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Creencia y Fe: Una lectura de: «Moisés y la religión monoteísta» de Freud
Autor: Marco Antonio Loza Sanjinés
“Al hombre, sin embargo, sólo le conviene la fe en la verdad que se
puede alcanzar, la fe en la ilusión, la fe en la ilusión a la que se acerca
confiado. ¿No vive en realidad mediante
un continuo ser engañado?”
Friedrich Nietzsche. Sobre el Pathos de la verdad.
“[…] no puedo ver a la
cultura —es decir: a la suma de las invenciones y creaciones por las que el
hombre se ha hecho hombre— como el reflejo de las cambiantes fuerzas
sociales o como el imperfecto trasunto de las ideas inmutables.”
Octavio Paz. Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de
la fe.
Introducción
Freud comienza el primer ensayo, de los tres que compone “Moisés
y la religión monoteísta”, el capítulo titulado: “Moisés un egipcio”, con un
párrafo desalentador, con la expresión de una idea que provenía seguramente de
ese movimiento al interior del judaísmo denominado Haskalá, judíos ilustrados que pensaban en la verdad del
positivismo, dice Freud refiriéndose a Moisés:
“Quitarle a un
pueblo el hombre a quien honra como al más grande de sus hijos no es algo que
se emprenda con gusto o a la ligera, y menos todavía si uno mismo pertenece a
ese pueblo. Mas ninguna ejecutoria podrá movernos a relegar la verdad en beneficio
de unos presuntos intereses nacionales, tanto menos cuando del esclarecimiento
de un estado de cosas se pueda esperar ganancia para nuestra intelección.”
(1)
Comienza así, no un ensayo, ni una especulación filosófica,
sino lo que Peter Sloterdijk llama «fantasía filosófica», equiparable a la expresión
que Freud utilizó en el primer borrador de 1934: «novela histórica». Sin embargo,
la denominación «fantasía filosófica» es mucho más adecuada para analizar el
texto freudiano, puesto que esta se refiere —en palabras de Sloterdijk— “… a un discurso en el que se ensaya la
reconstrucción de un producto de la evolución del tipo hombre-en-la-historia.
Con auxilio del reconstructivismo fantástico se pueden evitar los dos defectos
que normalmente presentan los evolucionismos: la tendencia espontánea a suponer
ya al hombre que tratan de explicar o, por el contrario, a olvidarlo por exceso
de celo explicativo.” (2) Existe en la obra freudiana dos líneas de
pensamiento interconectadas pero diferenciables: una, la que podríamos
denominar terapéutica y otra la filosófica, ésta última fue desarrollada como
análisis de la cultura, es lo que se denomina metapsicología, podemos agrupar
en esta línea su obra más tardía: Tótem y
tabú, El malestar en la cultura y
Moisés y la religión monoteísta.
En “Moisés y la religión monoteísta”, la tesis central de Freud es la siguiente: Moisés no fue judío sino
un egipcio, un madianita, heredero de la entronización del dios solar Aton en
dios único por un faraón de breve reinado: Akhenaton (Ikhnatón, en la grafía inglesa que usa Freud), quien habría llevado
a cabo una expurgación de los demás dioses egipcios. Al morir Akhenaton, los
egipcios volvieron al politeísmo y borraron toda huella de aquel faraón y su
intento de construir una religión monoteísta.
Moisés que fue —en la tesis freudiana— un alto
funcionario político y religioso, habría buscado otro lugar donde desplegar el
culto del dios único, encontrándose con un pueblo semita que vivía por entonces
en Egipto, proponiéndose retomar el culto de un único dios, Aton, convenció a
este pueblo de alejarse de Egipto y fundar un imperio nuevo, dando lugar al
éxodo. Sin embargo, este pueblo, cansado de la imposición dura de un sólo dios
y de su marcha infructuosa por el desierto se reveló contra su dios y mató a su
representante.
Para Freud esto fue vivido como un trauma por el
pueblo judío y, como tal, ignorado, olvidado, reprimido, adoptando un nuevo
dios con las características contrarias a las de Moisés, eligieron como dios
único, a uno terrible, volcánico, pero que no exigía la renuncia instintual a
la que estaban sometidos con Moisés. Pero, como todo trauma, éste regresa a
pesar de la represión y, en el pueblo judío, el retorno de lo reprimido da
lugar a una solución: se fusionan los dos dioses, se establece un nuevo pacto,
se aceptan las leyes y restricciones transmitidas por Moisés, quedando
establecido así, el judaísmo.
Creencia y Verdad
Creer es dar algo por verdadero, creer, entonces,
tiene relación con la verdad, con la verdad para un sujeto, con esa verdad que
para Lacan tenía estructura de ficción. Por ejemplo, en el “caso Juanito” de
Freud.
En el denominado “Caso Juanito”, Freud descubre que
cualquier niño sea varón o mujer, sostiene que su mamá tiene un “hace pipi”,
pero, además, Juanito dice que su hermana tiene uno, Jean-Michel Vappereau se
pregunta: ¿Por qué niega lo que ve, es decir, que la hermanita no lo tiene? (3)
y desentraña la lógica de la afirmación de Juanito. Primero, Juanito no dice: todo el mundo tiene un pene; dice algo
mucho mejor: mi hermanita o mi mamá tiene un pene, porque es humana. “Tiene
uno porque si se trata de ser humano, es necesario
que lo tenga.” Ahí opera una “creencia” que se basa en la renegación o
desmentida (Verleugnung), como en el
fetichismo, en el que se cree en la inexistencia del peligro de castración
elevando al fetiche como sustituto del pene, es decir, se afirma y al mismo
tiempo se niega, lo que da lugar a que la “creencia” caiga en el lugar de la
duda. La ambivalencia de la afirmación y la desmentida operan también en el
enamoramiento, se desmienten todas las oscuridades y “defectos” del objeto de
amor. De igual manera pasa con la locura (no hablamos aquí de la “psicosis”,
más propiamente, un concepto de la clínica) y el desconocimiento que implica,
donde el desconocimiento no es el no
conocimiento, sino conocer algo pero no reconocerlo, “desconocer es conocer
y rehusarse a reconocer” (4), que se relaciona plenamente con la “creencia” del
loco: “creerse alguien”, “tomarse por alguien”, de ahí la
afirmación de Lacan: ¡todos los hombres
deliran! Todos los hombres creen en el signo como lo que remite a la Cosa. La
creencia queda del lado del sujeto.
La verdad de
la idea de un dios único que trae Moisés al pueblo judío, el paso de un
henoteísmo a un monoteísmo de forma avasalladora, no puede ser explicada tan
fácilmente. Una primera aproximación sostiene, que los creyentes en un dios
único afirman que la idea de un dios único tiene un efecto dominante porque
traduce una “verdad eterna”, largo
tiempo oculta y que, al salir a la luz, arrastra a los demás dioses.
Freud, al oponerse a este argumento, realiza la
primera versión analítica de la verdad como ficción, dice que no se ha
demostrado que el intelecto humano tenga una inclinación para la verdad,
tampoco que tenga afición a reconocer la verdad, más bien, al contrario, el
intelecto humano se extravía constantemente y la verdad siempre se subordina a
los deseos y a las ilusiones. Si bien, la tesis de los creyentes parece
aceptable no lo es desde el punto de vista de la “verdad material” sino desde
el punto de vista de la “verdad histórico-vivencial”.
“Esto es: no
creemos que hoy exista un único gran dios, sino que en tiempos primordiales
hubo una única persona que entonces debió de aparecer hipergrande, y que luego
ha retornado en el recuerdo de los seres humanos enaltecida a la condición
divina.” (5)
En el pueblo judío entonces, algo despertó, pero no
era la idea primordial de dios, sino la vivencia de las épocas primordiales de
la humanidad que dejó huellas imborrables, así como en los individuos aparecen
los efectos de las primeras impresiones recibidas (de ahí el neologismo
lacaniano: troumatisme que condensa traumatisme, trauma y trou, agujero) como compulsión
inconsciente, la idea de un dios único era un efecto que uno se ve precisado a
aceptar como recuerdo.
“Una idea así tiene
carácter compulsivo, es forzoso que halle creencia.
Hasta donde alcanza su desfiguración, es lícito llamarla delirio; y en la medida en que trae el retorno de lo pasado es
preciso llamarla verdad. También el
delirio psiquiátrico contiene un grano de verdad, y el convencimiento del
enfermo desborda desde esa verdad hacia su envoltura delirante.” (6)
Creencia,
delirio, verdad, he aquí tres significantes que Freud relaciona en un
solo párrafo.
Fe y creencia
Freud, que quiere esclarecer, contra todo prejuicio,
la imagen de Moisés y con él la fe judía, analiza la frase del Deuteronomio que
contiene la exclamación de esta fe: “Shema
Jisroel Adonai Elohenu Adonai Ejod” (E-Sword). Freud traduce irónicamente,
atendiendo al parecido fónico entre Adonai (señor) y Aton, o Adonis: “Escucha Israel, nuestro dios Aton (Adonai)
es el único Dios”. Unas páginas antes, había escrito refiriéndose al primer
monoteísmo egipcio, que la fe en un solo dios lleva, inevitablemente, a la
intolerancia religiosa desconocida en la antigüedad antes de esto.
Si la creencia queda del lado del sujeto, la fe hace
existir al Otro, otorga una garantía, la fe es la confianza en un nombre, en el
texto freudiano sobre Moisés, la fe es confianza en un solo dios, algo que lo
hace existir usándolo; primero, frente a los otros dioses egipcios, aunque el
reinado de Akhenaton sólo duró 17 años; después, alentando a un pueblo a buscar
una tierra prometida, la promesa como don de ese dios único.
“Moisés, oriundo
de la escuela de Ikhnatón [Akhenaton] no
se serviría de otros métodos que el rey: impartiría órdenes, impondría su fe al
pueblo.” (7)
Si la “locura es
creer en el propio nombre” (8), lo cual corresponde a la creencia delirante en el yo (moi), la fe es servirse de él, hacer
algo con él, eso hizo Moisés, con su fe en un dios solitario y terrible, inventó
una creencia, convenció a un pueblo, construyó el judaísmo.
La fe es un modo distinto de tratar con la verdad, en
el judaísmo esa verdad tiene que ver con la alianza, con el pacto, es hacerse
cargo de un don, para ello no bastaba que Moisés asegurase a sus seguidores que
eran el pueblo elegido, tenía que probárselos, en eso consistió el Éxodo de
Egipto. “El presente de Dios
(entendido como don) no se presenta
(en el modo del ahora). A esto impresentable, [Jean-Luc] Marion le da el nombre
de distancia.” (9)
La fe es distancia,
por eso el dios de Moisés no quiere sacrificios o ceremoniales, “sólo
demanda fe y una vida en verdad y en justicia” (10). Por eso Colette Soler pudo
escribir respecto al Rousseau de la pedagogía, algo que también podría
aplicarse a Moisés: “No es el discurso de
un creyente, sino el de un maestro de la fe. Quizá sea el caso de toda
profesión de fe. Es menos intérprete que autor del texto, menos profeta que
oráculo, en una palabra: menos feligrés que fundador de una religión.” (11)
Las trampas de la fe
Al comenzar su tercer ensayo, titulado: Moisés, su pueblo y la religión monoteísta,
publicado varios años después de los dos primeros, Freud escribe:
“Hallé la más
amistosa acogida en la bella, libre y generosa Inglaterra. Aquí vivo ahora como
huésped bien visto, y he cobrado el aliento, pues aquella opresión se ha
quitado de mí y ahora vuelvo a tener permitido hablar y escribir —casi estuve
por decir: pensar— como quiero y debo. Oso pues dar a publicidad la última
parte de mi trabajo.” (12)
Dice después, que gentes amables le han manifestado su
interés por la seguridad de que goza y otras “personas desinteresadas” le han
enviado cartas en las que se empeñan en la salvación de su alma y le ilustran
sobre el porvenir de Israel. A pesar de todo esto, Freud sostiene:
“Las buenas
gentes que así me escribían acaso no supieran mucho sobre mí, pero mi
expectativa es que cuando este trabajo sobre Moisés se conozca entre mis nuevos
compatriotas, a través de una traducción, perderé sin duda bastante de las
simpatías que cierto número de otras personas han mostrado hasta ahora.” (13)
Así pues Freud, no cae en esa trampa de la fe en el
prójimo, cuando más toma precauciones, pero igual continúa su labor
esclarecedora. En este tercer ensayo de su “fantasía filosófica”, nos traza uno
de sus esquemas más conocidos sobre la neurosis:
Trauma temprano—defensa—latencia—estallido de la
neurosis—retorno parcial de lo reprimido
Pero nos invita a suponer aplicarlo al género humano,
es decir, que un “contenido sexual agresivo” dejó una secuela, una huella, que
después fue olvidado, permaneció latente un periodo largo de tiempo y luego
retornó como síntoma.
Freud plantea entonces, la similitud del fenómeno
religioso con una neurosis ordinaria, es decir, del retorno de lo reprimido, el
síntoma y el sujeto divido. Para Freud, existe un conflicto entre el principio de realidad y el principio de placer, en otras palabras
el conflicto entre la pulsión y el proceso civilizatorio, la fe hace surgir al
Otro, al de la civilización, pero para ser reconocido por este Otro de la
civilización, el sujeto debe paga un precio: ceder parte de su goce; esta
dependencia del sujeto está sostenida por la fe, es su trampa.
Así, se fragmenta la imagen narcisista del sujeto, es
su división, la fe en el Otro hace que un significante represente al sujeto
para otro significante, lo convierte en sujeto de la falta, en deseante,
se le ofrece el sustituto del símbolo.
Corolario: “Sólo un dios puede salvarnos”
En 1966 la revista Der Spiegel, entrevistó a
Martin Heidegger, a pedido de éste, recién se publicó después de su muerte, en mayo
de 1976, con el título: Sólo un dios puede salvarnos aún
(14). Ante la pregunta sobre el arrollador triunfo de la técnica y la
posibilidad de que el individuo o la filosofía puedan conducir una defensa
frente a ese avance, Heidegger contesta:
“[…] la
filosofía no podrá provocar un cambio inmediato de la situación actual del
mundo. Y eso no se refiere solamente a la filosofía, sino a toda clase de
reflexión y aspiración meramente humanas. Sólo un dios puede salvarnos aún.
Como única posibilidad nos queda la de preparar en el pensar y en la poesía,
una disposición a la aparición de este dios, o a su ausencia en el derrumbe:
para que sucumbamos frente al dios ausente.”
Heidegger se adelantaba así al Otro que no existe [cf.
El Otro que no existe o ¿la declinación del Nombre del Padre?], la fe todavía sería una respuesta, infructuosa, un deseo de que aparezca,
un deseo de su presencia como don,
como diferimiento. Freud, como Peter Sloterdijk (15) después, pensaba en salir
de la dependencia del mito del Génesis, su crítica en forma de “fantasía
filosófica” de la imagen de Moisés va por esa vía, en el tiempo de Freud, las
explicaciones sagradas de las verdades reveladas impedían el avance del
pensamiento sobre el hombre, lo subordinaban a la explicación teológica. Ahora
—sostiene Sloterdijk— las teorías que piensan al hombre lo hacen sin el bloqueo
teológico, pero todavía piensan al hombre como producto, ya no de la voluntad
de un dios, sino de las fuerzas denominadas históricas o culturales, sin llegar
a “salir fuera, al claro del Ser” (16).
Freud lo habría intentado, “salir fuera, al claro”, quizá
no lo consiguió, pero lo intentó, intentó saber “[…] cómo se produjo el relámpago con cuya luz el mundo pudo aclararse como
mundo.” (17). El método que piensa Sloterdijk, quizá también le sirvió a
Freud en su construcción de la metapsicología:
“[En] ningún
caso se debe suponer al «hombre» para luego de algún modo reencontrarlo en
niveles prehumanos. Tampoco se puede suponer un mundo abierto y dispuesto para
el hombre, como si sólo hubiera que esperar a que un mono se tome la molestia
de llegar hasta él como un viajero a la estación central, aquí la del claro.”
(18)
Notas
(1) Sigmund Freud. Moisés y la religión monoteísta.
Trad. José L. Etcheberry. (Buenos Aires: Amorrortu Editores; 1991). V XXIII.
Pág. 7
(2) Peter Sloterdijk. Sin salvación. Trad. Joaquín
Chamorro Mielke. (Madrid: Ediciones Akal; 2011). Pág. 101
(3) Jean-Michel Vappereau. ¿Es uno… o, Es dos? (Argentina:
Ediciones Kliné; 1997). Pág. 29
(4) Ibídem, pág. 20
(5) Sigmund Freud. O. C. Pág. 124
(6) Ibídem. Pág. 125
(7) Ibídem. Pág. 45
(8) Marcelo Barros. Intervención sobre el nombre del padre.
(Buenos Aires: Grama Ediciones; 2014). Pág. 22
(9) Catherine Malabou. El porvenir de Hegel:
plasticidad, temporalidad, dialéctica. Trad. Cristóbal Durán. (Buenos
Aires: Editorial Palinodia, Ediciones La Cebra; 2013). Pág. 182
(10) Freud.
O. C. Pág. 49
(11) Colette Soler. La aventura literaria o la psicosis
inspirada. Rousseau, Joyce, Pessoa. Trad. Louise Boland. (Medellín:
Editorial No Todo; 2003). Pág. 33
(12) Freud. O. C. Pág. 55
(13) Ibídem.
(14) Der
Spiegel 23, mayo de 1976. Pág. 3. Trad. Freddy Téllez y Elviera Bobach.
(15) Peter
Sloterdijk. O. C.
(16)
Ibídem. Pág. 100
(17)
Ibídem. Pág. 101
(18) Ibídem. Pág. 102