Los
poderes de la sexuación
Comentario
al libro: “La autorización de sexo” de Silvia Amigo
Autor: Marco Antonio Loza Sanjinés
“Estas líneas aproximan como hipótesis —sin que esta
hipótesis suponga agotar ese enigma— que toda escritura parece estar hondamente
relacionada con la posibilidad femenina de hacer la letra de amor.”
Silvia Amigo. La autorización de sexo.
Introducción
Leer
retroactivamente, “aprés-coup”, nos lo
enseñó Jacques Lacan, que es como un viaje a la semilla, al nudo de todo nudo: lalengua. Así es como Silvia Amigo lee la obra
de Lacan dedicada a la sexuación.
Para
la psicoanalista Silvia Amigo, la diferencia sexual es «real» (en el sentido
lacaniano del término, el de la tríada: Real, Simbólico, Imaginario), lo que
constituye una de las tesis centrales de su libro: «La autorización de sexo» (1). Pero también
constituye una respuesta a las proposiciones hoy en día muy actuales que parten
del postulado de la “construcción discursiva” del sujeto sexuado, por ejemplo en
las importantes intelectuales del feminismo contemporáneo, como Judith Butler
(2) que cita a Luce Irigaray cuando sostiene que la diferencia sexual no es un
hecho, como tampoco es la “ineludible presencia
de lo «real» del vocabulario lacaniano”. Para Irigaray, la
preocupación por la diferencia entre los sexos es una preocupación actual,
“pertenece a los tiempos actuales”, es una pregunta que no sólo marca a la
modernidad, sino “la cuestión” que provoca la investigación feminista, es una
pregunta de “nuestros tiempos”, una pregunta que para el feminismo carece, por
el momento, de respuesta, dado que el feminismo filosófico es contraria a la
famosa “protesta” femenina elaborada desde el psicoanálisis.
Tomemos
un ejemplo: la noción de “género” (tan caro a Marta Lamas, teórica del
feminismo que podríamos llamar “cultural”) (3), como una construcción
discursiva de los roles femeninos y masculinos, de la que no podemos decir que
pertenece al campo de las normas o del registro simbólico, pues la “norma” no
es exactamente la “posición simbólica”; Luce Irigaray, siguiendo en este punto
a Lacan (luego lo criticará duramente, romperá con él, por su lado Lacan
llamará “basura” a su famoso libro: Speculum. Espéculo de la otra mujer) se pregunta si el “sexo”
masculino es “el” sexo, el que inaugura una aproximación cuantitativa al sexo,
para Irigaray el sexo es una categoría lingüística que se sitúa entre lo
biológico y lo social. “Por tanto, «el sexo que no es uno» es la feminidad entendida
precisamente como aquello que no puede ser expresado mediante un número.” (4)
Ahora
bien, Silvia Amigo en: La
autorización de sexo, para quien estas lecturas no le son desconocidas,
prefiere, sin embargo, dialogar con la obra de Jacques Lacan.
Autorizarse hombre o mujer
Como muchos significantes en Lacan “autorizarse” adquiere una dirección
diferente y un peso específico que necesita elucidación, cuando Lacan lo ubica
junto con “psicoanalista”, (“l’analyste
ne s’autorise que de lui-même” o "El analista solo se autoriza a partir
de él mismo ") ha dado lugar a un interminable debate que sigue hasta hoy,
paralelamente, Silvia Amigo nos recuerda que Lacan utiliza ese vocablo cuando
habla de la asunción de una identidad sexual, la psicoanalista lo localiza en
el Seminario XXI: Les non-dupes
errent, en el que Lacan indica que, como en la
autorización de analista, no hay en el Otro una indicación de la identidad
sexual a asumir, de ahí esa pregunta fundamental que se dirige al Otro: ¿soy
hombre o soy mujer? O, esa que hace el sujeto femenino a la madre: ¿Cómo se es
mujer? ¿Cómo goza una mujer?
Este
acto subjetivo, el de autorizarse de sexo, implica que ya el sujeto ha logrado
las «tres identificaciones»:
1.
La identificación primaria, esa que está ligada a la pulsión llamada oral, en
el que el objeto es incorporado, aniquilado, devorado, objeto que por lo tanto
desaparece.
2.
La identificación a un rasgo, en el que el yo toma un sólo rasgo del otro,
amado o no amado, con lo que produce un afecto.
3.
La identificación imaginaria frente al otro, sin intervención de lo simbólico,
Freud propone el famoso ejemplo de la muchacha del pensionado identificándose
con la reacción de otra que ha recibido una carta de amor.
Para
Silvia Amigo, existe además, una cuarta identificación: la identificación al
propio síntoma, pero conciliando el “atravesamiento del fantasma” postulado
como fin del análisis por Jacques Lacan en la Proposición del 9 de octubre de
1967.
El “sí mismo” (lui-même,
con todos los reparos que se conocen a su traducción, por
ejemplo en: El
"afecto" del analista
de Michel Sauval,
en Acheronta Nro 27), no significa para Silvia Amigo, ni
autosuficiencia ni autogestión del sujeto, ya que no es lo mismo padecer un
síntoma que identificarse a él.
Así,
la autorización de analista pasa por identificarse al síntoma logrado, por
supuesto, después de un análisis personal ante otro. Posteriormente sobrevendrá
el “deseo de analista”, es decir, hacer de semblante del objeto a para que otros
puedan recorrer el camino que lo llevó a él a la cura.
La
autora nos recuerda que Lacan, formaliza las diferencias sexuales en su
Seminario de 1972-1973 Encore, sin
recurrir a la biología ni a las teorías feministas para las que toda diferencia
sexual y sus identidades están construidas por la cultura, con todo su
vaciamiento simbólico.
El
“autorizarse”, para la autora significa que, en su singularidad, el sujeto ya
no elegirá en función del Otro (deseo del Otro), sino como “avatar singular”
[…] “hacer argumento a la función fálica no dependerá substancialmente del
Otro” (Silvia Amigo, pág. 16). Por eso es imposible predecir si un sujeto con
una historia familiar tendrá una identificación femenina o masculina.
El sexo y la grieta
Si
autorizarse queda elucidado a partir de autorizarse analista, queda comprender
lo que quiere decir “sexo”, que proviene del latín “sectum”, “cortado o seccionado” que, en el psicoanálisis
freudiano, se interpreta como los “dos módulos reales del inconsciente
alrededor de los cuales se urde la trama de representaciones” (Ibídem): sexualidad y muerte. En este trance el parlêtre
encuentra algo que contrarresta la angustia que le provoca el sectum, el sexo: el goce. Modo de goce que es
bien diferente si se trata de un hombre o de una mujer, modo de gozar que viene
como “retribución”.
Silvia
Amigo considera que la diferencia sexual no es prediscursiva como sostiene la
biología, ni un producto cultural o social, sino real. Es real porque implica
un imposible, un fracaso, el parlêtre es
un cuerpo que habla, está escindido (esto es el sectum)
por el significante, no hay allí entonces, sino un significado que compensa ese
fracaso. El real de la ciencia (por ejemplo el de la biología) es algo que
funciona, el real del psicoanálisis es, por el contrario, lo que no funciona,
lo imposible, lo que «no cesa de no escribirse»
(J. Lacan), negación redoblada. Por eso, nos dirá Silvia Amigo, el autorizarse
de sexo, no es enteramente dependiente del Otro, consiste en fallar en suturar
la grieta de dos formas posibles: masculina y femenina; que son, al mismo
tiempo, dos maneras de gozar.
Los
dos sexos (Lacan se preguntaba ¿por qué sólo dos y no tres?), se diferencian
por —apenas— una “pequeña diferencia anatómica”, pero si seguimos sólo a esta
“pequeña diferencia”, continuaríamos en la biología, el psicoanálisis sostiene
que hay sujeto, sujeto sexuado. El pene
(la pequeña diferencia) viene a representar la existencia del falo como significante, existe el falo para
todo ser hablante, más allá de su sexo biológico, toda sexuación responde a la
función fálica. Pero, he aquí la clave de toda la “cuestión femenina”, allí
falta el significante de la mujer que debería ser la negación de la función fálica. Esta “falla” es,
también, el sectum, la “grieta”, el
“corte” de la mujer. (5)
“Pareciera que la hendidura del genital femenino
hiciera presente de modo particularmente oportuno a ese concepto. Hay algo tan
atractivo como abismal en el sexo. Ante su visión el varoncito entra en un
movimiento espontáneo de renegación,
afirmando que su portadora ha sufrido un castigo, o que «ya le crecerá». La
niña corre el peligro de caer en la envidia del pene, la cual querrá reparar
con el amor del padre” (Silvia Amigo, pág. 17)
Tener o no tener el falo
Lacan proponía en “La significación del falo”, la distinción entre ser
o tener el falo como división de los sexos, posteriormente intenta formalizarlo
utilizando las funciones proposicionales en sus “fórmulas de la sexuación” del
seminario Encore y en su último texto escrito L’étourdit. Lo que Lacan intenta hacer es
conciliar la doctrina clásica de la fase fálica y el complejo de castración,
mediante lo simbólico. Lo primero que hace Lacan, es elevar el órgano al rango
de significante: Φ (x), para esto Lacan utiliza el concepto de
función de Gottlob Fregue, donde x,
denominado “argumento”, es indeterminado e incluso puede
no existir y está condicionado por Φ. Después, plantea un V x
(para todo x) Φ (x), es decir, que cualquiera sea x, si se inscribe en la
función fálica, satisface la función y su valor de hombre, este es el fin del
Edipo para el varón, quedando del todo identificado a los emblemas paternos, es
el “todo” universalizable. En cambio, para la mujer propone el matema: -(Ǝx Φ (x)) (no existe un x, tal que: negación de Φ (x)), esto es una inexistencia, el
“no-todo” femenino.
Lacan
ha logrado con estas fórmulas de la sexuación separar la constitución biológica
del cuerpo y el lenguaje como estructura del inconsciente, Freud descubre que
la diferencia anatómica entre los sexos está reducida a tener o no tener el
falo, de ese modo el parlêtre —para
Lacan— debe elegir su sexuación más allá de su anatomía, debe elegirla en el
lenguaje, entre dos significantes opuestos: tener o no tener el falo.
“Esto retrotrae a toda la discusión con Freud según el
cual la mujer no concluiría la disolución del complejo de Edipo, porque no
tendría el órgano con el cual se la podría amenazar para la castración. Lejos
de constituir un minus, tal como se ofuscan las feministas, da ocasión a
que ellas tengan una facilidad, una souplesse mayor para
salirse del posible imperio, asfixiante, de un todo del símbolo. Lejos de ser
seres «inferiores» las mujeres pueden devenir, al decir de la ingeniosa Joan
Copjec, «el flagelo de la horda»”. (Silvia Amigo, pág. 67).
Aquí
detenemos nuestra lectura del libro de Silvia Amigo, del que hemos seguido
apenas uno de los hilos conductores del rico tejido que compone, ella contiene
los nudos lógicos que llevaron a Lacan al desarrollo de las fórmulas de la
sexuación, sus dialogo con lógicos como Russel o su avance contra Aristóteles.
Notas
(1)
Silvia Amigo. La autorización
de sexo. (Buenos aires: Letra Viva; 2014)
(2)
Judith Butler. ¿El fin de la diferencia sexual?
En: Deshacer el género.
(Barcelona: Paidós; 2006). Pág. 247
(3)
Marta Lamas. Cuerpo:
Diferencia sexual y género. (México: Taurus; 2006)
(4)
Judith Butler. Obra cit. Cap. 3 El reglamento del género. Pág. 71
(5)
Al respecto Eugénie Lemoine-Luccioni, sostiene:
«¿Qué es lo que pasa en el hombre? Él tiene su órgano
sexual y, en general no lo pierde, salvo que lo castren, lo que no es nada
frecuente. Tiene, simplemente temor a perderlo; cree que ha sido amenazado,
incluso cuando no lo ha sido; para él lo que está en juego es la pérdida de una
parte de sí mismo. […]. Para la mujer, todo ocurre de manera muy diferente;
siempre tiene pares de ella misma que se van de su cuerpo, que se separan de
ella. Y más aún, al separarse ella de su madre, al nacer, es vivida por su
madre y por ella misma, como una parte de esa madre que se desdobla porque ella
es la misma que su madre. […] Tal parece ser la asimetría
fundamental del desarrollo libidinal del hombre y de la mujer, desde su raíz.»
La mujer en el psicoanálisis.
(Barcelona: Editorial Argonauta, 1990). Pág. 63