AMOR Y LITERATURA. LA "OTRA BATALLA "
Autor: Marco Antonio Loza Sanjinés
El amor masculino: “La Otra Batalla”
Hay un cuento de Borges titulado: “La Otra Muerte” (1) en el que
se narra que un hombre, un poco antes de morir, durante un delirio febril,
habría revivido un día sangriento, un día de batalla en Masoller en la
revolución de 1904 en Uruguay. Este hombre se llamaba Pedro Damián y habría
combatido en Masoller donde se comportó como un cobarde frente a la feroz
batalla, era muy joven. Esto se ve comprobado por un tal coronel Dionisio
Tabares que también participó en esa batalla. Más tarde, de la voz de otro
personaje, participante de aquella batalla, Juan Francisco Amaro, tenemos la
noticia de que Pedro Damián se habría comportado como debiera comportarse todo
hombre en una batalla. Tabares y Amaro se reúnen entonces, para contrastar sus
recuerdos contradictorios sin llegar a un acuerdo. Meses después de ese
encuentro, Tabares cambia de opinión (o de
recuerdo, que es algo más interesante) y hace memoria de la heroica actuación
de Pedro Damián.
El cuento quiere cerrarse en esas bifurcaciones que Borges llamaba
conjeturas y que, estando presentes en sus mejores cuentos, quieren anular el
pasado y el futuro como “el agua en el agua”. Una de esas conjeturas sostiene
que Pedro Damián se portó como un cobarde en el campo de Masoller y esperó a tener
otra oportunidad, en la hora de su muerte, un delirio le trajo esa oportunidad
y murió como un valiente en 1946 en la batalla de Masoller en 1904 (vivió el
futuro como pasado). Hay pues dos historias (o más) en este cuento: en una
Damián muere de una fiebre en 1946 y en otra en Masoller en 1904. “Damián
obró como un cobarde; luego lo olvidó totalmente, luego recordó su impetuosa
muerte”. (2)
Pero queda aún otra conjetura, quizá Damián no existió y todo fue
una idea para demostrar un argumento metafísico, el del teólogo Pier Damiani:
Que Dios puede hacer que lo pasado no haya sido…
En este maravilloso cuento se encuentra esta frase:
“Con otra voz dijo
que la guerra servía, como la mujer, para que se probaran los hombres, y
que antes de entrar en batalla, nadie sabía quién es. Alguien podía pensarse
cobarde y ser un valiente, y asimismo al revés (…)”. (3)
En el cuento que se
apodera de esta frase (¿o habrá que decir que la frase se apodera del cuento?) “algo nos indica” (4) que esta es la dirección verdadera de la
historia: la disputa por el amor hacia una mujer; la dinámica propia del inconsciente,
pues el inconsciente es ese enjambre de pensamientos que habitan al sujeto sin
que él lo sepa y que giran, disputan, incesantemente en torno a una misma
pregunta, la pregunta por el objeto de amor perdido o, simplemente, por el
amor.
El Nombre-del-Padre (este término
propuesto por Lacan) sirve para tener la valentía de acostarnos con el partenaire,
esa es la “otra batalla”, la que se libra en el inconsciente, es la que aparece
como síntoma y la que en el cuento de Borges parece resolverse dividiendo en
dos la historia, una parte corrige a la otra, una prepara a la otra. Así que
Damián, el personaje central del cuento, se porta como un cobarde en el campo
de Masoller, al regresar se propone corregir esa flaqueza:
“Volvió a Entre Ríos; no alzó la
mano a ningún hombre, no marcó a nadie, no buscó fama de valiente,
pero en los campos de Ñancay se hizo duro, lidiando con el monte y la hacienda
chúcara. Fue preparando, sin duda sin saberlo, el milagro. Pensó con lo más
hondo: Si el destino me trae otra batalla, yo sabré merecerla.”
Si la vida me trae otra mujer yo
sabré merecerla, ¿acaso no es esta la frase que
indica, como interpretación, lo verdadero del amor de un hombre por una mujer,
es decir, lo que queda en el orden del milagro? ¿Y de la repetición o de la
compulsión a repetir, aunque sólo sea para conseguir otra batalla en la que, al
igual que en la primera, nada es seguro?
Borges concluye:
“Durante cuarenta años la aguardó
con oscura esperanza, y el destino al fin se la trajo, en la hora de su muerte.
La trajo en forma de delirio pero ya los griegos sabían que somos las sombras
de un sueño.” (5)
La condición del amor masculino: El rescate
Freud se preguntaba cómo un
hombre reconoce a una mujer, esto lo desarrolla tenazmente en sus “Tres
contribuciones a la psicología de la vida amorosa”. Sostiene allí que para que
un hombre despierte su amor hacia una mujer, deben existir tres condiciones. La
primera, es la del tercero perjudicado, esto es, que pertenezca legítimamente a
otro hombre, esto quiere decir que la considere como parte del campo de otro,
puede ser el padre, el esposo, un buen amigo, etc. La segunda condición es que
a la mujer se le considere “fácil”, “ligera”, aquí viene la subestimación que
realiza el juicio del hombre con la intención de “salvar” a aquella mujer, de
rescatarla, los ejemplo son variados: De la pobreza, de la ignorancia, de un
mal matrimonio, etc., etc. El hombre inventa, inventa y sucumbe a su propia
invención y después… no sabe qué hacer con ella… con la invención. (Cf.: “El
Amor en (Psico)Análisis” en este blog).
Podemos considerar entonces el
rescate como un operativo dentro de una batalla, en el sentido bélico, pero
también como figura: “inquietud interior del ánimo”.
Batalla de rescate, ¿por qué
habríamos de utilizar estos términos tan bélicos como varoniles cuando se habla
del amor hacia una mujer? Freud encuentra que el “rescate” estaría vinculado
con una deuda que el hijo tiene con la madre de quien recibió la vida y debería
realizar esa proeza de amor, comportarse como un valiente, sacrificarse para
salvar a su dama. Este es el aspecto delirante del amor en la neurosis obsesiva
que Freud relaciona con los hombres.
Cuando ese delirio se ve
“cumplido”, el hombre no sabe qué hacer con ella, no sabe como arreglárselas
con ellas, porque: “Jamás deja de meter la pata al abordar a cualquiera de
ellas - o bien porque se engañó o bien porque era justamente esa la que le
hacía falta. Pero jamás se percata de ello sino après-coup, retroactivamente.”
J. Lacan (Conferencia en Ginebra sobre el síntoma) (6). Es una defensa que ella
pertenezca a un orden simbólico, por eso hay hombres que se enamoran de mujeres
casadas, el “tercero perjudicado” es, en realidad, la búsqueda de burlar la
ley, el campo de la legalidad donde está inscrita la mujer, esto constituye una
cobardía desde el punto de vista del deseo.
Volviendo al cuento de Borges y a Damián, su cobardía
lo salva de morir en la batalla de Masoller (7), pero no le deja vivir, se
aparta de la vida, se refugia en la mudez, en la inacción, que figura la
muerte: “no alzó la mano a ningún hombre, no marcó a nadie, no buscó fama de
valiente”. Remordido por esa culpa piensa en la repetición, en la forma de
otra batalla en la que pueda redimirse.
Te demando que me rechaces lo que
te ofrezco
¿Y, si, finalmente, la respuesta
a la pregunta sobre el amor, dijera: “Te demando que me rechaces lo que te
ofrezco” (8), ese nudo topológico hecho de tres funciones?
El amor es dar lo que no se
tiene, demandar que se rechace lo que se ofrece.
“¿La carta [lettre] de amuro [amour, a-mur]?
Bien, he aquí una, típica: Te demando que me rechaces lo que te ofrezco
–pausa aquí, pues espero que para que se comprenda no haya necesidad de agregar
nada. La carta de amuro, la verdadera, es precisamente esto.” (9)
“Entre el hombre y el muro, está justamente el amor,
la carta de amor. Y lo mejor que hay en ese curioso impulso que se llama amor
es la carta/letra”
(10). Que puede tomar formas extrañas,… quizá como un cuento dedicado a
las bifurcaciones temporales
Corolario: Borges
enamorado
En “Borges Enamorado”, un
capítulo de “El Sueño del Rey Rojo” de Alberto Manguel (11) se cuenta que Jorge
Luis Borges conoció a Estela Canto –a quien dedicaría El Aleph– en 1944 en casa de Bioy Casares, después de cortejarla por un
tiempo, una noche le recitó, en italiano, los versos que Beatriz le recitaba a
Virgilio en la Divina Comedia y le propuso matrimonio, Estela Canto, sabiendo
que Borges no se atrevería a llegar más allá, le respondió:“Lo haría con mucho
gusto, Georgie, pero no olvides que soy una discípula de Bernard Shaw. No
podemos casarnos si antes no nos acostamos”, por supuesto Estela Canto tenía
razón. Borges, al final, se casó pero no con Estela sino con Elsa Astete. Elsa
lo apartó de sus amigos y de su familia y disfrutó de su creciente fama y de su
dinero, Borges terminó escapando de ella en Harvard, donde fue a dar un curso,
ayudado por su traductor norteamericano, quien lo llevó al aeropuerto y lo
embarcó rumbo a Córdoba… pero, aquí nos detenemos, porque no nos proponemos
psicologizar la obra arte, creemos, con Roland Barthes, en la muerte del autor
(12) y esto implica que la obra vale por sí misma, por otra parte Foucault,
afirma en su conferencia: ¿Qué es un
autor?, que en esa relación antigua entre la escritura y la muerte puede
encontrarse también “…la desaparición de los caracteres individuales del sujeto
escritor; mediante todos los ardides que establece entre él y lo que escribe,
el sujeto escritor desvía todos los signos de su individualidad particular; la
marca del escritor ya no es más que la singularidad de su ausencia; tiene que
representar el papel del muerto en el juego de la escritura”. Lacan, que asistía a la conferencia de
Foucault, respondió que más que una desaparición del sujeto “Se trata de la
dependencia del sujeto, lo cual es sumamente diferente; y muy en particular, en
el nivel del regreso a Freud, de la dependencia del sujeto en relación con algo
verdaderamente elemental, y que tratamos de aislar bajo el término de
"significante"” (13)
Notas:
(1) J.
L. Borges. La Otra Muerte.
En: EL Aleph (B. Aires: Emecé Editorial, 1957)
(2) Id.
Pg. 71
(3) Id.
Pg. 66
(4) Este “algo nos
indica”, que parece no definir nada y trastabillar en una conjetura más
prosaica que las que ensaya Borges, tiene, sin embargo, una base en la
Matemática Pura: “En la concepción axiomática, la matemática aparece en suma
como reservorio de formas abstractas [las estructuras matemáticas]; y resulta
[sin que sepamos bien por qué] que algunos aspectos de la realidad experimental
se moldean en algunas de esas formas como una suerte de pre adaptación”. J.- A.
Miller. Sutilezas Analíticas. (B. Aires,2011, Paidós)
(5) La
Otra Muerte. O. C. Pg.70
(6) Conferencia
en Ginebra sobre el Síntoma
(7) ¿No se debe tener
“amor a la Patria” para enfrascarse en una guerra? ¿La revolución no encausa el
deseo de rescatar a alguien para devolverle algo? ¿No es cualquier guerra
–emprendida por hombres– una gran operación delirante de rescate?
(8) J. Lacan. Seminario XIX. …O peor.
(B. Aires: Paidós, 2012) Pg. 79
(9) Id. Pg. 80
(10) J. Lacan. Hablo a las Paredes. (B.
Aires: Paidós, 2012). Pg. 125. Lacan comenta aquí un poema de Antoine Tudal que
insertara en “Función y Campo de la Palabra y del Lenguaje en Psicoanálisis”
(Escritos, página 278) que dice así:
Entre el hombre y el amor,
Hay la
mujer.
Entre
el hombre y la mujer,
Hay un
mundo.
Entre el
hombre y el mundo,
Hay un
muro.
(11) Manguel,
Alberto. El Sueño del Rey
Rojo. (Madrid: Alianza
Editorial, 2012) Trad. Juan Tovar Elías
(13) Revista Littoral,
Nº 9, 1983