La narración como contemplación. El caso Peter Handke
Autor: Marco Antonio Loza Sanjinés
“Yo no tengo apuro, no me amo hasta el punto de querer ser yo mismo.”
Jacques Lacan
El cansancio
Peter Handke, nacido en Griffen, Austria, en
1942, es el escritor actual más importante en lengua alemana, como Borges,
Handke no recibirá jamás la aquiescencia del comité del nobel de literatura, ya
que éste (el comité) confunde al literato con el escritor, siendo que la
condición de “literato” —y esto lo
sabe muy bien Peter Handke— es la de desaparecer tras su obra, desaparecer tras
su obra quiere decir —Kundera dixit—:
“renunciar al papel de hombre público”, algo imposible en el tiempo actual, en
el que los medios de comunicación (incluidas las mal llamadas “redes sociales”)
quieren hacer desaparecer la obra tras la imagen de su autor.
Peter Handke, es novelista (aquí nos
concentraremos en algunas de sus novelas), también dramaturgo, como guionista
trabajó con Wim Wenders, escribe poesía y crea opiniones sin la corrección
política que necesariamente buscan los medios de comunicación. A pesar de esto,
le entregaron el premio Büchner de Literatura que anualmente concede la
Academia Alemana de la Lengua y la Literatura, al que renunció tiempo después, en
protesta por el papel de Alemania en la guerra de los Balcanes en el que Handke
tomó partido por Serbia.
Como novelista, Handke sabe que no es portavoz
de nadie, ni siquiera de sus propias ideas, que sus novelas lo superan, por eso
son novelas maravillosas, porque en ellas se oye el rumor del lenguaje, su
sabiduría, su “cansancio”. “[T]engo una imagen un tanto burda —dice Handke en
su “Ensayo
sobre el cansancio”— de los cuatro modos de relacionarse mi Yo-lenguaje
con el mundo: en el primero yo estoy mudo, dolorosamente excluido de los
acontecimientos; en el segundo, la maraña de voces, la cháchara de fuera, pasa
a mi interior, pero yo sigo estando mudo, todo lo más soy capaz de gritar; en
el tercero, llega al fin a mi vida: de un modo involuntario, frase por frase,
empieza la narración, una narración dirigida a alguien determinado las más de
las veces, un niño, los amigos; y luego, en el cuarto, tal como yo ahora lo he
experimentado del modo más persistente en la clarividencia del cansancio […],
el mundo, bajo el silencio, sin decir una sola palabra, se cuenta a sí mismo, a
mí al igual que el vecino espectador…”
El cansancio es una manera de contemplación,
el cansancio crea, transforma la obra en inoperosa,
suspende el acto, así la obra “expondrá
en la poesía la potencia de la lengua” (Agamben, “El uso de los cuerpos”), lo inoperoso
no significa ausencia de obra, pues la obra no es el resultado de una potencia
que se agote en ella, en la obra habita la potencia siempre vacilante abierta a
un nuevo uso, por eso la contemplación es el paradigma del uso, la
contemplación es lo inoperoso en
acto, no tiene un sujeto, no tiene un objeto ya que en la obra contempla
solamente la propia potencia. Así las narraciones de Peter Handke.
La novela en Handke
Las novelas de Handke son atípicas, no recorren
una línea temporal que ajustaría una historia, en ellas encontramos siempre la
digresión continua, la interrupción de la acción, por eso se basan en la
narración o, diríamos más bien, siguiendo las líneas anteriores, que se basan
en la inoperosidad de la narración,
las cosas, el mundo, aparecen como precipitados.
“[…] Yo, en cambio, aunque me muera hoy mismo,
ahora, al fin de esta narración me veo en la mitad de mi vida: observo el sol
de primavera sobre el papel en el que no hay nada escrito: pienso en las
estaciones pasadas, el otoño y el invierno, y escribo: narración, nada más de
este mundo que tú; nada más justo, lo más santo para mí. Narración, patrona del
guerrero lejano, mi dueña. Narración, el más espacioso de los vehículos, noche
celeste. Ojos de la narración, reflejadme, porque sólo vosotros me conocéis y
me hacéis justicia. Azul del cielo, baja a este valle por medio de la
narración. Narración lanza de nuevo las letras, como si fueran dados, recorre
con tu soplo la serie de las palabras, ensámblate en forma de escritura y en la
tuya particular, danos la muestra, común a todos nosotros. Narración, repite,
es decir, renueva; posponiendo de modo renovado una decisión que no debe
existir. Ventanas ciegas y pastizales desiertos, sed el aguijón y la filigrana
de la narración.” (“De la repetición”. Págs. 264-265)
En “Los Avispones”, la primera y
excepcional novela de Peter Handke, se quiere recordar lo que no se ha olvidado
y su narrador ciego intenta mirar el pequeño mundo que lo rodea, pero esta
mundanidad (lo que no se ha olvidado y la narración), como en la alegoría (como
la frase que el sabio de Kafka lanza: “Anda
hacia allá”) quiere abarcar un “más
allá”.
Ya que: “Quien es ciego es también invisible.
En el desconocido lenguaje se usa la misma palabra tanto para uno que es ciego
como para uno que no es visible. Nadie, de afuera, puede verlo porque él es
ciego. Si un ciego está ante un espejo nadie está ante el espejo. La ventana de
su habitación refleja hacia fuera lo que está afuera; quien quiera ver a través
de ella deberá, mientras se acerca al vidrio, mirar a través de su propia casa
para poder ver al ciego.” (“Los avispones”.
Pág. 96)
En “El momento de la sensación verdadera”,
dos días de la vida de Keuschnig (diplomático austriaco en París) se cruzan
sobre los puentes de París donde mira sin ver y sin ser visto, puesto que lo
que “siente”, su “sensación verdadera”, es el sin sentido de la existencia.
“Debía de haber algún truco — en un caso así, no bastaba con la rutina.
Keuschnig admiraba un poco ese tipo de gente, pero sobre todo le repugnaba; no
le interesaba conocer sus trucos. El danés aquel, en el coche con matrícula de
Copenhague, seguro que era admirable por haber cruzado impertérrito toda Europa
hasta llegar aquí, sin dejarse caer por el camino en un barranco cualquiera.
Pero ¿no hubiera sido más honorable si, por ejemplo, en una autopista alemana
se hubiera lanzado a tiempo con su coche por un puente? ¡Aquí sólo hacía el
ridículo con su presencia danesa! En fin, nada tenía sentido, sólo una
apariencia de ingeniosidad; demasiada, pensó Keuschnig. Que una pareja se
sentara a la mesa de un café y siguiera siendo una pareja al levantarse: muy
ingenioso. No comprendía que esos tipos al levantarse se dirigieran la palabra,
incluso con amabilidad, como si no hubiera pasado nada. — No era justo, claro,
que sólo desde la noche anterior se viera a sí mismo y a los demás de esta
forma.”
Si una narración verdadera es la única manera
de intentar capturar algo del mundo, la poesía es su punto más alto, su cenit,
y eso quiere decir también su límite, en: “La mujer zurda” Handke inserta
poesía que acompaña la narración haciéndola más luminosa:
“Pero hay en mi casa abierta:
el auricular de pronto al revés
el lápiz a la izquierda del bloc
al lado la taza de té con el aza a la izquierda
al lado la manzana mondada en sentido inverso
(no mondada del todo).
Las cortinas abiertas hacia la izquierda.
Y las llaves de la casa en el bolsillo izquierdo
de la chaqueta.
¡Te has traicionado, zurda!
¿O es que querías hacerme un signo?
Tengo ganas de verte EN UN CONTINENTE
EXTRAÑO.
Pues allí entre los demás
te veré sola por fin.
Y tú me verás entre otros mil.
Y por fin iremos el uno al encuentro
del otro.”
(“La
mujer zurda”. Págs. 93-94)
El tiempo y el espacio, un genial cronotopo
El tiempo de la narración es, en
Handke, un bucle, por el que el espacio cobra un nuevo brío, los personajes
crean sus ambientes, nunca permanecen pasivos al lugar, por ejemplo, en “Los
avispones”, el oído y el tacto juegan un rol imprescindible para hacer
que el personaje ciego se sienta rodeado de un pequeñísimo mundo exterior del
que hace un mundo fijo y frío (lo que podríamos llamar su “mundo interior”, si
tal cosa no existiese más que en las ideas preconcebidas heredadas de la
metafísica), Peter Handke lo sabe, por eso su focalización narrativa se libera de las opiniones o los
sentimientos de sus personajes, éstos viven un mundo, que es una manera de
decir que sufren el mundo. “Tenía que mirarlo todo dos veces para verlo sólo
una vez”. (“Bienvenida al consejo de administración”. Pág. 55)
La experiencia espacial de los
personajes, en las novelas de Handke, se transforma en registro simbólico por
medio de la palabra, así, éstos —los personajes— se dan cuenta, a su vez, de la
división entre ellos y el mundo, su acción, frente a esta pérdida, es la
repetición, la descripción minuciosa de los objetos del mundo y de las
situaciones que los rodean, sin ningún sentido, sin ninguna utilidad, como
sostiene Handke, lo suyo es la creación de imágenes, es una literatura de la forma.
Con la afabilidad del sabio, Kundera
decía, respecto del diálogo entre la novela y la filosofía: “El hombre que
desea que su vida tenga un sentido, renuncia a cualquier gesto que no obedezca
a una causa y a un fin.”
Todo este manejo del lenguaje y la
estructura de la novela, para Handke, es una manera de velar por un saber urgente, sin esta urgencia todo
saber es innecesario. “La entrada al saber debería estar prohibida. Vosotros
los que sabéis, debéis callar vuestro saber, y no exteriorizarlo más que en
casos de urgencia, en forma de poema, o de canción […]” (“De la ausencia”. Págs.
52-53)
Es cierto, a pesar de todos los
posmodernos, que el fin de los grandes relatos, como el fin de la Historia en
Hegel, está más presente en estos años recientes, la declinación del nombre del padre, como la falta de ideales, han
hecho que ya no se busque el “gran estilo” de la prosa, que se mezclen
incesantemente (insensatamente, a veces) los géneros, Handke rechaza
voluntariamente la homogenización del relato, le antepone los libres juegos del
lenguaje y el placer del texto, con razones suficientes, desconfía del lenguaje
y juega con sus equívocos, esta crítica al lenguaje establece una menos
visible, ética: la manera de vivir la colectividad de una sociedad.
Bibliografía consultada
De Peter Handke:
-Ensayo sobre el
cansancio. Trad. Eustaquio Barjau Riu. (Madrid:
Alianza Editorial, 1990)
-La repetición. Trad. Eustaquio Barjau Riu. (Madrid: Alianza Tres, 1991)
-Desgracia
impeorable. Trad. Eustaquio Barjau Riu. (Madrid:
Alianza Tres, 1989)
-La ausencia. Trad. Eustaquio Barjau Riu. (Madrid: Alianza Editorial, 1993)
-El chino del dolor. Trad. Margarita Medina. (Madrid: Alfaguara, 1988)
-Los Avispones. Trad. Francisco Zanutigh Nuñez. (España: Ediciones Versal, 1984)
-El momento de la
sensación verdadera. Trad. Genoveva Dieterich.
(Madrid: Alfaguara, 1990)
-La mujer zurda.
Trad. Eustaquio Barjau Riu. (Madrid:
Alianza Tres, 1986)
-Bienvenida al consejo de
administración. Trad. Feliu Formosa. (Barcelona: Editorial
Laia, 1983)
Giorgio Agamben, El
uso de los cuerpos. Trad. Antonio Tursi. (Buenos Aires: Adriana Hidalgo
editora, 2017)
Heinrich Böll. Más allá de la literatura.
Ensayos políticos literarios. Trad.
Adán Kovacsics. (Barcelona: Bruguera, 1986)
Milan Kundera. El arte de la novela. Trad.
Fernando de Valenzuela y María Victoria Villaverde. (Barcelona: Tusquets
Editores, 2007)