domingo, 13 de marzo de 2016

Creencia y Fe: Una lectura de: «Moisés y la religión monoteísta» de Freud


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Creencia y Fe: Una lectura de: «Moisés y la religión monoteísta» de Freud 


Autor: Marco Antonio Loza Sanjinés



Al hombre, sin embargo, sólo le conviene la fe en la verdad que se puede alcanzar, la fe en la ilusión, la fe en la ilusión a la que se acerca confiado. ¿No vive en realidad mediante un continuo ser engañado?” 

Friedrich Nietzsche. Sobre el Pathos de la verdad.

“[…] no puedo ver a la cultura —es decir: a la suma de las invenciones y creaciones por las que el hombre se ha hecho hombre— como el reflejo de las cambiantes fuerzas sociales o como el imperfecto trasunto de las ideas inmutables.”

Octavio Paz. Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe.

Introducción


Freud comienza el primer ensayo, de los tres que compone “Moisés y la religión monoteísta”, el capítulo titulado: “Moisés un egipcio”, con un párrafo desalentador, con la expresión de una idea que provenía seguramente de ese movimiento al interior del judaísmo denominado Haskalá, judíos ilustrados que pensaban en la verdad del positivismo, dice Freud refiriéndose a Moisés:

Quitarle a un pueblo el hombre a quien honra como al más grande de sus hijos no es algo que se emprenda con gusto o a la ligera, y menos todavía si uno mismo pertenece a ese pueblo. Mas ninguna ejecutoria podrá movernos a relegar la verdad en beneficio de unos presuntos intereses nacionales, tanto menos cuando del esclarecimiento de un estado de cosas se pueda esperar ganancia para nuestra intelección.” (1)

Comienza así, no un ensayo, ni una especulación filosófica, sino lo que Peter Sloterdijk llama «fantasía filosófica», equiparable a la expresión que Freud utilizó en el primer borrador de 1934: «novela histórica». Sin embargo, la denominación «fantasía filosófica» es mucho más adecuada para analizar el texto freudiano, puesto que esta se refiere —en palabras de Sloterdijk— “… a un discurso en el que se ensaya la reconstrucción de un producto de la evolución del tipo hombre-en-la-historia. Con auxilio del reconstructivismo fantástico se pueden evitar los dos defectos que normalmente presentan los evolucionismos: la tendencia espontánea a suponer ya al hombre que tratan de explicar o, por el contrario, a olvidarlo por exceso de celo explicativo.” (2) Existe en la obra freudiana dos líneas de pensamiento interconectadas pero diferenciables: una, la que podríamos denominar terapéutica y otra la filosófica, ésta última fue desarrollada como análisis de la cultura, es lo que se denomina metapsicología, podemos agrupar en esta línea su obra más tardía: Tótem y tabú, El malestar en la cultura y Moisés y la religión monoteísta.

En “Moisés y la religión monoteísta”, la tesis central de Freud es la siguiente: Moisés no fue judío sino un egipcio, un madianita, heredero de la entronización del dios solar Aton en dios único por un faraón de breve reinado: Akhenaton (Ikhnatón, en la grafía inglesa que usa Freud), quien habría llevado a cabo una expurgación de los demás dioses egipcios. Al morir Akhenaton, los egipcios volvieron al politeísmo y borraron toda huella de aquel faraón y su intento de construir una religión monoteísta. 

Moisés que fue —en la tesis freudiana— un alto funcionario político y religioso, habría buscado otro lugar donde desplegar el culto del dios único, encontrándose con un pueblo semita que vivía por entonces en Egipto, proponiéndose retomar el culto de un único dios, Aton, convenció a este pueblo de alejarse de Egipto y fundar un imperio nuevo, dando lugar al éxodo. Sin embargo, este pueblo, cansado de la imposición dura de un sólo dios y de su marcha infructuosa por el desierto se reveló contra su dios y mató a su representante.

Para Freud esto fue vivido como un trauma por el pueblo judío y, como tal, ignorado, olvidado, reprimido, adoptando un nuevo dios con las características contrarias a las de Moisés, eligieron como dios único, a uno terrible, volcánico, pero que no exigía la renuncia instintual a la que estaban sometidos con Moisés. Pero, como todo trauma, éste regresa a pesar de la represión y, en el pueblo judío, el retorno de lo reprimido da lugar a una solución: se fusionan los dos dioses, se establece un nuevo pacto, se aceptan las leyes y restricciones transmitidas por Moisés, quedando establecido así, el judaísmo.

Creencia y Verdad


Creer es dar algo por verdadero, creer, entonces, tiene relación con la verdad, con la verdad para un sujeto, con esa verdad que para Lacan tenía estructura de ficción. Por ejemplo, en el “caso Juanito” de Freud.

En el denominado “Caso Juanito”, Freud descubre que cualquier niño sea varón o mujer, sostiene que su mamá tiene un “hace pipi”, pero, además, Juanito dice que su hermana tiene uno, Jean-Michel Vappereau se pregunta: ¿Por qué niega lo que ve, es decir, que la hermanita no lo tiene? (3) y desentraña la lógica de la afirmación de Juanito. Primero, Juanito no dice: todo el mundo tiene un pene; dice algo mucho mejor: mi hermanita o mi mamá tiene un pene, porque es humana. “Tiene uno porque si se trata de ser humano, es necesario que lo tenga.” Ahí opera una “creencia” que se basa en la renegación o desmentida (Verleugnung), como en el fetichismo, en el que se cree en la inexistencia del peligro de castración elevando al fetiche como sustituto del pene, es decir, se afirma y al mismo tiempo se niega, lo que da lugar a que la “creencia” caiga en el lugar de la duda. La ambivalencia de la afirmación y la desmentida operan también en el enamoramiento, se desmienten todas las oscuridades y “defectos” del objeto de amor. De igual manera pasa con la locura (no hablamos aquí de la “psicosis”, más propiamente, un concepto de la clínica) y el desconocimiento que implica, donde el desconocimiento no es el no conocimiento, sino conocer algo pero no reconocerlo, “desconocer es conocer y rehusarse a reconocer” (4), que se relaciona plenamente con la “creencia” del loco: “creerse alguien”, “tomarse por alguien”, de ahí la afirmación de Lacan: ¡todos los hombres deliran! Todos los hombres creen en el signo como lo que remite a la Cosa. La creencia queda del lado del sujeto.

La verdad de la idea de un dios único que trae Moisés al pueblo judío, el paso de un henoteísmo a un monoteísmo de forma avasalladora, no puede ser explicada tan fácilmente. Una primera aproximación sostiene, que los creyentes en un dios único afirman que la idea de un dios único tiene un efecto dominante porque traduce una “verdad eterna”, largo tiempo oculta y que, al salir a la luz, arrastra a los demás dioses.

Freud, al oponerse a este argumento, realiza la primera versión analítica de la verdad como ficción, dice que no se ha demostrado que el intelecto humano tenga una inclinación para la verdad, tampoco que tenga afición a reconocer la verdad, más bien, al contrario, el intelecto humano se extravía constantemente y la verdad siempre se subordina a los deseos y a las ilusiones. Si bien, la tesis de los creyentes parece aceptable no lo es desde el punto de vista de la “verdad material” sino desde el punto de vista de la “verdad histórico-vivencial”. 

Esto es: no creemos que hoy exista un único gran dios, sino que en tiempos primordiales hubo una única persona que entonces debió de aparecer hipergrande, y que luego ha retornado en el recuerdo de los seres humanos enaltecida a la condición divina.” (5)

En el pueblo judío entonces, algo despertó, pero no era la idea primordial de dios, sino la vivencia de las épocas primordiales de la humanidad que dejó huellas imborrables, así como en los individuos aparecen los efectos de las primeras impresiones recibidas (de ahí el neologismo lacaniano: troumatisme que condensa traumatisme, trauma y trou, agujero) como compulsión inconsciente, la idea de un dios único era un efecto que uno se ve precisado a aceptar como recuerdo.

Una idea así tiene carácter compulsivo, es forzoso que halle creencia. Hasta donde alcanza su desfiguración, es lícito llamarla delirio; y en la medida en que trae el retorno de lo pasado es preciso llamarla verdad. También el delirio psiquiátrico contiene un grano de verdad, y el convencimiento del enfermo desborda desde esa verdad hacia su envoltura delirante.” (6)

Creencia, delirio, verdad, he aquí tres significantes que Freud relaciona en un solo párrafo.

Fe y creencia


Freud, que quiere esclarecer, contra todo prejuicio, la imagen de Moisés y con él la fe judía, analiza la frase del Deuteronomio que contiene la exclamación de esta fe: “Shema Jisroel Adonai Elohenu Adonai Ejod” (E-Sword). Freud traduce irónicamente, atendiendo al parecido fónico entre Adonai (señor) y Aton, o Adonis: “Escucha Israel, nuestro dios Aton (Adonai) es el único Dios”. Unas páginas antes, había escrito refiriéndose al primer monoteísmo egipcio, que la fe en un solo dios lleva, inevitablemente, a la intolerancia religiosa desconocida en la antigüedad antes de esto.

Si la creencia queda del lado del sujeto, la fe hace existir al Otro, otorga una garantía, la fe es la confianza en un nombre, en el texto freudiano sobre Moisés, la fe es confianza en un solo dios, algo que lo hace existir usándolo; primero, frente a los otros dioses egipcios, aunque el reinado de Akhenaton sólo duró 17 años; después, alentando a un pueblo a buscar una tierra prometida, la promesa como don de ese dios único.

Moisés, oriundo de la escuela de Ikhnatón [Akhenaton] no se serviría de otros métodos que el rey: impartiría órdenes, impondría su fe al pueblo.” (7)

Si la “locura es creer en el propio nombre” (8), lo cual corresponde a la creencia delirante en el yo (moi), la fe es servirse de él, hacer algo con él, eso hizo Moisés, con su fe en un dios solitario y terrible, inventó una creencia, convenció a un pueblo, construyó el judaísmo.

La fe es un modo distinto de tratar con la verdad, en el judaísmo esa verdad tiene que ver con la alianza, con el pacto, es hacerse cargo de un don, para ello no bastaba que Moisés asegurase a sus seguidores que eran el pueblo elegido, tenía que probárselos, en eso consistió el Éxodo de Egipto. “El presente de Dios (entendido como don) no se presenta (en el modo del ahora). A esto impresentable, [Jean-Luc] Marion le da el nombre de distancia.” (9)

La fe es distancia, por eso el dios de Moisés no quiere sacrificios o ceremoniales, “sólo demanda fe y una vida en verdad y en justicia” (10). Por eso Colette Soler pudo escribir respecto al Rousseau de la pedagogía, algo que también podría aplicarse a Moisés: “No es el discurso de un creyente, sino el de un maestro de la fe. Quizá sea el caso de toda profesión de fe. Es menos intérprete que autor del texto, menos profeta que oráculo, en una palabra: menos feligrés que fundador de una religión.” (11)

Las trampas de la fe


Al comenzar su tercer ensayo, titulado: Moisés, su pueblo y la religión monoteísta, publicado varios años después de los dos primeros, Freud escribe:

Hallé la más amistosa acogida en la bella, libre y generosa Inglaterra. Aquí vivo ahora como huésped bien visto, y he cobrado el aliento, pues aquella opresión se ha quitado de mí y ahora vuelvo a tener permitido hablar y escribir —casi estuve por decir: pensar— como quiero y debo. Oso pues dar a publicidad la última parte de mi trabajo.” (12)

Dice después, que gentes amables le han manifestado su interés por la seguridad de que goza y otras “personas desinteresadas” le han enviado cartas en las que se empeñan en la salvación de su alma y le ilustran sobre el porvenir de Israel. A pesar de todo esto, Freud sostiene:

Las buenas gentes que así me escribían acaso no supieran mucho sobre mí, pero mi expectativa es que cuando este trabajo sobre Moisés se conozca entre mis nuevos compatriotas, a través de una traducción, perderé sin duda bastante de las simpatías que cierto número de otras personas han mostrado hasta ahora.” (13)

Así pues Freud, no cae en esa trampa de la fe en el prójimo, cuando más toma precauciones, pero igual continúa su labor esclarecedora. En este tercer ensayo de su “fantasía filosófica”, nos traza uno de sus esquemas más conocidos sobre la neurosis: 

Trauma temprano—defensa—latencia—estallido de la neurosis—retorno parcial de lo reprimido

Pero nos invita a suponer aplicarlo al género humano, es decir, que un “contenido sexual agresivo” dejó una secuela, una huella, que después fue olvidado, permaneció latente un periodo largo de tiempo y luego retornó como síntoma.

Freud plantea entonces, la similitud del fenómeno religioso con una neurosis ordinaria, es decir, del retorno de lo reprimido, el síntoma y el sujeto divido. Para Freud, existe un conflicto entre el principio de realidad y el principio de placer, en otras palabras el conflicto entre la pulsión y el proceso civilizatorio, la fe hace surgir al Otro, al de la civilización, pero para ser reconocido por este Otro de la civilización, el sujeto debe paga un precio: ceder parte de su goce; esta dependencia del sujeto está sostenida por la fe, es su trampa.

Así, se fragmenta la imagen narcisista del sujeto, es su división, la fe en el Otro hace que un significante represente al sujeto para otro significante, lo convierte en sujeto de la falta, en deseante, se le ofrece el sustituto del símbolo.

Corolario: “Sólo un dios puede salvarnos


En 1966 la revista Der Spiegel, entrevistó a Martin Heidegger, a pedido de éste, recién se publicó después de su muerte, en mayo de 1976, con el título: Sólo un dios puede salvarnos aún (14). Ante la pregunta sobre el arrollador triunfo de la técnica y la posibilidad de que el individuo o la filosofía puedan conducir una defensa frente a ese avance, Heidegger contesta:

“[…] la filosofía no podrá provocar un cambio inmediato de la situación actual del mundo. Y eso no se refiere solamente a la filosofía, sino a toda clase de reflexión y aspiración meramente humanas. Sólo un dios puede salvarnos aún. Como única posibilidad nos queda la de preparar en el pensar y en la poesía, una disposición a la aparición de este dios, o a su ausencia en el derrumbe: para que sucumbamos frente al dios ausente.

Heidegger se adelantaba así al Otro que no existe [cf. El Otro que no existe o ¿la declinación del Nombre del Padre?], la fe todavía sería una respuesta, infructuosa, un deseo de que aparezca, un deseo de su presencia como don, como diferimiento. Freud, como Peter Sloterdijk (15) después, pensaba en salir de la dependencia del mito del Génesis, su crítica en forma de “fantasía filosófica” de la imagen de Moisés va por esa vía, en el tiempo de Freud, las explicaciones sagradas de las verdades reveladas impedían el avance del pensamiento sobre el hombre, lo subordinaban a la explicación teológica. Ahora —sostiene Sloterdijk— las teorías que piensan al hombre lo hacen sin el bloqueo teológico, pero todavía piensan al hombre como producto, ya no de la voluntad de un dios, sino de las fuerzas denominadas históricas o culturales, sin llegar a “salir fuera, al claro del Ser” (16).

Freud lo habría intentado, “salir fuera, al claro”, quizá no lo consiguió, pero lo intentó, intentó saber “[…] cómo se produjo el relámpago con cuya luz el mundo pudo aclararse como mundo.” (17). El método que piensa Sloterdijk, quizá también le sirvió a Freud en su construcción de la metapsicología:

“[En] ningún caso se debe suponer al «hombre» para luego de algún modo reencontrarlo en niveles prehumanos. Tampoco se puede suponer un mundo abierto y dispuesto para el hombre, como si sólo hubiera que esperar a que un mono se tome la molestia de llegar hasta él como un viajero a la estación central, aquí la del claro.” (18)

Notas


(1) Sigmund Freud. Moisés y la religión monoteísta. Trad. José L. Etcheberry. (Buenos Aires: Amorrortu Editores; 1991). V XXIII. Pág. 7
(2) Peter Sloterdijk. Sin salvación. Trad. Joaquín Chamorro Mielke. (Madrid: Ediciones Akal; 2011). Pág. 101
(3) Jean-Michel Vappereau. ¿Es uno… o, Es dos? (Argentina: Ediciones Kliné; 1997). Pág. 29
(4) Ibídem, pág. 20
(5) Sigmund Freud. O. C. Pág. 124
(6) Ibídem. Pág. 125
(7) Ibídem. Pág. 45
(8) Marcelo Barros. Intervención sobre el nombre del padre. (Buenos Aires: Grama Ediciones; 2014). Pág. 22
(9) Catherine Malabou. El porvenir de Hegel: plasticidad, temporalidad, dialéctica. Trad. Cristóbal Durán. (Buenos Aires: Editorial Palinodia, Ediciones La Cebra; 2013). Pág. 182
(10) Freud. O. C. Pág. 49
(11) Colette Soler. La aventura literaria o la psicosis inspirada. Rousseau, Joyce, Pessoa. Trad. Louise Boland. (Medellín: Editorial No Todo; 2003). Pág. 33
(12) Freud. O. C. Pág. 55
(13) Ibídem.
(14) Der Spiegel 23, mayo de 1976. Pág. 3. Trad. Freddy Téllez y Elviera Bobach.
(15) Peter Sloterdijk. O. C.
(16) Ibídem. Pág. 100
(17) Ibídem. Pág. 101
(18) Ibídem. Pág. 102