El sacrificio de Isaac. Caravaggio, 1603. Galería Uffizi |
El Otro que no existe o la ¿declinación del Nombre-del-Padre?
Autor: Marco Antonio Loza Sanjinés
“En varias ocasiones vemos a los amigos de Don Quijote
simular la locura para curar a su vecino de la suya; se lanzan a perseguirlo,
se disfrazan, inventan mil hechizos y se elevan, grado a grado, hasta la cima
de la extravagancia en la que les ha precedido el héroe. Ahí es donde Cervantes
les ha dado cita. Se interrumpe un instante y finge asombrarse a la vista de
esos médicos tan locos como su paciente.”
René Girard. Mentira
romántica y verdad novelesca
Introducción
El
Nombre-del-Padre, es uno de los conceptos —en el sentido hegeliano (1)— más
importantes de Jacques Lacan, quien nos dejó, de una vez y para siempre, el
gran misterio de su seminario dedicado a «Los Nombres del Padre». La obra en
progreso (work in progress) del
pensamiento lacaniano (“pensamiento”, ya que se trata de una “orientación”),
proseguido con desigual fortuna por muchos de sus “seguidores” o
“continuadores”, la “disancia” lacaniana (J-A Miller dixit) o la otra, más creativa, se deslizan (Lacan utiliza la
palabra Glisser, deslizar, en las pocas
veces en que quiere expresar que ha cometido un error) (2),
en la actualidad, por diferentes caminos.
La
Asociación Mundial de Psicoanálisis va alejándose de los “nudos” del último
Lacan y se dirige hacia las configuraciones de lo Real. Los de la École Lacaniene de la Psycanalyse, se
concentran en el estudio de los puntos clave de la obra de Lacan: “no hay
relación sexual”, el “no-todo”, “el objeto a”, etc. Colette Soler de los “Foros
de Psicoanálisis”, va casi en solitario con sus propios temas. Todos, por
supuesto, autorizándose en el linaje de Jacques Lacan, ahora bien, hay
verdaderas desviaciones —diríamos, sin mucho convencimiento del uso de esté
término— como por ejemplo las elucubraciones de Slavoj Zizek o la de Jean
Allouch cuando quiere hacer que el Psicoanálisis devenga (respondiendo a Michel
Foucault) en un «ejercicio espiritual»: el “Spycanálisis” (3).
Dentro
de estas múltiples rutas que conforman, en conjunto, una especie de laberinto,
existen algunos hilos de Ariadna que pueden guiarnos hacia el Minotauro
(¿Lacan?). En otras versiones del mito, en lugar de un ovillo, Ariadna le había
dado a Teseo una corona luminosa y gracias a su luz había encontrado el camino
en el oscuro laberinto (4).
El Nombre-del-Padre
Una
de las hebras del ovillo con la que podemos transitar por el laberinto,
persiguiendo su centro, es el Nombre-del-Padre que ahora está siendo
cuestionado, junto con el Edipo con el que guarda una extraordinaria relación,
se habla por ejemplo, de una “Histeria sin Nombre-del-Padre” (5).
En
la única sesión del seminario siempre faltante —lo que siempre falta, funda el
deseo— Jacques Lacan comienza con las indicaciones precisas para acrecentar el
agujero que produce en su enseñanza que, hasta ese seminario, llevaba diez
años, tiempo en el que había ido reuniendo todos los materiales para hablar de
los “Nombres del Padre”, en plural, título en el que escuchamos el eco de los
múltiples nombres de Dios del judaísmo. Quien tiene múltiples nombres en
realidad no posee ninguno, de ahí: «soy el que
soy», lo inefable. “El despiadado Dios que no se nombra” (6).
Lacan
nombra los materiales que debía utilizar para desarrollar su seminario Los
Nombres del Padre, elementos que —a partir de esa introducción— produjo y sigue
produciendo una esforzada búsqueda de construir lo que hubiera desarrollado
allí. Lacan dice:
“Este año pretendía enlazar para ustedes los
seminarios de los días 15, 22 y 29 de enero y 5 de febrero de 1958, que se
refieren a lo que llamé la metáfora paterna, mis seminarios del 20 de diciembre
de 1961 y los que siguen, referidos a la función del nombre propio, los
seminarios de mayo de 1960 que se refieren a lo concerniente del drama del
padre en la trilogía claudeliana, finalmente el seminario del 20 de diciembre
de 1961, seguido por los seminarios de enero de 1962 referidos al nombre
propio.“ (Lacan, De Los
Nombres del Padre) (7)
Al
final de ésa única sesión del seminario Los Nombres del Padre del 20 de
noviembre de 1963, Lacan anuncia que no dejará a sus oyentes sin pronunciar por
lo menos uno de los nombres del padre, del que, además, se desprende la
argumentación de la utilización del plural.
Se
trata —dice— del primer nombre con el que hubiera introducido la incidencia que
tiene la tradición judeocristiana en el psicoanálisis y en la determinación del
padre desde el dios de Moisés, (Lacan había aprendido hebreo el año anterior).
Sin embargo, Lacan, no sólo pronuncia el primer nombre, sino otros más: «Shem», que sostiene que en realidad no tiene
una sola pronunciación y que significa “El Nombre”; «Elohim», que es el que habla desde una zarza ardiendo y dice: «Soy el que soy»; «El Shaddai».
Soy, de acuerdo con Lacan,
convoca a un enjambre, es un “séquito”, Soy es sólo para los oídos de Moisés, pues dios no se
presentó con este nombre a sus antepasados, hubieron otros nombres, en plural,
que Lacan debía elucidar en el seminario faltante. Lacan toca, entonces, en el
punto exacto donde su enseñanza entrará en otro espacio, uno tocado, a su vez,
con su “excomunión” (Cf. La Introducción a Los
cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis), pero no sin antes
adelantarnos que un dios tal como lo refiere Pascal que apuesta a su existencia
(Le pari de Pascal) (8), se encuentra en
lo real, por tanto es inaccesible, es lo que no engaña, la angustia. La
experiencia de dios es la angustia, encontramos aquí, las voces que hablan
desde la Teología Negativa
de la edad media al que Lacan apelará más tarde en otros seminarios.
El
dios de Abraham, de Isaac y de Jacob es el dios en lo real, no el de la
filosofía, es el que se dirigió a estos con un nombre impronunciable: El Shaddai, que los griegos tradujeron por “Theos que es el nombre que dan a todo lo que no
traducen por señor, Kyrios, que se reserva al Shem, es decir, al nombre que no
pronuncio” (Lacan. De los Nombres del
Padre, pág. 93)
El Shaddai
es el que crea todas las cosas y, al mismo tiempo, el que pronuncia el lazo de
la alianza, es el mismo que, al tiempo que manda sacrificar a Isaac, determina
—in extremis— su reemplazo por el
cordero, sus designios no mueven a la duda sino al cumplimiento. El Shaddai
había sacado a Abraham de sus pares y de sus hermanos y quien manda a
sacrificar a su hijo Isaac pero, en el momento preciso, manda a un ángel a que
detenga su mano y manda reemplazar a Isaac con un cordero con lo que crea una
alianza.
“El Shaddai es el que elige, el que promete y hace pasar por su
nombre cierta alianza que solo se transmite por la baraka paterna. Es también quien hace esperar un hijo a una
mujer hasta los noventa años y quien hace esperar otra cosa más, como les
hubiera mostrado.” (Lacan, De los
Nombres del Padre, pág. 97)
He
ahí un padre: el que perversamente, (père-versión,
padre-versión, versión-hacia-el-padre) hace de una mujer la causa de su
deseo. Pero, también, un padre está en el momento de la caída de un sujeto, le
transmite cierta ética, pone un límite a su caída, promueve una alianza con lo
real del goce, el padre es el que separa el goce del deseo. “Henos aquí con un hijo y, después, dos padres.”
(Lacan. De los Nombres del Padre. Pág.
98)
“¿Esto
es todo?”, se pregunta Lacan, llevándonos a los cuadros de Caravaggio: “El sacrificio de Isaac”, nos
presenta la cabeza del carnero que, según el comentario de Rashi, un rabino del
siglo XI, se trata del carnero primordial, es el antepasado de la raza de Sem
que une a Abraham con los orígenes. El carnero se precipita al sacrificio en
lugar de Isaac, sustitución que marca la división entre el goce de Dios y su
deseo. “Aquello cuya caída se intenta provocar
es el origen biológico. Esa es la clave de misterio (…)”. (Lacan, De los Nombres del Padre. Pág. 100)
¿No
nos recuerda esta “caída del origen biológico”, la “caída del cuerpo” que
celebrará como solución en Joyce, en el Seminario XXIII, El Sinthome?
La inexistencia del Otro
Lacan
enuncia en el Seminario VI, “El
deseo y su interpretación”:
“Ése es, si me permiten, el gran secreto del
psicoanálisis. El gran secreto es: no hay Otro del Otro.” (Lacan, El deseo y su interpretación. Pág. 331)
En
el contexto de su análisis de Hamlet de Shakespeare —que Lacan sitúa como
equivalente al Edipo de Sófocles tomado por Freud—, de aquel sujeto que, a
diferencia de Edipo, sabe lo que tiene que hacer: matar a Claudio. Pero, si
Edipo no sabe, ignora lo que tiene que hacer y por tanto se muestra decidido en
el cumplimiento de su destino, Hamlet, en cambio, lo sabe, conoce lo que tiene
que hacer, le da vueltas, se demora, aguarda (Lacan distingue las palabras que
Freud emplea en “Inhibición, síntoma y angustia”:
abwarten, esperar, de Erwarten, estar esperando), Hamlet es la
exposición del obsesivo en el que el deseo cumple la función de obstáculo.
Lacan
se pregunta: “¿Qué puede significar que el
deseo tenga aquí, con respecto a la acción, la función de un obstáculo?”
(Lacan, El deseo y su interpretación.
Pág. 325)
El
deseo como obstáculo se muestra en Hamlet, en el hecho de que sabe que debe
matar a Claudio y que ese homicidio es justo, pero que esto lo confronta con su
propia muerte. Aquí es donde Lacan emplaza al sujeto, este análisis le ha
servido para dar cuenta del sujeto del inconsciente, aquél que es fruto de la
articulación significante, pero los significantes se encuentran en un lugar,
que es “el lugar donde se sitúa la palabra”
(Lacan, El deseo y su interpretación.
Pág. 326), es el lugar donde la palabra se dispone en un orden, el orden del
lenguaje, con su sintaxis y su gramática, allí se encuentra la verdad de lo que
se dice, entre un emisor y un receptor (el emisor recibe su propio mensaje de
forma invertida), allí se instaura este tercero como “el orden de la verdad” (Lacan, ibídem), ése es el lugar del Otro
(A) con mayúscula.
Ahora
bien, Lacan sostiene que siempre que alguien habla se dirige a este Otro, como
garante de la verdad del discurso, “aunque sea
mentirosa”, es al que el sujeto dirige la pregunta: “¿qué quiero?”, pero su
apelación más exacta le viene a partir del Otro: “¿qué me quieres?”. Lacan dice:
“En efecto, la palabra hace algo que se distingue de
todas las formas inmanentes de captura de uno con respecto al otro, ya que
instaura un elemento tercero, a saber, ese lugar del Otro en el cual, aunque
sea mentirosa, ella se inscribe como verdad. Nada equivale a esto en el
registro imaginario.” (Lacan, El deseo y
su interpretación. Pág. 326)
En el
sintagma que utiliza Lacan: “aunque sea
mentirosa” se encuentra la reducción del Otro a un semblante, por eso
tacha al Otro (A, barrado), porque, aunque es el lugar de la palabra “el conjunto del sistema de los significantes, es
decir, de un lenguaje” (Lacan, El deseo
y su interpretación. Pág. 331), justamente el que llamamos “materno”, en
él nada contesta a la pregunta del sujeto: “¿Qué
quiero?” El sujeto del psicoanálisis que habla se distingue así, del
sujeto cartesiano, ya que se piensa desde el lugar del Otro. “De ello resulta que soy diferente de aquel que piensa
Yo soy.”
“No hay Otro del Otro”
significa que: “No hay en el Otro ningún
significante que pueda en este caso responder por lo que soy” (Lacan, El deseo y su interpretación. Pág. 332)
El
significante faltante en el Otro es lo que el sujeto sacrifica por entrar en el
lenguaje y que tiene que ver con la castración, que es la interdicción del
goce, con lo que se pierde esa función significante denominada falo. “El falo es eso que se sacrifica del organismo, de la
vida, del empuje vital, y que resulta simbolizado” (Lacan, El deseo y su interpretación. Pág. 332).
Recordemos en este punto, la imagen del sacrificio de Isaac. El falo es un
significante, es el “significante destinado a
designar en su conjunto los efectos del significado, en cuanto el significante
los condiciona por su presencia de significante” (Lacan, Escritos II,
670).
El
Otro no existe, pero existe el semblante que ocupa el lugar de la verdad, el
Otro, al hacer semblante, sólo proporciona el lugar de un lazo, de un acuerdo
entre los que hablan, este lugar del lazo es el del discurso que Lacan ordena
en cuatro y los coloca como el núcleo de todo sistema simbólico, a falta del
Otro como garante del significado, la comunidad de los que hacen lo mismo y,
por tanto, utilizan un “juego de lenguaje”
(L. Wittgenstein) (9), hacen semblante de la existencia del Otro.
Ahora
bien, esta inconsistencia del Otro es estructural, el lenguaje como tal es
inconsistente, no hay metalenguaje, no hay un “más allá del lenguaje” desde el
cual se pueda hablar del lenguaje, si lo hubiera sería necesario que exista
otro lenguaje para hablar de este y así hasta el infinito. No habría límite
hacia arriba, pero sí hacia abajo, como lo demuestra Jacques-Alain Miller en “U o No hay meta-lenguaje” (10), si no hubiera
un límite “hacia abajo”, no habría lenguaje en absoluto, es necesario que haya
un lenguaje único, primordial que no suponga otros, donde no se puede afirmar
nada, no se puede negar nada, inarticulado, donde las palabras responden una a una, a
esta lengua Miller la llama “U” y, es una elaboración que nos acerca a lalengua lacaniana.
La declinación del Nombre-del-Padre
¿La
inexistencia del Otro arrastra también al Nombre-del-Padre?
Lacan
distingue en entre el “Otro de la ley” y el “Otro del lenguaje”. Veamos.
En
el primer tiempo del Edipo (Ver en este mismo
blog: La metáfora paterna y los tres tiempos del Edipo), la madre es uno
con el hijo, es la identificación del sujeto con el deseo de la madre (el
Otro), con el falo imaginario, presupone para el sujeto la satisfacción plena.
En el segundo tiempo, llega el padre como interdictor,
priva a la madre —no al hijo— de su deseo, es el Otro de la ley que es el Otro
del Otro (materno). En el tercer tiempo, el sujeto obtiene la promesa de la
satisfacción plena perdida en el segundo tiempo, es una promesa que carga una
fe, una fe en el nombre propio, porque en el tercer tiempo del Edipo. el padre
es aquel que nombra.
Tener
fe en el nombre no es lo mismo que creer en el nombre, la creencia en la propia
identidad lleva a la infatuación, a la locura de la masa (y hay mucho de ello
hoy en día), la locura es creer en el propio nombre.
El
Nombre-del-Padre, es el “padre
del nombre”, lo dirá Lacan en el Seminario XXIII, El Sinthome y, por tanto, está vinculado a la
fe, la fe en el nombre es lo que nos salva del desamparo, el nombre viene a
fundar un límite a la caída del sujeto, es la autorización a “desviarse” de la
infatuación narcisista.
En
el momento del acto de Abraham, el ángel enviado por dios detiene su mano,
recordemos que dios le da otro nombre: Abram se trasforma en Abraham, letra que
inserta el “tener derecho a” que es la
función del padre de la nominación. El padre es aquel que da pruebas de que
tiene el falo, el símbolo, la ley.
En
el tercer tiempo del Edipo, justamente, se presenta como poseyendo el falo no
como siéndolo, produciendo en la madre un giro que reinstaura al falo del padre
como objeto deseado, esta es la salida del complejo de Edipo, en una salida
favorable se produce la identificación con el padre, a esa identificación se
denomina “Ideal del Yo”,
es lo que nos acerca a la fe, pues el sujeto no hará uso de esta identificación
inmediatamente, sino en un futuro, es la promesa del ejercicio de ésas
funciones (potencia del padre que es también, potencia real, genital), más
tarde, es por otra parte, el mecanismo de la metáfora, en el que la
significación se presentará más tarde.
La
salida del Edipo en la mujer se presenta de manera distinta, es más simple,
ella no se enfrentará con ese tipo de identificación, ni obtiene los títulos de
la virilidad para un uso posterior, por eso dirá Lacan más adelante en su
enseñanza, que la mujer es sin fe. La mujer sabe dónde está eso y dirige sus
pasos hacia el padre poseedor de eso, reconoce al hombre como el que lo posee.
El
padre es el Otro (de la ley) del Otro (la madre), el padre representa “la existencia del lugar de la cadena significante
como ley o se coloca, por así decirlo, sobre ella.” (Lacan, Las formaciones del inconsciente. Pág. 202).
Esto quiere decir, que el discurso del padre en relación con el mensaje de la
madre es un “más allá de la
madre”, es un mensaje sobre un mensaje, es el mensaje de la
interdicción, dice al niño: “No te acostarás
con tu madre”; dice a la madre: “No
reintegrarás tu producto” (Lacan, Las
formaciones del inconsciente. Pág. 208)
“En cierto modo, el mensaje del padre se convierte en
el mensaje de la madre, en tanto que ahora permite y autoriza […] y así el sujeto puede recibir del mensaje del padre
lo que habría tratado de recibir del mensaje de la madre” (Lacan, Las
formaciones del inconsciente. Pág. 211)
Esto
es el Otro del Otro, el Nombre-del-Padre, es decir: el “significante que en el Otro, en cuanto lugar del significante, es el
significante del Otro, en cuanto lugar de la ley”. (Lacan, Escritos II.
Pág. 564)
Ahora,
retomemos el secreto del psicoanálisis que Lacan enuncia en el Seminario VI: “No hay Otro del Otro”. Lacan
se queda ahí, no sigue, no dice que no exista el Nombre-del-Padre, sí dice, en
el Seminario XXIII, El Sinthome:
“La hipótesis del inconsciente, como subraya Freud,
sólo puede sostenerse si se supone el Nombre del Padre. Suponer el Nombre del
Padre, ciertamente, es Dios. Por eso si el psicoanálisis prospera, prueba
además que se puede prescindir del Nombre del Padre. Se puede prescindir de él
con la condición de utilizarlo.” (Lacan. El
Sinthome. Pág. 133)
Es
decir, no se trata de que el Nombre-del-Padre exista o no, sino cómo lo
utilizamos para actuar. Por lo demás hemos visto que la inexistencia del Otro
del Otro, quiere decir que este Otro también está en falta, en él no se
encuentra ése significante que respondería al sujeto en su pregunta
fundamental: ¿Qué me quieres?
Este
impasse, debía ser resuelto en el
Seminario XI, Los Nombres del
Padre, que Lacan dejó después de la lección introductoria, en el que
habría tocado el Nombre-del-Padre y que consideró que por eso fue censurado y
no retomó jamás.
Desde
ahí podemos hablar de una “declinación
del Nombre-del-Padre” y no de su inexistencia, puesto que lo acompañará
en su última producción, haciendo del Nombre-del-Padre
el Sinthome, el cuarto
nudo que anuda borromeamente los tres registros: Real-Simbólico-Imaginario.
Notas
1. “Recuerden lo que dice Hegel sobre el
concepto: «el concepto es el tiempo de la
cosa». Ciertamente, el concepto no es la cosa en lo que ella es, por la
sencilla razón de que el concepto siempre está allí donde la cosa no está,
llega para reemplazar a la cosa […] ¿Qué es lo que de la cosa puede estar allí?
No es su forma, tampoco su realidad, pues, en lo actual todos los lugares están
ocupados. Hegel lo dice con mucha rigurosidad: es el concepto el que hace que
la cosa esté allí, aun no estando allí.” Jacques Lacan. Seminario I. Los
escritos técnicos de Freud. Pág. 351
2.
Guy Le Gaufey. El notodo de Lacan. Trad. Silvio Mattoni. (Córdoba: Ediciones Literales,
2007)
3.
Jean Allouch. El Psicoanálisis
¿es un ejercicio espiritual? Trad.
Silvio Mattoni. (Córdoba: Ediciones Literales, 2007)
4.
Pierre Grimal. Diccionario de
Mitología Griega y Romana. Trad.
Francisco Payarols. (Barcelona: Paidós, 1981)
5.
AA. VV. De la histeria sin
Nombre-del-Padre. (Buenos Aires: Grama Ediciones, 2014)
6.
Esther Cohen. El silencio del
nombre. Interpretación y pensamiento
judío. (Barcelona: Antropos, 1999)
7.
Jacques Lacan, De Los Nombres
del Padre. Trad. Nora A. Gonzales. (Buenos Aires: Paidós, 2005). Págs.
68-69
8.
Le pari de Pascal, la
apuesta de Pascal es un fragmento de sus Pensamientos
publicada por los editores de Port Royal en 1670, en él Pascal presenta tres
argumentos distintos para demostrar que es mejor creer en Dios, o para que los
que no creen en él deberían actuar como
lo si lo hiciesen. Ver de Ian Hacking. El surgimiento de la probabilidad. (España: Gedisa.
2005)
9. Un “juego de lenguaje” es el intento de
delimitar un “uso del lenguaje”, en el que las palabras valen por su uso. Así,
hay juegos de lenguaje nuevos y otros que se olvidan, por ejemplo los cambios
en el lenguaje matemático, hablar el lenguaje forma parte de una actividad de
reglas compartidas entre los “jugadores” para usar ciertas palabras de un cierto modo. No existen
rasgos compartidos que definan un juego de lenguaje, no hay nada común entre
juegos de lenguaje, sino “parecidos de familia”, los juegos componen una
familia. Hay una indescriptible variedad de juegos de lenguaje ocultos bajo “nuestro
lenguaje”.
Cf. Ludwig Wittgenstein. Investigaciones
filosóficas. Trad. Alfonso García Suárez y Ulises Moulines. (España:
Ediciones Altaya, 1999). Pássim
10.
Jacques-Alain Miller. U o “No
hay meta-lenguaje”. Trad. Juan Carlos Indart. En: Matemas II. (Buenos Aires: Manantial, 1988)
Bibliografía
Jacques Lacan:
- Seminario I. Los escritos técnicos de Freud. Trad. Rithee Cevasco y Vicente Mira Pascual. (Buenos Aires: Paidós, 1981)
- Seminario V. Las formaciones del inconsciente. Trad. Eric Berenguer. (Buenos Aires: Paidós, 2003)
- Seminario VI. El deseo y su interpretación. Trad. Gerardo Arenas. (Buenos Aires: Paidós, 2014.
- Seminario XXIII. El Sinthome. Trad. Nora A. Gonzáles. (Buenos Aires: Paidós, 2006)
- Escritos II. Trad. Tomás Segovia. (México: Siglo XXI, 1998)
- De los Nombres del Padre. Trad. Nora A. Gonzáles. (Buenos Aires: Paidós, 2005)