostener: “littera pro verbis quam pes in
pulvere duxit, / corporis indicium mutati triste peregrit.” (“Su letra, en
vez de palabras, que su pie en el polvo trazó, / de inicio amargo de su cuerpo
mutado actuó.”) (9), es decir, que escribió su nombre sobre la arena. Heller-Roazen
se pregunta entonces: ¿qué hubiera pasado si Io se hubiese llamado “Alyxothoe,
como la hija del río Granicus, o Psámate, como la madre de Foco, o incluso
Menipe y Metioque, como las hijas del Gigante Orión”? En cambio, la I y la O
eran fáciles de trazar con las pezuñas del animal y bastaron para contar toda
la triste mutación, siendo el rey de los ríos el primero en “leerlo” así.
Por supuesto, en esta serie tan erudita como fascinante, no
falta la alusión a ese momento cumbre del olvido —por proliferación— de las
lenguas: Babel.
Notas y bibliografía
(1). Michel Foucault.
Historia
de la sexualidad 2. El uso de los placeres. (México: Siglo XXI
editores, 2011. Pág. 15)
(2). Émile Bréhier. La teoría de los incorporales en el
Estoicismo antiguo. Citado por Deleuze. La lógica del sentido. Trad. Miguel Morey. (Barcelona: Paidós
Ibérica, 1989). Pág. 28
(3). Julia Kristeva. Prefacio. En: Émile Benveniste. Últimas
lecciones. Trad. Luciano Padilla López. (Argentina: Siglo Veintiuno
Editores, 2014)
(4). Daniel Heller-Roazen. Ecolalias. Sobre el olvido de las
lenguas. Trad. Julia Benseñor. (España: Katz editores, 2008)
(5). Como bien nos ilustra Paolo Rossi, el término “clavis
universalis”, fue utilizado entre los siglos XVI y XVII para indicar la
“ciencia” que nos salvaría de las “sombras de las ideas” y encontrar la
verdadera naturaleza de las cosas, la esencia de la realidad. Paolo Rossi. Clavis
universalis. El arte de la
memoria y la lógica combinatoria de Lulio a Leibniz. Trad. Esther Cohen.
(México: Fondo de Cultura Económica, 1989)
(6). Giorgio Agamben. ¿Qué es la filosofía? Trad. Mercedes
Ruvitusso. (Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora, 2017)
(7). Roman Jakobson. Dos aspectos del lenguaje y dos tipos de
afasia. Trad. de Ángela L. de Rodríguez Barro, Máximo Leiva y Raúl
Antelo, facsímil.
(8). Roland Barthes. Mitologías. Trad. de Héctor Schmucler. (México: Siglo XXI Editores, 1999). Págs. 119, 120
(9). Tomamos aquí la traducción de Ana Pérez Vega. Publio Ovidio Nasón. Metamorfosis. (Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2002). Versos: 649 y 650
(8). Roland Barthes. Mitologías. Trad. de Héctor Schmucler. (México: Siglo XXI Editores, 1999). Págs. 119, 120
(9). Tomamos aquí la traducción de Ana Pérez Vega. Publio Ovidio Nasón. Metamorfosis. (Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2002). Versos: 649 y 650
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